"Agua que no has de beber...
Déjala correr", dice popular tonadilla, haciendo referencia a los amores engañosos; aplicado al aprovechamiento del fundamental fluido no es tan buena idea, pues es precisamente lo que hacemos con el agua que cae del cielo en la ciudad de México cada temporada de lluvias; dejarla correr al drenaje, donde se junta con las aguas negras y se va al mar, en tanto gastamos dinerales en traerla de lejanas cuencas, cuyas tierras aledañas destinamos a la sequía.
Esta es una de las múltiples paradojas que suceden en nuestra urbe respecto al uso del recurso, muchas de las cuales se expusieron en el Foro Mundial del Agua, que se celebró recientemente en la capital. Muchos libros se han escrito sobre el tema; se acaba de presentar el del arquitecto Jorge Legorreta, titulado El agua y la ciudad de México. De Tenochtitlán a la megalópolis del siglo XXI, que editó la Universidad Autónoma Metropolitana. Hace no mucho se publicó una joya de libro titulado El futuro del agua en México, con textos del experto en el tema Manuel Perló y con fotografías de gran belleza, de distintos autores. Desafortunadamente lo editó Banobras para regalar, pero confío en que ahora que el tema está "de moda" lo rediten en una edición accesible a todo público.
Al ver el agua en estado natural; por ejemplo, al verla brotar de un manantial, límpida, transparente, pura, da la idea de la más absoluta simplicidad. Sin embargo, en el libro nos enteramos que constituye uno de los elementos más complejos y misteriosos del universo. Recientes descubrimientos acerca de su estructura molecular abren nuevas vías para comprender el origen de la vida, la evolución de nuestro planeta y el lugar que ocupamos en el cosmos. Con decirles que entre más se sabe acerca del agua, más discrepancias hay entre los científicos acerca de su origen y destino.
¿Quién no ha disfrutado una bebida refrescada con translúcidos cubos de hielo? Pues sucede que se trata tan sólo de una de las 10 variedades de hielo que existen, algunas sólo en teoría, cada una de las cuales tiene una cristalización propia, que resulta de las diferentes condiciones de temperatura y presión, que concurren para producir el tránsito del elemento a su estado sólido.
De lo que no queda duda es que es un elemento que puede encerrar enorme belleza, que ha inspirado a pintores y fotógrafos. Precisamente ahora hay tres exposiciones sobre el tema: en las rejas del Bosque de Chapultepec, que se han convertido desde hace varios años en una gran galería de arte, por lo que hay que felicitar a la Secretaría de Cultura del Gobierno de la ciudad; se muestran imágenes monumentales de Antonio Vizcaíno, con el título Agua: origen de la vida". Las fotografías forman parte del proyecto Valores de la naturaleza, producido por América Natural, cuyo principal objetivo es el de "rescatar el valor del mundo natural como patrimonio del espíritu y sustento de la vida como la conocemos hoy".
Otra muestra es Tlalocan, festival internacional por el agua, que expone a lo largo de la avenida Juárez inmensas fotografías de distintos artistas de la lente, con sus particulares visiones sobre el tema. En la Biblioteca de México José Vasconcelos, que ocupa una vasta área de ese magno edificio de la Ciudadela, ya comentamos en días pasados que están expuestas extraordinarias fotografías de gran formato de Bob Schalkwijk, en las que el agua se muestra en sus momentos más apacibles y en los más arrasadores, pero en todos deslumbrante.
Y para no salirnos del ambiente fotográfico, vamos a comer a un sitio que conjuga el arte de la foto con el de la gastronomía; creo que el nombre lo dice todo: Photo Bistro, situado en Citlaltépetl 23, colonia Condesa. Su dueño es el fotógrafo francés Christian Besson, experto en ambas materias, por lo que se degustan exquisitas viandas admirando buenas imágenes de diferentes autores, que cambian cada tres meses, cuando se subastan para fines altruistas.
Este mes su joven y dotado cheff Erick Choperena ofrece un foie gras au torchon, con mermelada de cebolla morada y frutas del bosque, que si lo acompaña con una copa de vino sauterne, lo va a trasladar de la manera más deleitosa al bistro parisino más exclusivo. Para no perder el toque francés hay que pedir la sopa vichysoise, y de plato fuerte unos mejillones al vino blanco con echalots y yerbas finas; si es de apetito amplio pida el salmón encostrado con queso parmesano sobre salsa de pimienta. El broche de oro: la créme brulée, y un cafetín que, como se imaginarán, también es buenísimo.