Usted está aquí: domingo 30 de abril de 2006 Opinión China

Michael T. Klare/II y última

China

Ampliar la imagen El monje japonés Ryuzo Iwada realiza rituales en Chongqing, China, para ofrecer disculpas por los crímenes cometidos por invasores de su país en la Segunda Guerra Mundial Foto: Ap

¿Por qué escogió la Casa Blanca este particular momento para revivir su obsesión de contener a China? Sin duda muchos factores contribuyeron a este viraje, pero es seguro que el más significativo fue la creencia de que finalmente China emergía como una potencia regional importante por méritos propios, y comenzaba a oponerse a la dominación estadunidense de largo plazo en la región Asia-Pacífico. En alguna medida esto se manifestó en términos militares -así lo afirma el Pentágono- cuando Pekín comenzó a remplazar sus armas tipo soviético, antigüedades de la guerra de Corea, con diseños rusos más modernos.

Sin embargo, no fueron los movimientos militares chinos lo que realmente alarmó a los planificadores estadunidenses -la mayoría de los analistas profesionales sigue muy consciente de la inferioridad del armamento chino- sino el éxito de Pekín en utilizar su enorme poder adquisitivo y su hambre de recursos para establecer lazos amistosos con antiguos aliados de Estados Unidos, como Tailandia, Indonesia y Australia. Dado que, por enfocarse en la guerra contra Irak, el gobierno de Bush no ha podido hacer mucho para oponerse a esta tendencia, los rápidos logros de China en el sureste asiático finalmente comenzaron a hacer sonar las campanas de alarma en Washington.

Al mismo tiempo, los estrategas republicanos se comenzaron a preocupar por el creciente involucramiento chino en el golfo Pérsico y en Asia central, áreas consideradas de vital importancia geopolítica para Estados Unidos debido a las vastas reservas de petróleo y gas natural enterradas ahí. Muy influidos por Zbigniew Brzezinski, cuyo libro en 1997 The Grand Chessboard: American Primacy and Geostrategic Imperatives resaltó por vez primera la importancia crítica de Asia central, estos estrategas buscaron contrarrestar los conductos chinos.

De este modo, la preocupación por la creciente influencia china en el sureste asiático se cruza con la obsesión estadunidense por lograr una hegemonía en el golfo Pérsico y Asia central. Esto le confiere a la política china una aún mayor significación en Washington y ayuda a explicar el apasionado viraje estadunidense, pese a las supuestas absorbentes preocupaciones que implica la guerra de Irak.

Sea cual sea el exacto balance de factores, el gobierno de Bush se halla ahora inmerso en un esfuerzo sistemático, coordinado, por contener el poderío y la influencia de China en Asia. Este esfuerzo parece tener tres grandes objetivos: convertir las relaciones existentes con Japón, Australia y Corea del Sur en un robusto e integrado sistema de alianza antichino; jalar a otras naciones, especialmente India, a ese sistema; expandir las capacidades militares estadunidenses en la región Asia-Pacífico.

Desde que comenzó la campaña del gobierno por fortalecer lazos con Japón, hace un año, los dos países se han estado reuniendo continuamente para diseñar protocolos que instrumenten sus acuerdos estratégicos de 2005. En octubre, Washington y Tokio publicaron el Informe de Transformación y Realineamiento de la Alianza, el cual es una guía para la ulterior integración de las fuerzas estadunidenses y japonesas en el Pacífico y la restructuración simultánea del sistema de bases estadunidenses en Japón. Los oficiales estadunidenses y japoneses están inmersos también en un estudio conjunto de "interoperabilidad", que tiene como fin limar la "interfase" entre los sistemas, japonés y estadunidense, de comunicaciones y combate. "Se emprende también una colaboración cercana en la defensa de misiles", reporta el almirante William J. Fallon, comandante en jefe del Comando del Pacífico estadunidense.

