Tres escenarios, que son dos
Tratemos de pensar fríamente, sin asustarnos ante el posible resultado de nuestras hipótesis. Veamos cuáles podrían ser los escenarios político-sociales después de las próximas elecciones presidenciales.
Primer escenario posible. La gente sigue emigrando, no se deja arrastrar por la competencia electoral y, en su mayoría (teniendo en cuenta también los emigrados, los jornaleros agrícolas, los abstensionistas de siempre), se abstiene, lo cual deja en el poder, sin mayores problemas, a quienes hoy lo ocupan. Es un escenario que presupone pasividad, ignorancia, desesperación, y que es muy poco probable, dados los acontecimientos en Lázaro Cárdenas u otros hechos de violencia.
Segundo escenario. Gracias al peso de la propaganda y de la acción gubernamental, y de los violentos mensajes televisivos del "chaparrito pelón con lentes", el candidato del PAN gana las elecciones por unos cientos de miles de sufragios. Todo el establishment, menos Slim, festejaría, pero más de un tercio de los votantes y sus familias y amigos, voten o no, consideraría que el resultado es fraudulento (en tal caso el PRI tendría menos de un tercio, y el PAN poco más de un tercio, al igual que el PRD). Aunque la mayoría de los votantes del PRI podrían quizás aceptar tal resultado (y sus consecuencias), una ala popular de dichos simpatizantes priístas se uniría a las protestas de los seguidores de López Obrador. Difícilmente puede reproducirse lo que pasó en 1988, porque la situación se ha deteriorado, hay mayor tensión y las características y posibles actitudes del candidato tabasqueño del PRD no son las mismas que las de Cuautéhmoc Cárdenas. Además, como en el caso de la lucha contra el desafuero del Peje, la protesta podría desbordar las acciones y orientaciones de éste y podrían producirse grandes manifestaciones, corte de carreteras, ocupaciones de edificios públicos, acciones violentas como rechazo a lo que estos sectores explotados considerarían sin más un fraude. Buena parte de la ira de los mismos, si la diferencia de votos no es muy grande, se dirigiría además contra la otra campaña, su actitud abstencionista y el golpeteo a López Obrador (por más razones que puedan tener ambas posiciones). La resistencia a la derecha victoriosa -y a su política agresiva de privatización de la CFE y de Pemex, y de ataques contra los derechos, los salarios, las conquistas laborales- se daría en condiciones de división de los explotados y oprimidos y de confusión política de los dos sectores principales de los mismos (los que votarán por AMLO y los minoritarios de la otra campaña). Ante el posible caos social, la derecha utilizaría los mismos métodos criminales que en Lázaro Cárdenas. Si dicho caos se prolongase y se extendiese a todo el territorio, habría que ver entonces cuál sería la actitud de las fuerzas represivas y, en general, de los diversos integrantes de las mismas.
Tercer escenario. El Peje gana por algunos centenares de miles de votos la Presidencia, pero no controla las cámaras, dado el justo repudio popular a los corruptos reciclados de perredistas. Si Berlusconi, en Italia, se negó a reconocer el triunfo del moderadísimo Prodi, y si la derecha en Venezuela o en Bolivia intenta sabotear por todos los medios a gobiernos que tienen amplísima mayoría, imaginemos lo que podría hacer la derecha en México, cuando está acostumbrada a la impunidad, a la violencia, es racista, desprecia la legalidad y controla el poder económico y político, que no está dispuesta a perder. Sus provocaciones, sabotajes, llamados a la acción imperialista, cierres patronales, atentados y demás lindezas desatarían una situación muy similar a la que describimos en el escenario dos. También en este caso quienes querrán sin duda dar un sentido social al triunfo del Peje y forzarle la mano en ese sentido al candidato, reprocharán a la otra campaña su actitud política y tratarán de forzarla para que confluya con ellos en un frente único contra la derecha, tal como pasó en Venezuela entre los chavistas y la ultraizquierda.
Salvo en el primer escenario -el de la pasividad conservadora-, en los dos últimos estaría en el orden del día el estallido de grandes movilizaciones sociales y de conflictos políticos y de clase. Es cierto que el gobierno de Estados Unidos no quiere problemas agudos que hagan más dura su lucha contra los inmigrantes sin papeles o que perturben su guerra en Irak y un ataque a Irán mil veces anunciado. Pero si el empeoramiento de la situación económica en Estados Unidos echase gasolina al fuego en México, mandando, por ejemplo, de retorno, cientos de miles de compatriotas que se fueron "del otro lado", estaríamos posiblemente ante el fin de la anomalía mexicana en América Latina. O sea, de las soluciones políticas y de una violencia monstruosa, pero no generalizada a todo el cuerpo social, como la que afectó a los países del Cono Sur.
¿Piensa en eso la otra campaña cuando llama a derrocar "pacíficamente" al gobierno? En tal caso debería decir con cuáles fuerzas, cuáles aliados, en cuál proceso, cuáles serían sus ideas-fuerzas, los objetivos que propone a los que mañana podrían encontrarse del mismo lado social que la izquierda no electoralista. La responsabilidad política obliga a dejar de pensar al día o a cortísimo plazo y a ver cómo acumular fuerzas buscando alianzas, no en los aparatos partidarios o institucionales, sino en las fuerzas de clase que se enfrentan al capital.