Ese no sé qué
Existen muchas Sevillas, la religiosa, la torera, la artística y la sensual. Estas semanas se expresarán estas Sevillas. Se iniciaron con la procesión del silencio y sus costaleros, y cante por saetas a la Virgen dolorosa y los piropos a su belleza que hablan de religiosidad. Una religiosidad que es magia pura, leyenda viviente que enlaza el pasado con el presente y que en los pliegues antiescleróticos del capotillo de sus toreros, vibra el alma popular para dar paso a la Sevilla torera.
Esa Sevilla torera que abrió la puertas de la Real Maestranza de caballería este domingo de Resurrección y es índice de elegancia, duende, pellizco y continuidad con la tradición: ¿qué otra cosa es el toreo que tradición religiosa? Detención del tiempo al ritmo de la vibra de las sensaciones. En la mente de los aficionados la herencia del toreo de El Gallo, Belmonte, Pepe Luis Vásquez, Curro Romero, sus toreros. Afición que ni exige, ni espera y no hay que apelar con ella a la súplica. Basta una verónica o un pase natural, uno solo. Al fin que de lo sublime y con esencia, poco. El trabajo voluntarioso y esforzado es otro torear, ese que vacía los públicos de las plazas.
Estas Sevilla recogen arbitrariamente a su capricho emociones que despiertan la sensualidad. Esa sensualidad que es un trazo de arte escondido como un espejo, Magia musical flamenca al ritmo del oleaje del Guadalquivir rematadas en la locura de la verbena de Farolillos; Sevilla sensual abierta por la religiosidad de sus fiestas, euforia pura, carnaval desnochado, que, convierte en un "no sé qué" el gusto por la vida que va de una plegaria, una mirada, un piropo, unas sevillanas, una verónica, a la íntima ternura del pase natural de sus mujeres rematado debajo de la cadera.
Es tal el sentido de la fiesta que la gente salió de la plaza en el inicio de la feria bailando por sevillanas, pese a que los toros de Núñez del Cubillo dieron al traste con la corrida y las expectativas de salir por la puerta grande de César Rincón, Morante de la Puebla y El Cid.