Usted está aquí: miércoles 5 de abril de 2006 Opinión Médicos y medicinas

Arnoldo Kraus

Médicos y medicinas

Las interacciones entre médicos y compañías farmacéuticas son muy complejas. Dado que la inmensa mayoría de los seres humanos enfermarán una o varias veces, mucho de lo que sucede entre doctores y compañías farmacéuticas es de la incumbencia de la opinión pública. El entramado es complejo. Pensemos en el siguiente triángulo.

En una esquina figuran los médicos quienes deben fungir como abogados de los enfermos; en otra, las compañías que desean vender sus productos; y en la última los pacientes que acuden confiados en que los doctores son personas leales y que en su campo de trabajo la ética es un bien invaluable. En el centro hay otra serie de escollos desagradables como son las compañías aseguradoras, que en general afectan tanto a enfermos como a galenos, la inaccesabilidad a bastantes medicinas y estudios de laboratorio por motivos económicos y la saturación de muchos servicios médicos que impiden diagnosticar y prescribir adecuadamente.

El poder de las empresas farmacéuticas es inmenso no sólo por lo que ganan, sino porque lo que producen es indispensable. Muchas empresas grandes son conscientes del desagrado que existe en no pocos sectores de la población y en algunos medios de publicidad, donde suele acusárseles de ganar cifras millonarias, de no ser solidarias y de carecer de principios éticos. Recientemente, como respuesta a esos embates, algunas han optado por pagar desplegados en los periódicos en los que anuncian su compromiso con los pacientes y su afán por lograr que la ciencia sirva, ante todo, para combatir las enfermedades.

A pesar de que lo anterior es cierto y de que es también veraz que las farmacéuticas "serias" invierten cifras millonarias en investigación, a diferencia de las "marcas patito", y de que apoyan la difusión de la ciencia al costear congresos médicos, o la publicación de revistas, son muchos los renglones lóbregos en las relaciones entre doctores, compañías y, en muchos sentidos, con los enfermos.

Las compañías que producen fármacos suelen seducir a los médicos de muchas formas, unas "sencillas y transparentes", otras "complejas y oscuras". La seducción tiene muchas caras. Enumero algunas: la visita del representante médico que regala muestras o que convoca a desayunos o comidas; la llamada telefónica del laboratorio que invita a la presentación de nuevos fármacos sufragando el tiempo del médico; el pago de la estancia, de los vuelos y de los gastos a congresos médicos; el remuneramiento por hablar en congresos sobre el producto de la compañía; la rifa en congresos de computadoras o de viajes -en una ocasión escuché lo que comentaban dos representantes médicos: "Si quieres saber quiénes son doctores arroja un hueso y los identificarás"-; las compensaciones por realizar investigación o consultorías; las retribuciones por colaborar anónimamente en algunos estudios "de investigación", etcétera.

Todo ese tipo de regalías e invitaciones deben confrontarse contra la ética del galeno y los intereses de éste con la figura del enfermo. No es fácil escapar a las "prestaciones" de las compañías porque muchas parecen inocentes y buenas, y otras ostentan disfraces éticos e incluso científicos. Y no es tampoco fácil porque es evidente que para muchos médicos esos premios resultan atractivos. Recuerdo a un colega que se ufanaba ante sus pacientes de que había conocido buena parte del mundo por haber recetado incontables veces Viagra -ignoro si él la utilizaba, si acaso le servía o si sexualmente funcionaba como lo hacía su cerebro.

Los conflictos de interés entre médicos y compañías farmacéuticas son evidentes. Es preclaro que los galenos deben anteponer los intereses de sus enfermos, la integridad de su propia persona, la ciencia médica como servicio y el altruismo a los dictados de las empresas farmacéuticas. Es obvio también que deben alejarse de todo sesgo al prescribir y que el leitmotiv de sus acciones siempre debe ser el paciente. La responsabilidad del médico es fundamental si se considera que el enfermo es un ser vulnerable, que requiere protección y que acude a él confiado en la ética de la profesión. Es también cierto que mantener la distancia con las farmacéuticas, ya sea en el consultorio o en las universidades u hospitales, donde se realiza investigación, no es una labor fácil. Y no es fácil porque las compañías suelen adelantarse. No en balde saben los caminos para cortejar a los médicos. Se dice que gastan mucho más en corromper a los médicos que lo que invierten en investigación.

En Estados Unidos se publicó recientemente un artículo en el que se sugiere que sólo sean los centros académicos los que negocien con las compañías. Se invita a los galenos a seguir una política que denominan "límite cero dólares" para evitar que las relaciones entre médicos y farmacéuticas se enturbien. Las ideas son buenas. Cumplirlas será muy complicado. Lamentablemente, la mayoría de los doctores usufructuan esas ofertas mientras que la ética, materia cada vez más intangible, sigue ocupando un pequeño rincón en los currículos médicos.

 
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