Usted está aquí: martes 11 de abril de 2006 Opinión TIEMPO DE BLUES

TIEMPO DE BLUES

Raúl De la Rosa

Juárez no debió de morir

Ampliar la imagen Imagen clásica de Benito Juárez, tocando la flauta mientras cuida su rebaño, que aparece en las monografías

Primera llamada

EN LAS HISTORIAS y biografías sobre Benito Juárez (1806-1872) no existen referencias acerca de su gusto por la música; es más, la mayoría lo han convertido en estatua de bronce. El otro Juárez es poco conocido: el padre de familia, el esposo, aquel al que le gustaba jugar dominó y bailar, sí, leyó usted bien: bailar. Por otro lado, ¿de dónde habrá surgido esa historia de que el niño Benito, cuando pastoreaba a sus borreguitos al lado de la Laguna Encantada, tocaba su flauta de carrizo?

DE PORFIRIO DIAZ sabemos que fomentó la instrucción musical pública en Oaxaca, pero en la historia oficial nuestros personajes son solemnes, enuncian fases célebres, bueno, salvo presentes excepciones, con frases que son de "poca".

LA CONMEMORACION DEL bicentenario del Patricio es buen argumento para reconocer esa catedral que es la música oaxaqueña creada por los habitantes de ese estado, en el cual -dicen- cuando se levanta una piedra aparece un pintor, un músico o un político.

ESTA ES UNA breve crónica escrita en primera persona sobre las vivencias musicales, gastronómicas, etílicas, pero, sobre todo, amorosas.

HA SIDO LA mujer la que me llevó a ese Nuevo Mundo cuando fui a trabajar al dique seco de la Secretaría de Marina en Salina Cruz, para reparar buques de gran tonelaje. Por las calles del puerto transitaban mujeres de enagua larga, Sandungas que se deslizaban y cortaban el aire de manera inquietante.

EN ESAS TIERRAS, los cohetes anuncian igual una festividad, una calenda o un velorio. La curiosidad me llevaba al origen de esos estallidos, hasta que un día me encontré en un velorio. Al día siguiente me incorporé al cortejo fúnebre, tras el ataúd, balanceándose en los hombros de algunos hombres, venían como en tragedia griega las plañideras, los deudos, los amigos y la banda, todos rumbo al camposanto.

"YO ANDABA BUSCANDO la muerte cuando me encontré contigo. De ahí tengo el corazón en dos mitades partido. La una le teme a la muerte, a la otra le espanta el olvido"*, escribió el ahora feliz y tercamente centenario don Andrés Henestrosa.

EN ESOS CAMINOS se madura más temprano, las shuncas primero y los hombres tras ellas.Armado de valor, mis amigos me llevan a la K Z de Tehuantepec en busca de Saúl Martínez, para llevar mi primera serenata a una morena de ojos biches que venía del Espinal, región femeninamente peligrosa: "Quién tuviera miel de colmena en la boca, para poderte besar". Para después sufrir que mi Naila con su ritmo de hamaca, así, suavemente, me abandonaba, tal como predijo el Chuy Rasgado.

Armados nuevamente, pero esta vez con cervezas heladas y mezcal casero, llegamos a La Ventosa, que no cesa de hacerle honor a su nombre. "Si comes totopos con frijoles y camarón de las salinas, nunca te vas a poder ir de aquí", me sentenció Doña Victoria. Cuánta verdad.

ENCARRILADO YA, ASISTO a una vela con tres mayordomas, en la que los dólares de oro refulgían en largas cadenas sobre los pechos de las tehuanas del hondo mar. Bandas por aquí y acullá, que sorprendieron a unos oídos que no esperaban el estallido de un caos perfectamente organizado y una euforia hasta entonces desconocidas.

Segunda llamada

AÑOS DESPUES ASISTO con una pelirroja de radiante cabellera, que dejó su impronta en dos bellas hijas, al Lunes del Cerro, ahora conocido como Guelaguetza (te doy, me das) y en una sola y ardiente mañana, aderezada con mezcal de pechuga, vemos sorprendidos los bailes de las ocho regiones.

DESFILARON ANTE NOSOTROS los sones del Istmo, los bailes de la región de Tuxtepec, los jarabes de la Mixteca y de la Sierra de Juárez, de La Cañada, los jarabes de betaza de los Mixes, chilenas de la Costa Chica y la imperial Danza de la pluma de los Valles Centrales.

DE REGRESO A esta ciudad-capital y en el aprendizaje en esos salones de prosapia, el Cocol y el Califas, intento bailar ese contenido y cachondo baile llamado danzón. Allí, en esos pisos, llevado por las manos y caderas expertas de matronas urbanas, bailo el cubano-mexicano Juárez y el danzón de danzones: Nereidas, de Amador Pérez Dimas, oriundo del Reino de Zaachila.

