Fin del miedo
Quién sabe en qué terminará esto que apenas está empezando. Por ahora, se trata del proceso de reacomodo continental más intenso y profundo en la vida de muchos de nosotros. El factor central de ese proceso es la superación del miedo.
Los ejemplos más extremos: era lógico (o parecía) que a un presidente de Bolivia le temblaran las rodillas cada vez que recibía una observación desfavorable del embajador de Estados Unidos en La Paz. Era natural (o esa impresión daba) que a un mexicano indocumentado en el sur de California se le acelerara el ritmo cardiaco al cruzarse en la calle con un agente uniformado.
Pero algo cambió. Hoy América Latina es más dependiente que hace tres décadas, sus tejidos sociales están desgarrados por la globalización y el libre comercio, y la brecha educativa, científica y tecnológica que nos separa de las naciones ricas es mucho más abrumadora; ningún estamento de poder en el planeta se resiste ya a la vertiginosa vorágine comercial en la que chapoteamos o nos ahogamos y los halcones, partidarios de resolver cualquier diferencia mediante los bombardeos de precisión, están al mando en Washington. Sin embargo, en varios países de América Latina hay presidentes que no se dejan intimidar por los regaños estadunidenses y en las ciudades del país vecino cientos de miles de indocumentados se exhiben sin temor ante las fuerzas policiales. Los manifestantes han cobrado conciencia de su poder. Hasta hace poco se conformaban con sobrellevar las condiciones atroces de explotación, persecución y discriminación de que son víctimas; ahora se han dado cuenta que es posible erradicarlas. Cuando menos, están dispuestos a hacer el intento.
Estas jornadas de lucha por los derechos de los trabajadores migrantes en Estados Unidos (latinoamericanos, la mayoría; mexicanos, la mayoría de la mayoría) traen a la mente algo que escribió Ryzsard Kapuscinski cuando reseñaba la caída del sha de Irán:
"Tanto el policía como el hombre de la multitud son personas sencillas y anónimas y, sin embargo, su encuentro tendrá un significado histórico. Ambos son personas adultas que han vivido ya algo y han acumulado experiencia. La experiencia del policía: si le pego un grito a alguien y levanto la porra, éste se aterrorizará y echará a correr. La experiencia del hombre de la multitud: al ver acercarse a un policía me entra el pánico y echó a correr. Basándonos en estas experiencias, completamos el guión: el policía grita, el hombre huye, tras él huyen los demás, la plaza queda vacía. Esta vez, sin embargo, todo se desarrolla de manera diferente. El policía grita, pero el hombre no huye. Se queda donde está y mira al policía. (...) No sabemos si el policía y el hombre de la multitud se han dado cuenta de lo que acaba de ocurrir: que el segundo ha dejado de tener miedo y que esto es el principio de una revolución" (El sha o la desmesura del poder, Anagrama, 1987).
Tras perder el miedo a la migra, los indocumentados, latinoamericanos en su inmensa mayoría, ayer empezaron a dejar de temer a sus empleadores y realizaron una huelga cuyo calado todavía está por verse. El 10 de abril se aparecieron, en muchedumbre, por las calles de Estados Unidos. Ayer desaparecieron de sus puestos de trabajo y de las cajas de los supermercados como manera de hacer sentir su presencia.
Algo muy importante está cambiando en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, y el cambio se manifiesta en ambos escenarios de la ecuación. La jornada de protestas de ayer en el país del norte no guarda ninguna relación directa con la nacionalización de los hidrocarburos que anunció el presidente boliviano, Evo Morales. Son procesos distintos. Pero ambas situaciones tienen denominador común: el fin del miedo. Hasta hace no mucho, a cualquier gobernante de esta región del mundo le parecía inviable y hasta suicida cualquier acción que contradijera el Consenso de Washington convertido en dogma. Hasta hace no mucho, casi ningún migrante indocumentado se habría atrevido a poner en riesgo lo conseguido a costa de la separación de su entorno y tras un viaje caro y plagado de peligros mortales.
Estadunidenses y latinoamericanos estamos condenados a compartir el continente, a convivir y a mezclarnos de muchas maneras, tanto al norte como al sur del río Bravo. Hoy podemos atrevernos a pensar que es posible introducir en los dos escenarios de esa convivencia algunos elementos de equidad y respeto. Quién sabe cómo terminará todo esto. Por lo pronto hemos empezado a perder el miedo.