Usted está aquí: miércoles 5 de abril de 2006 Opinión Fox, Calderón y la guerra sucia

Luis Linares Zapata

Fox, Calderón y la guerra sucia

El PAN y sus capitanes, promotores y cauda de consejeros que los acompaña en su desesperada lucha por prolongarse en el poder, han decidido adentrarse en los meandros de la guerra sucia electoral. No reparan, faltaba más, en mientes, cómplices, compañeros de viaje o recursos. Dejan para un segundo plano mostrar ante el electorado una mejor oferta y atenerse a ella. Tampoco confían en las razones en que se apoya su intento para dar continuidad al proyecto de gobierno que representan. O ayudar a los ciudadanos a formar sólidos juicios individuales para que ensanchen su capacidad de escoger. Nada de eso les complace, menos aún les parece suficiente. Ahora se trata de desprestigiar al adversario de una manera lateral, cobarde, insidiosa, haciendo uso de los peores métodos del ancho catálogo de las difamaciones, de los golpes traperos, de la infamia y la mentira encubierta con imágenes trucadas. Catálogo lodero que siempre es actualizado por aquellos que ya no tienen recursos lícitos para empujar sus ambiciones. No han dudado los panistas encumbrados en recurrir a formas aviesas, a falsos contenidos y a través de cualquier medio o personero disponible. El objetivo que justifica sus medios es detener, al precio que sea, al avanzado que se aleja. Al final, piensan para justificarse, la República habrá de agradecerlo. México podrá contar, de nueva cuenta, con una administración de gerentes, asesores yunqueros amafiados y un presidente que tiene que lavarse las manos continuamente.

En torcida mancuerna, Fox y Calderón han ido acompasando sus discursos cotidianos con toda esa otra campaña de ataque frontal a López Obrador. Es una estrategia diseñada desde e imbuida con el espíritu rastrero que impone la propaganda indigna. Lejos quedaron los principios y los postulados de aquel PAN que se plantaba con tozuda valentía ante la adversidad para sostener las más claras y hasta elegantes formas de hacer política. La democracia fue el horizonte de aquellos panistas. Con ella, y por eso mismo, sus métodos siempre fueron abiertos, apegados a derecho, con estrictas normas éticas y en busca del bien común. No lograron vencer en las urnas durante largos, angustiosos periodos en la ruda contienda por los puestos públicos, pero se mantuvieron dentro de la línea marcada por sus insignes fundadores. Se ganaron el respeto de crecientes franjas de la población, se asentaron como fuerza política de consideración y contribuyeron, de manera destacada, al dilatado, a veces titubeante y hasta frustráneo proceso de transición, hacia una vida cada vez más digna y democrática.

Por estos movidos días, los panistas, y en particular sus dirigentes circunstanciales, han hecho a un lado tan apreciable herencia. Lo único que parece interesarles es la conquista del poder, sin reparar en métodos, contenidos y cómplices. Ni la disyuntiva planteada como reto por el Calderón de otros tiempos (ganar el poder y perder al partido) rige más. Por la perniciosa ruta que han elegido con seguridad perderán el partido y, lo que sería en verdad irónico, tampoco podrán, a pesar de los sacrificios y de los apoyos negociados, continuar al frente del Ejecutivo federal. La forma en que negociaron la cesión de derechos y bienes públicos los dirigentes partidarios, legisladores panistas, y en lo personal Calderón, con motivo de la llamada ley Televisa, es testimonio de los excesos a que llega su proyecto de continuidad. Tal como les espetó el dirigente empresarial de Guanajuato, partidario suyo: se olvidaron de la sociedad y ahora gobiernan en contra de ella.

Fox y Calderón se han ligado con fuerzas por demás desprestigiadas (salinismo) y han recurrido a flagrantes mentiras como argumentos para denostar a uno de sus rivales, el más avanzado, aquel que encabeza las preferencias de los electores: López Obrador. Empezaron por prestar atento oído y adoptar la especie que descubre, desde las páginas mal escritas de un pasquín con ínfulas de diario, inexistentes conspiradores venidos desde la Venezuela de Chávez. Machacan sin recato sobre ridículos paralelos entre ese mandatario y el tabasqueño de sus odios. Apuestan a la repetición al infinito como método que logrará inculcar, en el incauto electorado, un rechazo plagado de temores. Siguieron con la ocurrente escena de unos ladrillos sobrepuestos que se derrumban empujados por el peso terrible de las deudas irresponsables que Obrador contrajo (según su falsa cuenta) cuando fue jefe de Gobierno en la capital. Y le aseguran, sin otro fundamento que un cretino pronóstico, la crisis terminal del país. Pocos podrán creer tal patraña y ésos, si los hay en verdad, quizá son los que ya imaginan, con el desasosiego concomitante, horas de pavor a la vuelta de la esquina.

Pero Calderón, los directivos del PAN y sus múltiples consejeros no han mostrado en su intentona la finura de los perversos. Se han lanzado a la guerra sucia con sus uniformes personales, con las propias firmas, a respaldar las insidias que difunden. No tardarán en regresarles trasmutadas en golpes demoledores. Uno se los acaba de asestar la Suprema Corte de Justicia de la Nación al mandar callar a Fox. Lo peor sería que por esa bola de espots desgraciados terminaran triunfando en la contienda. Tendrían entonces que gobernar con otros miles, cientos de miles de espots adicionales, confeccionados con el mismo sello, porque base de sustentación ciudadana no podrán conseguir, pues quieren dar a los mexicanos más, mucho más de lo mismo.

 
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