En esta campaña en curso, también se dan pasos para unir más firmemente a Corea del Sur y Australia al sistema de alianza Estados Unidos-Japón. Por muchos años, Corea del Sur ha sido renuente a trabajar cercanamente con Japón, debido a la brutal ocupación de la península coreana entre 1910 y 1945. Ahora, sin embargo, el gobierno de Bush promueve lo que llama "cooperación militar trilateral" entre Seúl, Tokio y Washington. Como indica el almirante Fallon, la iniciativa tiene, explícitamente, una dimensión antichina. Los lazos de Estados Unidos con Corea deben adaptarse para "cambiar el ambiente de seguridad" que representa la "modernización militar de China", dijo Fallon el 7 de marzo ante el Comité de las Fuerzas Armadas del Senado. Al cooperar con Estados Unidos y Japón, continuó, Corea del Sur dejará de enfocar demasiado a Corea del Norte y asumirá "un punto de vista más regional de la seguridad y la estabilidad".

Una de las prioridades importantes de Condoleeza Rice ha sido atraer a Australia a esta emergente red antichina. A mediados de marzo pasó varios días en dicho país. Aunque, en parte, su visita se diseñó con el fin de impulsar los lazos Estados Unidos-Australia el propósito principal era realizar una reunión de alto rango entre funcionarios australianos, estadunidenses y japoneses para desarrollar una estrategia común que frene la creciente influencia de China en Asia. No se anunciaron resultados formales, pero Steve Weisman, del New York Times, informó el 19 de marzo que Rice acordó la reunión para "profundizar una alianza regional tripartita destinada en parte a equilibrar la expansiva presencia de China".

Un premio aún más gordo, desde el punto de vista de Washington, sería la integración de India a este emergente sistema de alianza. La primera en sugerir esta posibilidad fue Rice en su artículo de Foreign Affairs. Pero tal jugada se ha visto frustrada hace mucho por las objeciones del Congreso ante el programa de armas nucleares de India y su negativa a firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear. De acuerdo con la ley estadunidense, naciones como India, que rehúsan cooperar en las medidas de la no proliferación, pueden ser excluidas de varias de las formas de cooperación y asistencia. Para remontar este problema, Bush se reunió en marzo con funcionarios de India en Nueva Delhi, y negoció un acuerdo nuclear que abriría los reactores civiles de dicho país a la inspección de la Agencia Internacional de Energía Atómica, lo que aplicaría un delgado barniz cooperativo al robusto programa de armas nucleares de India. Si el Congreso aprueba el plan de Bush, Estados Unidos tendrá la libertad de brindarle asistencia nuclear a India y, en el proceso, expandir significativamente los ya crecientes lazos de militares a militares.

Al firmar el pacto nuclear con India, Bush no aludió al programa antichino del gobierno, y sólo dijo que sería el fundamento de una "perdurable relación defensiva". Pero pocos se han dejado engañar con esta vaga caracterización. Según Weisman, casi todos los legisladores estadunidenses ven este acuerdo nuclear como la expresión del deseo gubernamental de convertir a India en "un contrapeso para China".

Comienza acumulación contra China

Todas estas iniciativas diplomáticas están acopladas a un vigoroso esfuerzo (en gran medida no declarado) del Departamento de Defensa, de impulsar las capacidades militares estadunidenses en Asia-Pacífico.

El amplio barrido que entraña la estrategia estadunidense fue expresado por vez primera en la evaluación más reciente del Pentágono de la Revisión de Defensa Cuatrianual (QDR), publicada el 5 de febrero de 2006. Al discutir las amenazas a la seguridad estadunidense, en el largo plazo, la QDR comienza reafirmando el precepto rector enunciado en la DPG de 1992: Estados Unidos no permitirá el surgimiento de alguna superpotencia competidora. Este país "intentará disuadir a cualquier competidor militar, de desarrollar capacidades disrruptivas u otras que le permitan una hegemonía regional o alguna acción hostil contra Estados Unidos", se manifiesta en el texto. Luego se identifica a China como el más probable y peligroso competidor de este tipo. "De las principales y emergentes potencias, China tiene el mayor potencial para competir militarmente con Estados Unidos y aloja tecnologías militares disrruptivas que, al paso del tiempo, pudieran neutralizar las tradicionales ventajas militares estadunidenses"; y luego se añade la ironía: "en ausencia de contraestrategias estadunidenses".

