Usted está aquí: martes 11 de abril de 2006 Política Arde París

José Blanco

Arde París

Hace aproximadamente un año, algunos medios de prensa europeos y estadunidenses publicaron artículos de opinión con el título de éste. La violencia se había adueñado de las calles, coches incendiados, asaltos a puestos policiacos y disparos contra policías y bomberos. La mecha se incendió cuando dos jóvenes de Clichy-sous-Bois (norte de París) murieron electrocutados en un transformador al sentirse perseguidos por la policía. Nicolas Sarkozy, a la sazón ministro del Interior, había avivado el fuego al hablar de "gentuza" y abogar por la tolerancia cero contra las bandas juveniles.

En realidad cada día de entonces Francia mostraba el fracaso de toda Europa para integrar a los inmigrantes, especialmente a los musulmanes. La mayoría de los jóvenes levantiscos en la periferia de París nacieron en Francia de padres norteafricanos y hablan francés; pero esta segunda generación de inmigrantes, si bien siente vínculos con Francia, también ha visto claro desde entonces un futuro oscuro; ahí radica el problema. El rudo Sarkozy sufrió entonces un ostensible fracaso con su plan de mano dura, y un Dominique de Villepin, que venía del Consejo de Seguridad de la ONU con los laureles en alto por no haberse plegado a la letra a las decisiones de Bush en relación con la invasión de Irak, brilló con banderas desplegadas por su actitud conciliadora y comprensiva. Le valió la cartera del Interior y una buena posición para contender por la cúspide del poder en París.

Pero, por obra del propio De Villepin, ahora la oscuridad laboral se extendió a los jóvenes universitarios de clase media de edad hasta 26 años que indignados protestan contra el contrato de primer empleo aprobado por el Congreso Nacional; una especie de contrato a prueba con un límite de dos años sin indemnización por despido. La intensa respuesta social la hemos vivido durante semanas. Es posible que ayer lunes el gobierno francés haya dado marcha atrás (este artículo fue escrito antes de conocerse la decisión).

La retractación del gobierno no solucionará nada. El Estado de bienestar francés encaja mal en el mundo globalizado. Es hoy muy caro y nada competitivo. Nació en 1945, en que se aprobó la creación de los comités de empresa en las compañías con más de 100 asalariados; meses después se fundó la Seguridad Social; luego una oleada de nacionalizaciones permitió al Estado asegurarse gran número de servicios públicos, controlar la energía, el sector bancario, las aseguradoras y algunas empresas estratégicas. Es decir, entonces fueron creadas las instituciones actuales, incluida la Ecole Nationale d'Administration (ENA), que forma la elite que dirige el Estado y la economía.

El rector de la Sorbona ha dicho que los universitarios a los que se sumaron los sindicatos y que movilizaron el 29 de marzo pasado a 3 millones de personas "tienen 20 años con una mentalidad de 60. Nuestro sistema educativo es arcaico, inadecuado para las demandas del mercado de trabajo. En las aulas se impone una visión falsa de las cosas, una ilusión. Muchos profesores detestan la empresa, consideran que está ahí para explotar a los trabajadores y obtener beneficios escandalosos... Los estudiantes tienen hoy un discurso ideológico de un arcaísmo increíble, un discurso arqueomarxista fuera de tiempo. Aspiran a que todo se los dé resuelto el Estado. Rechazan el riesgo, todo lo que exige un esfuerzo de superación".

Pocos alegatos describen mejor el nudo que asfixia a Francia y que, a la corta, puede extenderse al conjunto de Europa. En el mundo globalizado de hoy la competencia es feroz y está basada en un desarrollo acelerado científico tecnológico, que se aleja cada vez más velozmente de las posibilidades europeas.

Un estudio realizado por la OCDE muestra la tasa de crecimiento de la productividad multifactorial o productividad total de los factores. De la década 1980-1990 a la de 1990-1999, mientras Estados Unidos, Noruega, Canadá alcanzaron un índice de alrededor de 0.5, Australia, Dinamarca, Australia, Irlanda, Suecia y Finlandia llegaron cerca de 1.0 puntos; entre tanto, Alemania, Bélgica, Austria y Francia estuvieron debajo de -0.5 puntos. Si se considera que este indicador suele incluir los niveles de inversión, la razón capital/trabajo, el desarrollo científico tecnológico, la utilización de la capacidad instalada, el "capital humano" (el grado de formación educativa de la población), las leyes y normas gubernamentales, el comportamiento de los sindicatos y otros elementos, es fácil percibir que las diferencias entre unos y otros países en su comportamiento reciente es abismal.

Hoy los franceses y otros europeos, puede decirse, están en la hamaca y sus rivales comerciales están trabajando a todo tren. Y no es el caso de que cada quien su vida. La globalización tiene atrapados a todos, y a todos "califica". Esto no cambiará, a menos que Europa logre trocar la agenda internacional y las reglas del juego de la economía mundial. Los planes de De Villepin no llegan ni a placebos.

 
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