La voz de Teresa Salgueiro fue el pasaporte para entrar a ese reino de fantasía
Madredeus hizo sonar durante tres días el paisaje de Portugal en el DF
Los asistentes a los conciertos constataron la permanencia de la poesía y la música
Ampliar la imagen Madredeus durante uno de sus conciertos Foto: Fernando Aceves
Ampliar la imagen Teresa Salgueiro Foto: Fernando Aceves
Durante dos noches en Bellas Artes y hace unas horas en el Zócalo de la ciudad de México, el quinteto portugués Madredeus hizo sonar la luz que corta de tajo el Tajo, se transparenta con las hojas de los árboles de sus riberas y las embarcaciones de vela que surcan el agua por dentro de los troncos de esos árboles, como en un poema de Fernando Pessoa. Durante dos noches en el palacio de mármol y hace unas horas en el corazón de México, esos cinco músicos hicieron sonar el alma de Lisboa, pulsaron su pulsar, que es también una estrella: un astro que es un manantial de radiaciones, un gineceo magnífico de luz.
Porque cuando Teresa Salgueiro, Pedro Ayres Magalhaes, José Pixoto, Carlos Maria Trindade y Fernando Júdice prepararon sus maletas en Lisboa para viajar a México, acomodaron en esos velices, felices, los árboles con sus troncos y sus hojas transpirantes, pusieron junto al cepillo de dientes las embarcaciones de vela, arrejuntaron a sus aperos de viaje la historia entera, la magia y la fascinación de ese puerto metafísico e hicieron sonar todo eso durante las pasadas tres noches para beneplácito de las almas vivas que presenciaron el prodigio de la conversión de la luz en sonido, de la poesía en pulsares, de la belleza en una voz, la de Teresa, que todos los circunstantes volvieron a escuchar, por vez inúmera, idéntica a la de los mismísimos ángeles en su oleaje calmo cuando el mar se confunde con la espuma juguetona del río Tajo.
(Atraviesa este paisaje mi sueño de un puerto infinito/ Y el color de las flores se transparenta en las velas de/ grandes navíos/ Que zarpan del muelle arrastrando sobre las aguas cual sombra/ Los rostros al sol de aquellos árboles antiguos...)
Durante dos horas el jueves, otro par de ellas la noche del viernes y hace algunas pocas vueltas de las manecillas del reloj bajo las campanas de la Catedral que se yergue sobre la antigua Tenochtitlán, cinco músicos vertieron el agua del Tajo sobre las cabezas de un público en silencio tumultuario, deshojaron los colores de las flores sobre rostros en éxtasis, desplegaron las velas sobre las sonrisas de los niños al aire fresco de la noche y elevaron la luz que vive sobre el cielo de Lisboa como flamitas que se posaron sobre las cabezas de los miles que hace apenas unas horas constataron nuevamente que Madredeus no sólo es la madre de Dios, sino también la madre de toda la poesía.
(Y los navíos pasan por dentro de los troncos de los árboles/ con una horizontalidad vertical, / y dejan caer en el agua las amarras dentro las hojas una a una .../ No sé quién me sueño/ De súbito toda el agua del mar del puerto es transparente/ Y veo en el fondo, como una estampa enorme que allí estuviese desdoblada,/ todo este paisaje, hilera de árboles, camino que arde en aquel puerto,/ y la sombra de una nao más antigua que el puerto pasa/ Entre mi sueño del puerto y mi mirar de este paisaje/ Y llega al pie de mí, y en mí se adentra,/ Y pasa al otro lado de mi alma...)
Suena un trío de cuerdas, que son las tres guitarras, y por encima una alfombra mágica que es en realidad un inmenso navío de velas, que son los teclados y les sobrevuela un cántico de arcángel, que es la voz de Teresa, imperecedera, una muchacha sencilla que sonríe frente a tanta belleza revelada.
Suenan una a una las canciones como poemas, como caen las amarras dentro de las hojas, una a una, como en el poema de Pessoa, Lluvia oblicua, entreverado en estos párrafos entre paréntesis y el concierto transcurre como en un sueño.
Un amor infinito suena, sueña. Así se titula el concierto del retorno de Madredeus. Una serie de canciones, una sucesión mágica de poemas, en torno al puerto de Lisboa.
Los versos y la música de Pedro Ayres y de Carlos Maria Trindade se prendan y se prenden y penden de las alas de la voz de Teresa Salgueiro y entonces el paisaje de Lisboa se dibuja entero en el interior de Bellas Artes como en el interior de los troncos de los árboles y atraviesan el alma de quien escucha y esos versos y esa música navegan en el Zócalo al aire fresco y libre y soberano como en un surcar de navíos a contraluz y entonces, mientras en la realidad suenan las canciopoemas de Madredeus, suenan en mientes otros versos de Pessoa, del poema Iniciación: "El cuerpo es la sombra de los vestidos/ Que cubren tu ser profundo.../ Entonces Arcángeles del Camino/ Te desvisten y dejándote desnudo./ No tienes ropas, no tienes nada:/ Tienes sólo tu cuerpo, que eres tú".
Durante dos noches en Bellas Artes y una velada en el Zócalo, Madredeus puso a navegar navíos de vela e iluminó con la luz que sobrevuela el Tajo el vuelo arcangélico de la voz de Teresa Salgueiro con la magia, el ropaje y el desnudamiento de las almas, los aperos que encerraron en sus maletas cuando se embarcaron en aquel puerto para hacer sonar en México a Lisboa y hacer así, asir así, la navegación sonora de toda su poesía desnudando a todos los humanos que presenciaron y vivieron tal prodigio y se volvieron esas almas aún más prodigiosas, todas: las naves, las velas, los pulsares, la poesía, las almas vivas, las personas todas que se hicieron, con la luz que sonaba en esa música, más humanas todavía. Toda vía surcada por arcángeles serenos.
Pulsaron entonces los pulsares.