Héctor fue sepultado con la playera roja de la sección 271
¡Fox, asesino!, acusación en entierro del segundo caído
Digan la verdad, exigen obreros a reporteros y fotógrafos
Ampliar la imagen Familiares y amigos despiden al minero Héctor Alvarez Foto: Alfredo Domínguez
Lázaro Cárdenas, Mich., 22 de abril. A Héctor Alvarez, asesinado de un tiro en la frente, sus compañeros de gremio le brindaron despedida de héroe.
Hasta el panteón ejidal de la localidad La Mira, enclavado en una loma de la periferia de este municipio, llegaron decenas de trabajadores que exigen justicia, castigo para los culpables de la represión policiaca del jueves pasado. "¡Fox, asesino, asesino!", gritaban.
Héctor fue enterrado con la playera roja de los mineros de la sección 271 y, por la forma en que perdió la vida: "luchando", ya lo consideran un estandarte de la dignidad obrera.
Los dos jóvenes caídos durante el intento frustrado de policías federales y estatales por desalojar a los paristas de la Siderúrgica Lázaro Cárdenas-Las Truchas (Sicartsa) están ya bajo tierra. Héctor dejó huérfana a una pequeña de cuatro años, a quien su mamá pidió no voltear a ver cuando se deslizaba hacia la fosa el ataúd de madera.
Después del ritual fúnebre de rociar con agua bendita y aventar un puño de tierra al féretro, un grito de dolor cortó de tajo la ceremonia y el homenaje sindical.
"¡Mi muchachito, mi bebecito, te me fuiste de mis brazos!".. El llanto era de la madre del minero de Metal Steel, la misma mujer que al pie del ataúd permaneció en silencio ante lo que decían los líderes sindicales; aquellos que "vienen de la ciudad de México" y quienes se pusieron a hablar de estrategias, de acuerdos y de planes de acción, justo en una pausa de los rezos.
Los dolientes llevaron los restos mortales de Héctor Alvarez a la misa de cuerpo presente; luego, acompañados de música de banda -tal vez la que gustaba al obrero caído- empezaron un largo cortejo, de varios kilómetros, hacia el panteón, sin chistar por ese calor implacable de la costa michoacana.
Al llegar al camposanto, ya estaba preparada para él una pequeña capilla, insuficiente para dar cabida a tanta gente que quería dar el pésame a la familia, pero sobre todo para los mineros, quienes no dejaban de repetir que ahí estaba "el gran héroe que dio su vida por la lucha de los trabajadores y en repudio a los abusos de este gobierno".
"¡Héctor amigo, el minero está contigo! ¡Héctor, te fuiste, pero nunca te rendiste! ¡Héctor, escucha, seguiremos en tu lucha!", fueron las consignas exaltadas también la víspera, en el entierro de Mario Alberto Castillo.
Varios tomaron la palabra para denunciar la "canallada ordenada por el gobierno de Fox". Ahí también, frente a fotógrafos y reporteros, los mineros enderezaron su coraje contra los medios de comunicación. ¡Saquen la verdad, que digan la verdad. Por distorsionar la noticia, a cambio de unas cuantas monedas, está el compañero ahí tendido!, decían algunos.
Espera por "los que vinieron de México"
Luego, alguien pidió a los deudos que antes de llevar el féretro a la fosa esperaran unos minutos, porque estaban por llegar "dirigentes de México, de la Unión Nacional de Trabajadores". Más consignas, más alabanzas. Poco tiempo después aparecieron a un lado del ataúd los líderes del recién formado Frente Nacional por la Autonomía Sindical, espacio de lucha, pero también de solidaridad para el depuesto líder minero Napoleón Gómez Urrutia.
Primero habló Joel López Mayrén, de la Confederación Obrera Revolucionaria. Dijo que despedían a un sindicalista que supo defender con dignidad a los trabajadores. Mientras, Montserrat, la ahora niña huérfana, asomaba por ahí su carita y alguien ponía alcohol a su abuela en la nuca.
Los mensajes y el repudio colectivo a los "caciques mineros" continuaron. Tomó la palabra Isaías González Cuevas, dirigente de la Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos (CROC), quien empezó diciendo que los trabajadores están atentos a "esa embestida del gobierno federal".
Fue entonces cuando, ubicado a la izquierda del ferétro, relató a los presentes que el frente ha acordado llevar a cabo varias acciones: "un magno mitin" el lunes, donde exigiremos que salga de aquí la policía estatal; la renuncia de los titulares de la Secretaría del Trabajo y de la Policía Federal Preventiva, y para el 28 de abril un paro a escala nacional, así como un primero de mayo combativo. "Ya se nos informó que la Secretaría de Gobernación ha tomado el caso (de negociación con el sindicato)...
La familia cercana de Héctor y una señora vestida de negro, quien cantó y rezó los rosarios, seguían ahí, esperando el momento de volver a retomar el ritual.
El croquista siguió: "el compañero Hernández Juárez, aquí presente, pidió como condición para hablar con la Secretaría de Gobernación que participara el compañero Pavón (un integrante del depuesto comité de Gómez Urrutia); hemos acordado que vengan los del frente; formarán un escudo a los mineros por la pérdida irreparable, que es lo que más nos duele. No permitiremos que el gobierno haga de las suyas".
La señora de negro retomó las plegarias. Los dirigentes "que vinieron de México" dieron media vuelta para apartarse del lugar, pero alguien los invitó a quedarse. Los líderes se volvieron y murmuraron el Padre Nuestro y se persignaron.
Algunos no sabían quiénes eran los visitantes que venían con el líder local, Martín Rodríguez, a quien sí conocen. No faltaron los mineros que se acercaron a su dirigente seccional para preguntarle si quien estaba a su lado en el automóvil (Isaías González Cuevas) era "el Salazar" (secretario de Trabajo).
"¡Nooo, cómo creen, es el compañero de la CROC, si viene aquel fulano aquí lo linchan!"
Los dirigentes abandonaron primero el panteón; tenían prisa porque iban a encabezar un mitin frente a la puerta 2 de Sicartsa. Concluido el acto, los que "vinieron de México" tomaron el vuelo que los llevó de regreso a la capital.
Mientras, todo parecía más relajado en la guardia de los obreros paristas; mostraban más optimismo y menos sobresaltos que anoche, cuando andaban caminando en la penumbra, de un lado a otro, con piedras en las manos.
Y, lejos de los obreros valientes y optimistas, quizá a un par de kilómetros de ahí, el representante jurídico de la empresa, Alejandro González, advertía que las demandas penales contra los paristas seguían su curso. Y, también, sin que los obreros de guardia lo supieran, a unas cuantas cuadras de distancia, en un salón del hotel La Curva, los sindicalistas y los enviados del gobierno federal se aprestaban a llevar la incipiente negociación a otro lado, a la capital del país, porque esta entidad -como confió una fuente oficial- ya está rebasada. Aquí -lamentó- ya nadie tiene capacidad de resolver nada.