Un mundo en ebullición recuerda a sus difuntos, entre gran variedad de flores
Renovación anual de un soplo de vida en un cementerio de Juchitán
Colores y aromas inundaron ese lugar, que lleva el nombre Domingo de Ramos
La celebración comenzó hace una semana, cuando los hombres acicalaron las tumbas
Ampliar la imagen Mujeres del Istmo, en Juchitán, Oaxaca, durante la celebración del Domingo de Ramos Foto: Maritza López
Ampliar la imagen Las cruces y figuras elaboradas de palma constituyen un elemento indisociable de la celebración por los muertos que se realiza en Juchitán; a la derecha, el mercado de esa ciudad de Oaxaca, donde los puestos rebosan de dulces que sus pobladores adquieren para llevar a la tumba de los seres queridos, en un rito que se recrea año con año Foto: Maritza López
Ampliar la imagen Las cruces y figuras elaboradas de palma constituyen un elemento indisociable de la celebración por los muertos que se realiza en Juchitán; a la derecha, el mercado de esa ciudad de Oaxaca, donde los puestos rebosan de dulces que sus pobladores adquieren para llevar a la tumba de los seres queridos, en un rito que se recrea año con año Foto: Maritza López
Juchitan, 10 de abril. El centro de Juchitán amaneció florecido el domingo pasado. Toneladas de flores inundan la plaza principal y un gentío busca entre la oferta los colores y los aromas que habrá de comprar para llevarse al panteón, para ir a visitar a quienes se adelantaron en el camino sin regreso. Se trata del Domingo de Ramos, tiempo de estar en el panteón del mismo nombre para dar afecto a los difuntos.
Pero la celebración comenzó hace una semana, cuando los varones fueron a acicalar las tumbas. Si el muerto tiene ya varios años de haber partido, una construcción guarda los restos, con una cruz de madera que señala el nombre del pariente: Gonzalo Amarante, Aristeo Santiago o Gudelia Pineda.
Mas si la inocente paloma de Castilla tiene menos de un año de haber dejado este valle zapoteco de música y llanto, se le prepara una enramada, con carrizo fresco, con verde palma y un apisonado con arena recién llegada del río. Se barren los caminos, se deshierban las veredas de medio metro de ancho que hay entre las sepulturas, se instala el cableado para iluminar una velada que ha de durar toda la noche.
Ahora las señoras compran los racimos de rosas y azucenas, las jícaras de guie' xhuuba' -el jazmincillo del Istmo-, las ensartas de cacalosúchil. En casa se corta el tulipán, el cordoncillo y la bugambilia, se organiza la ida matutina para dejar la multicolor ofrenda en un cementerio donde caminan afanosas las mujeres, deteniéndose de cuando en cuando frente al sepulcro de un pariente, donde se les escucha decir ''ay, mamá, éstas son las flores que pude traerte, perdona la pobreza"; ''hijo, cuándo me llevará el Señor para estar contigo, no me hallo desde que nos dejaste".
Romería rumbo al cementerio
Por la tarde, con la luz crepuscular comienza la romería a dirigir sus pasos hacia el panteón; el innúmero gentío ingresa por todos lados: viene del barrio Lima, de la brava Séptima sección, del barrio de los alfareros, de los coheteros y los huaracheros; trae sillas, linternas, sápidos tamales de iguana y una sed interminable que paliará con cerveza.
Camina la familia entre los estrechos pasillos para instalarse en la tumba del difunto amado, empieza la verbena, un mundo en ebullición se instala en la incipiente noche, mientras por los techos la chamacada emprende funámbula correría.
Por la entrada y en el andador principal se alinean varios puestos. Por aquí, Fina Vallista anuncia las crujientes, doradas y dulces regañadas; enseguida Adelaida Bizu muestra en sus palanganas los dulces de ciruela, camote, chilacayota y limón.
Horchata, empanadas, garnachas y tlayudas llenan de gozo el corazón, y los pulmones se inundan con un mundo de aromas, en un lugar donde los muertos se llenan de vida.
A las puertas de la Semana Santa los juchitecos y las juchitecas revientan de zapotequidad, conviven con sus muertos en una visita que ya éstos pagarán en la conmemoración de Todos los Santos, cuando la ofrenda se hará en el altar de la casa.
Aprendizaje de maneras ancestrales
Pero hoy la noche se llena de llanto y música; de memoria apesadumbrada y felices carcajadas, de un soplo vital renovado cada año; de mujeres que visten sus largas enaguas y bordados huipiles, de hombres que caminan junto a ellas; de niños que sin apenas saberlo aprenden las maneras antiguas; de palabras que el visitante no entiende pero que son el baúl más entrañable de la gente nube, los binnizá.
Cuando las horas de la madrugada comienzan a contarse, la familia levanta los pertrechos, se sacude el polvo, se persigna, recoge la foto del pariente y emprende el camino de regreso a casa. Otra vez el tumulto se agolpa en la salida.