La insensata ley Sensenbrenner
En un mundo ideal no habría barreras a la migración, así como cada vez hay menos para el libre movimiento de bienes y capitales. Que algunas personas puedan viajar con libertad casi a cualquier lugar, mientras otras no pueden hacerlo es intrínsecamente repugnante e ineficiente. Los migrantes son generalmente personas emprendedoras que hacen prosperar a los países y a sí mismos. En particular, esa es la filosofía con la que se construyó Estados Unidos. ''Entiendan qué hizo la migración por Estados Unidos'', recordó George Bush al Senado cuando éste analiza las propuestas para reformar o restringir la inmigración.
En el mundo real, las democracias ricas intentan manejar el flujo de inmigrantes. La razón es que las personas, a diferencia de las mercaderías o de los dólares, llevan consigo su cultura y sus complicaciones. Estados Unidos, que tiene una larga frontera con México, país donde los sueldos son cinco veces menores, enfrenta un reto particular. Más de 11 millones de migrantes residen de manera ilegal en el país del norte y más de 500 mil ingresan cada año. Cuatro quintas partes son oriundos de México o de alguna otra parte de América Latina, reconoce el Pew Hispanic Center.
El flujo migratorio se ha convertido en un asunto cada vez más político, y no sólo a lo largo de la frontera. Puso a la Cámara de Representantes en contra del Senado y dividió tanto a los republicanos como a los demócratas. Hay que reconocer que Bush postula una reforma racional de la legislación migratoria, pero en esta materia no logra ser líder ni siquiera de su partido.
Los opositores a la legalización sostienen que los migrantes obtienen más en servicios de lo que pagan en impuestos. Argumentan que muchos carecen de capacitación y han deprimido los salarios a su mínima expresión. Algunos estadunidenses se sienten amenazados por una ''invasión'' de hispanohablantes. Más susceptibles a raíz de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, los estadunidenses están alarmados por la relativa facilidad con la que se puede penetrar en su territorio. Esta manera de pensar ha radicalizado a los chovinistas del Partido Republicano, quienes perciben al tema como un factor para ganar votos en las elecciones intermedias.
En diciembre la Cámara de Representantes aprobó la iniciativa Sensenbrenner, la cual pretendía paralizar la inmigración ilegal, tipificar como delito que cualquiera (incluso familiares) ayudara a los inmigrantes indocumentados, y destinar recursos a construir un muro en la mayor parte de la frontera.
Era una iniciativa no sólo problemática, sino incluso menos fácil de aplicar que la legislación vigente. Su severidad provocó reacciones. El 25 de marzo, casi 500 mil personas tomaron las calles de Los Angeles y se realizaron protestas similares en otras ciudades. Hasta ahora, las manifestaciones han sido más grandes que las convocadas contra la guerra en Irak.
Los opositores a la ley Sensenbrenner integraron una alianza entre grupos empresariales, la Iglesia católica y los latinos. Han hecho varios señalamientos. Uno es que no tiene sentido penalizar a familias que trabajan con ahínco. Otro es que los inmigrantes han ayudado a que las empresas, ranchos y fábricas sean más competitivos, al efectuar trabajos que los nativos se niegan a hacer. La Oficina del Presupuesto del Congreso informa que los migrantes han reducido hasta en 10% los salarios de un número cada vez menor de desertores de preparatoria originarios del país, pero que ninguna reducción puede ser permanente. Los latinos se asimilan, aunque de manera más lenta que otros grupos de migrantes. A fin de cuentas, el norte no es fácil de alcanzar: más de 400 mexicanos murieron el año pasado al tratar de cruzar la frontera.
Construir caminos, no muros
Muchas de las figuras principales de ambos partidos, desde John MaCain en la derecha hasta Ted Kennedy en la izquierda, favorecen la fórmula de transacción impulsada por Bush. El 27 de marzo, en el Comité Judicial del Senado, su opinión prevaleció. Por 12 votos contra seis aprobaron un proyecto de ley que combinaría una fuerza fronteriza más severa con un esquema bajo el cual los indocumentados actuales podrían obtener una visa y, a la larga, la ciudadanía. Cada año se emitirían más de 400 mil visas para los recién llegados. Con mucha probabilidad ese es el mejor arreglo que podía alcanzarse por el momento, pero hasta ahora el Senado no aprobó nada.
Cuando en 1994 entró en vigor el Tratado de libre Comercio de América del Norte (TLCAN), se esperaba que la economía mexicana se emparejara rápidamente con la de Estados Unidos. Eso no ha sucedido. A finales de los años noventa, el PIB mexicano creció la mitad que el de EU. No hace mucho, China desplazó parcialmente a México como proveedor de manufactura a bajo costo. En la actualidad la creación de empleos decentes en México sólo alcanza para alrededor de una cuarta parte de los 800 mil mexicanos que ingresan a la fuerza de trabajo cada año.
Para EIU, la manera primordial en que el próximo presidente de México, quien será elegido en julio, podría cambiar esta situación sería presionando por las largamente aplazadas reformas fiscal, energética, laboral y de leyes sobre competencia. Pero hay una forma en la que EU podría ayudar. La falta de carreteras y autopistas ha propiciado que los beneficios del TLCAN se restrinjan al norte de México, en lugar de llegar al centro y el sur, regiones más pobres, de donde provienen muchos migrantes. Un fondo norteamericano de infraestructura -en el cual EU invirtiera conjuntamente con México- tendría más sentido que gastar recursos en un muro fronterizo. A la larga, un México más próspero significará que EU sea más rico y más seguro.
FUENTE: EIU