Usted está aquí: miércoles 26 de abril de 2006 Política Inmigración: brevísima historia de un malentendido

José Steinsleger

Inmigración: brevísima historia de un malentendido

Carlos Marx también se dejó llevar por el sueño americano. Hombre sensato al fin, el único pensador premoderno, moderno y posmoderno que nos enseñó a pensar liberándonos del colesterol ideológico, escribió al presidente Abraham Lincoln en carta fechada el 30 de diciembre de 1864: "Desde el principio de la lucha titánica que lleva América, los obreros de Europa sienten instintivamente que la suerte de su clase depende de la bandera estrellada...."

En la misiva (firmada a nombre de la Asociación Internacional de Trabajado-res) Marx trató a Lincoln de "... enérgico y valeroso hijo de la clase trabajadora para conducir a su país en la lucha sin igual para la emancipación de una raza encadenada, y para la reconstrucción del mundo social".

El pensamiento de Lincoln, hombre pragmático al fin, era un típico producto de su sociedad: una de cal, otra de arena. Si hacia mediados de la guerra civil el presidente de Estados Unidos sostenía que "la oveja y el lobo no estaban de acuerdo sobre la definición de la palabra libertad", tras la victoria del Norte industrial sobre el Sur esclavista observó: "... En no menor grado que ningún otro, yo me inclino a dar la supremacía a la raza blanca... Mi objetivo supremo es salvar la unión, no salvar o destruir la esclavitud. Si pudiese salvar la unión sin liberar esclavo alguno lo haría desde luego; pero como esto no es posible, destruiré la esclavitud para salvar la unión".

Con distintas visiones de la felicidad, Marx y Lincoln coincidían en lo fundamental: respecto a la esclavitud, el capitalismo es progreso. Pero allí donde el pensador de Jena distinguía los resortes de la emancipación efectiva de los trabajadores, el leñador de Arkansas vislumbraba la armonía democrática del "... gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo". Cosas que se dicen y caen bien.

Lincoln enaltecía la memoria de los Padres Peregrinos (Pilgrim fathers) que luego de fondear el Mayflower en Cabo Cod (Nueva Inglaterra, 1620) y antes del desembarco, suscribieron el acta que aseguraba "la igualdad de todos los hombres ante la ley" (Mayflower Compact).

"Casi todas las personas son tan felices como se deciden a serlo", decía Lincoln. Sin embargo, los puritanos cambiaron de semblante cuando las chismosas amigas de la princesa Pocahontas (1595-1617) les contaron farfullando el inglés que hispanos y latinos llevaban más de un siglo dando vueltas por América del Norte.

De tripas, corazón. Sebastián Caboto ya había andado por la península de Labrador (1508); Juan Ponce de León por Florida (1513); Pedro de Quejos por Carolina del Norte y Virginia (1521); Alvar Núñez Cabeza de Vaca por Texas (1530); James Cartier por Canadá (1535); Pedro Vázquez de Coronado por Arizona, Oklahoma y Kansas (1540); Hernando de Soto por el Mississippi (1541) y, tras participar en la toma de Tenochtitlán, Rodríguez Cabrillo se había marchado a California (1542). ¡Y todos indocumentados!

Los Pilgrim fathers eran puritanos antipapistas que luego de duras disputas políticas y religiosas con la iglesia anglicana se decidieron por la emigración. Declarándose súbditos del rey inglés Jacobo I, los puritanos se arrogaron el derecho de dictar sus propias leyes y de organizar su propia administración en América, sin permiso de los pueblos originarios.

Creyentes full time, los puritanos veneraban la Biblia, creían en la doctrina de la predestinación y condenaban el arte, el teatro y todas las distracciones mundanas. Pero cuando vieron que Dios no los salvaba del hambre, los indígenas los convencieron de que se dejaran de joder. De los "bárbaros", los puritanos aprendieron a cultivar la tierra y también aprendieron, sin leer a John Locke, que la cooperación era el único camino para la tolerancia y la convivencia.

En el decenio 1630-40 la migración de los White Anglosaxon Protestants (WASP) arreció. El enfrentamiento entre los pueblos nativos y los peligrosos inmigrantes se tornó inevitable. Y el 4 de julio de 1776 los WASP elevaron a mandato constitucional la noción liberal que, contradictoriamente, legaliza la noción conservadora que consagra la gran propiedad privada sobre la tierra.

Filosofía va, filosofía viene: la doctrina puritana de odio al infiel remontó vuelo militar, legal y pedagógico. En agosto de 1882, preocupado por el aumento masivo de la emigración, el gobierno de Washington dictó una ley para defender "los principios de la cultura anglosajona" (sic): limitar la emigración de pobres, criminales, enfermos mentales y "gentes de color", especialmente chinos. El capitalismo ideal soñado por Lincoln y Marx llegaba a su fin.

Cuando en Italia y Alemania las mayorías se alinearon con Hitler y Mussolini, la noción aritmética de democracia también dejó de ser ideal. Como en los tiempos de los Pilgrim fathers, el espíritu salvaje de "libre empresa" volvió nuevamente a abrirse paso, dando lugar a una ecuación fatal: a mayor libertad para traficar con espejitos y seres humanos, menor libertad para el libre tránsito de eso que hasta hace poco identificábamos como trabajadores y personas.

 
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