La música callada
Rafael de Paula empaque y corte de torero grande, apareció este sábado pasado en el patio de la puerta de cuadrillas de la plaza monumental de Las Ventas, de Madrid, llena hasta el tope, para recibir el homenaje de esa afición, en un festival en que actuaban mano a mano Joselito y Morante de la Puebla, que se paralizaron con la presencia del torero gitano.
Rafael de Paula caminó hasta el centro del redondel, en medio de una ovación que parecía no terminar. Ese ruedo donde realizó las faenas más toreras que imaginarse pueda. Al igual que salió la mayoría de las veces, en medio de las broncas más furibundas que registre ese coso, como muerto momificado en tributo de amor y superstición. Cumplió el destino de su raza gitana y difundió la magia heredada de sus antepasados con el rostro atezado por el sol.
Rafael de Paula, hijo de una raza antigua y misteriosa, llevó la fatalidad gitana a las plazas de toros, en su toreo. Símbolo del andar y andar siglos y siglos al son del rubio pandero. Torero diferente al resto de la torería, que, con una verónica, una sola o, un remate con la media, vertical y llena de señorío, dejaba a los que lo vimos, con un recuerdo imborrable.
Rafael de Paula, conocedor del Gran libro, que encierra el secreto de la muerte. El arte de estar muerto al torear, cuando se inspiraba. Ese salirse del "yo", lo conciente y enfrentar el toro bravo, al que veía en los espejos mágicos. Lo mismo para fundir en el amor y la muerte, el toreo, o salir apanicado y terminar en la cárcel. Toreo con las palmas de la mano -no las muñecas- en comunión de sangre y superstición en fatalidad terrible, ese torear al son de "la música callada del toreo" como aquella tarde única del otoño madrileño del 87 en que "descubrió" el toreo.