Según el Pentágono, la tarea de contrarrestar las futuras capacidades militares chinas entraña, en gran medida, el desarrollo, y luego la adquisición, de importantes sistemas de armamento que puedan asegurarle a Estados Unidos la victoria en cualquier confrontación militar de gran escala. "Estados Unidos desarrollará capacidades que puedan presentarle retos complejos y multidimensionales a cualquier adversario y le compliquen sus esfuerzos de planeación ofensiva", se explica en la QDR. Estas incluyen el mejoramiento constante de tales "ventajas duraderas estadunidenses" como "los ataques de largo alcance, la furtividad, la posibilidad de maniobra operacional y el sostenimiento de fuerzas de aire, mar y tierra a distancias estratégicas, la dominación aérea y la guerra submarina". En otras palabras, prepararse para la guerra con China es la futura vaca productora de dinero para las gigantes corporaciones fabricantes de armas en el complejo militar-industrial estadunidense. Esta preparación será, por ejemplo, la principal justificación para adquirir costosos nuevos sistemas de armamento tales como el avión caza de superioridad aérea F-22A Raptor, el Joint Strike Fighter, el destructor DDX, el submarino nuclear de ataque clase Virginia y un nuevo y penetrante bombardero intercontinental, armas que sólo tendrían utilidad en un choque total con otra gran potencia adversaria del tipo que sólo China podrá ser algún día.

Además de estos programas de armamento, la QDR llama a endurecer las actuales fuerzas de combate estadunidenses en Asia y el Pacífico, con particular énfasis en la armada. La flota tendrá mayor presencia en el océano Pacífico", se anota en el documento. Para lograrlo, "la armada planea ajustar su postura de fuerza y sus bases para proporcionar por lo menos seis portaviones disponibles y sustentables operacionalmente, y 60 por ciento de sus submarinos en el Pacífico para brindar apoyo al choque, la presencia y la disuasión". Debido a que cada uno de estos portaviones es, de hecho, el núcleo de un gran despliegue de barcos de respaldo y aeronaves protectoras, esta jugada entraña seguramente una vasta acumulación de capacidades navales estadunidenses en el Pacífico occidental y seguramente requerirá una expansión sustancial del complejo de bases estadunidenses en la región. Con el fin de evaluar las exigencias operacionales de esta acumulación, este verano la armada estadunidense conducirá las más extensas maniobras militares en el Pacífico occidental desde el fin de la guerra de Vietnam. Sumado todo lo anterior, la estrategia resultante no puede considerarse sino una campaña sistemática de contención. Ningún alto funcionario del gobierno diría esto con tantas palabras, pero es imposible interpretar las recientes jugadas de Rice y Rumsfeld de otra manera. Desde la perspectiva de Pekín, la realidad debe ser incuestionable: una constante acumulación del poderío militar estadunidenses a lo largo de las fronteras oriental, sur y occidental de China.

¿Cómo responderá China a esta amenaza? Por ahora, pareciera confiar en su encanto y en el conspicuo blandir beneficios económicos que aflojen los lazos australianos, sudcoreanos e inclusive de India, con Estados Unidos. En cierta medida, esta estrategia está teniendo logros, ya que dichos países buscan aprovechar la extraordinaria expansión económica que ocurre en China. Una versión de esta estrategia fue empleada por el presidente Hu Jintao durante su reciente visita a Estados Unidos. Debido a que el dinero de China salpica libremente a firmas tan influyentes como Boeing y Microsoft, Hu le recordó al ala corporativa del Partido Republicano que hay muchos beneficios por venir si no se asume una actitud amenazante hacia China.

Sin embargo, China siempre ha respondido a las presuntas amenazas de acorralamiento también con una actitud vigorosa y muscular, así que debemos suponer que Pekín equilibrará todo el encanto con una acumulación militar propia. Tal impulso no hará que China se halle cerca de una igualdad militar con Estados Unidos. Pero justificará todavía más a quienes en Estados Unidos buscan acelerar la contención de China, y producirá un círculo vicioso de desconfianza, competencia y crisis. Esto dificultará un arreglo amigable de largo plazo en torno al problema de Taiwán y al programa nuclear de Corea del Norte, e incrementará el riesgo de un escalamiento accidental de una guerra de gran escala en Asia. No puede haber vencedores en una conflagración así.

Traducción: Ramón Vera Herrera

© 2005 Michael T. Klare

Publicado originalmente en TomDispatch.com

 
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