Y PARA TODOS esos millones de mexicanos que alguna vez hemos estado lejos del cielo, bajo el cual nacimos, surge la nostalgia en ese blusesote que es la Canción mixteca, de José López Alavés, compositor decimonónico, al igual, que aquel que tenía que nacer y vivir lo que vivió: Macedonio Alcalá, para poder escribir el himno regional: Dios nunca muere (me levanto de mi silla), y recreo esa historia que cuenta que las primeras notas de ese vals inmortal fueron escritas en la pared encalada a falta de hojas pautadas.

EL AMOR, UNA vez más, me convoca a la Antigua Antequera, a la boda en la que el que escribe era el pretenso, con novia de huipil de hilos de oro y el resplandor agitados por los aires de la Banda del Barrio de los 7 Príncipes, allá en San Felipe del Agua, con todo y mediuxga y al ritmo de las marimbas; nuestra real dádiva fueron los dos hijos que procreamos.

Tercera llamada

POCOS SABEN DEL tesoro mundial de órganos históricos que durante tres siglos se construyeron por toda la geografía oaxaqueña (1680-1900). Manos de artesanos indígenas copiaron los órganos barrocos españoles. El Instituto Oaxaqueño de Organos Históricos ha localizado cerca de 68 y ha restaurado siete, los cuales están en uso.

ESCUCHAR LAS PARTITURAS de Matías de los Reyes, extraordinario compositor y organista zapoteco, que forma parte de esa pléyade de músicos del glorioso barroco mexicano, en el órgano de la iglesia de Tlacochahuaya, es otra experiencia que nadie debe perderse.

FRENTE A LA colorida portada de Santa Ana Zegache, en un recorrido acompañado por Rodolfo Morales, que patrocinó la restauración de esta iglesia, tuve un esperado encuentro con una mujer que lleva el nombre de la patrona de los músicos, a la que alivié con un poco de lodo la picadura de una hormiga y que, desde entonces, compartimos ese patrimonio de la humanidad: la cocina oaxaqueña.

LA MUSICA DE bandas está presente en todos los ámbitos de la vida de los oaxaqueños, en toda festividad religiosa o cívica, bodas, bautizos o funerales. De la vida a la muerte. En las velas del santo patrón, las bandas preceden el paso de los pendones; esas bandas, que se forman en las postrimerías del siglo XIX, interpretan la música llegada de Europa al estilo y semejanza de sus oídos ancestrales.

LO ANTERIOR ME lleva a una de las más bellas experiencias de vida que he tenido. En compañía de tres artistas, del canto tradicional, del jazz y de la música barroca: Susana Harp, Héctor Infanzón y Horacio Franco, respectivamente, nos remontamos a las alturas, allí donde ningún conquistador posó su planta: Santa María Tlahuiltoltepec, en la Sierra Mixe, lugar de frío y de música. Era el fin de cursos del Centro de Capacitación Musical y Desarrollo de la Cultura Mixe, que ha formado una banda integrada por niños y jovencitos de esa región.

ESCUCHAR EN ESAS alturas a estos prodigios infantiles me llevó a un cielo tangible, de campesinos de huaraches y refajos, que conservan maravillosamente una tradición milenaria, por eso hacen lo que hacen y -sobre todo- cómo lo hacen, no hay más.

FALTAN DECENAS Y me angustio; de Alvaro Carrillo, que sabrá Dios dónde andaba de andariego por Pinotepa. De ese cúmulo de talentos jóvenes, que en el presente llevan la música de sus ancestros más allá de donde la encontraron: Lila Downs, Susana Harp y Georgina Meneses. Trovadores y compositores como el clan de Los López de Juchitán: Mario, Gustavo y el Guajiro. Grupos de jazz como el Nunduva Yaa, Ana Díaz. Oxama y varios más.

BAJO LOS CENTENARIOS laureles del zócalo que dan cobijo todos los domingos a la Banda del Estado, me regreso en el tiempo y me imagino a ese pequeño niño rubio que todos los domingos asistía en su triciclo a escuchar a esa agrupación. Años después el director Amador Pérez le concede, en un acto premonitorio, el derecho de dirigir la banda; la intuición no falló: el niño se llamaba Eduardo Mata (1942-1995).

RECOMENDACIONES: COMPREN PARA sus hijos el libro Juárez con la República bajo el brazo, de Ediciones Tecolote, cuya autora, Claudia Burr, ganó el Premio García Cubas para el mejor libro de historia infantil 2005, y también los cidís: Sones de tierra y nube, con la Banda del CECAM de Santa María Tlahuiltoltepec, y Con todo el corazón, de Georgina Meneses con la Banda Filarmónica de Santiago Zacatepec Mixe.

* Fragmento de la Ixhuateca con letra de Andrés Henestrosa

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