Usted está aquí: miércoles 5 de abril de 2006 Política Roma sigue llorando a Wojtyla, Ratzinger no

Bernardo Barranco V.

Roma sigue llorando a Wojtyla, Ratzinger no

El Vaticano sigue girando en torno al papa Juan Pablo II aun después de haber transcurrido un año de su deceso. Después de aquellos funerales planetarios, rodeados mediáticamente de espectacularidad y fastuosidad medieval, sigue llorando la muerte de Karol Wojtyla y se prepara para santificarlo de manera súbita, contraviniendo todas las normas que impone el proceso: guardar un mayor y prudente lapso de tiempo y ahondar en las investigaciones. Y es que el personaje, más allá de la papolatría promovida por Roma, ha calado hondo no sólo entre la catolicidad, porque Juan Pablo II se convirtió en un apreciado líder moral a escala internacional, en un mundo y en una época carente de liderazgos efectivos. En el fondo, este larguísimo duelo de la curia romana se debe, fiel a su costumbre, a la pretensión de capitalizar la imagen y la figura de Wojtyla, que tantos dividendos le ha aportado. Este culto excesivo a la personalidad pretende explotar su carisma en una fuerza de convencimiento dirigida a la sociedad moderna secularizada para que redescubra su raíz cristiana. En otras palabras, esto significa la utilización de la memoria del personaje para reafirmar la centralidad, el peso y la fuerza de la Iglesia católica en la circunstancia actual que vive la humanidad.

De tal suerte que el hecho de que 4 millones de fieles hayan desfilado delante de la tumba del pontífice matiza cualquier iniciativa de su sucesor. Por ello, Joseph Ratzinger, el cardenal intelectualmente más influyente en Juan Pablo II, ahora papa Benedicto XVI, no aspira a competir, sino más bien a capitalizar el fenómeno. Existe evidente continuidad, sin embargo: el nuevo Papa ha marcado otro estilo porque no tiene ni los dones carismáticos de su antecesor ni su actitud protagónica y mediática.

Benedicto XVI, nos dice Emile Poulat, destacado sociólogo francés, será un hombre de Estado, punto. Buscará transformar este carisma personal en un recurso simbólico para reafirmar el principio de autoridad. Hay más que cambios en las formas; el nombre mismo que eligió Ratzinger sorprendió a muchos expertos que imaginaron la posibilidad de mudanzas; sin embargo, Benedicto XVI, más eurocéntrico, mediáticamente opaco y tímido, hasta ahora ha mantenido consistencia en la continuidad.

Poco o casi nada ha cambiado en Roma; fuera de algunos ajustes menores, el papa Benedicto XVI ha mantenido al dicasterio, los personajes que mueven, administran y operan el Vaticano son prácticamente los mismas que gobernaron en los últimos diez años; la escuela y el cuerpo diplomático se mantienen intactos, por lo que la tesis de la continuidad se fundamenta en hechos. Por ejemplo, en el sínodo de obispos sobre la eucaristía (octubre de 2005) no hubo giros y Roma se mantiene inflexible ante cualquier intento de innovación en el terreno litúrgico; Ratzinger ha mantenido sólida la posición de centralización romana, tan criticada por los episcopados locales, ávidos de mayores márgenes de movimiento, libertad y capacidad de maniobra. En este mismo tenor, en el último consistorio nombró a numerosos cardenales catalogados de conservadores, manteniendo una supremacía eurocéntrica, que en el fondo determina por mayoría al sucesor pontificio. Inmerecida, según analistas por la agónica crisis cultural del catolicismo en Europa. Imposible pasar por alto la postura del Vaticano sobre la ordenación de homosexuales y el disciplinamiento a los frailes franciscanos de Asís, para acotar los encuentros entre ecologistas cristianos y militantes de la izquierda italiana que había encontrado en los monasterios franciscanos espacios de encuentro y de diálogo.

Fiel a su tradición, Ratzinger continuó persiguiendo a los teólogos heterodoxos; el caso más reciente ha sido el del jesuita Juan Masiá, quien fue cesado como director de la cátedra de Bioética de la Universidad Pontificia de Comillas, así como de la prohibición a la editorial Sal Terrae de vender y reditar su libro Tertulias de bioética. El argumento esgrimido es que recomienda el uso del preservativo para evitar un embarazo no deseado y un aborto.

Probablemente durante este año lo rescatable de Benedicto XVI sea su encíclica Deus caritas est, novedosa y didáctica manera de explicar las diferentes dimensiones del amor y de la solidaridad humana, así como su viaje a su natal Alemania, en el verano de 2005, donde abrió a la Iglesia católica al diálogo interreligioso. En la dimensión político-religiosa, el Papa ha venido reafirmando el catolicismo como factor que restituya la matriz de los valores occidentales y europeos no sólo religiosos, sino también civiles y nacionales en países como España, Italia, Francia y, obviamente, Polonia. Ratzinger propone, asimismo, reabrir la discusión sobre el principio de separación Iglesia-Estado, replanteando la laicidad; en otras palabras, la Iglesia católica podría buscar ese viejo sueño de recristianización en un mundo secular a la deriva.

Recientemente, ante la asamblea del Partido Popular europeo, Benedicto XVI aseguró que el "laicismo constituye una amenaza para la democracia", aconsejando a los católicos a votar por aquellas propuestas acordes a los principios doctrinales de la iglesia.

Finalmente, muchos intelectuales cristianos comparten temores de la continuidad del tobogán conservador. Pongo como ejemplo la reflexión de Otto Maduro -sociólogo venezolano, católico, radicado en Estados Unidos-, quien sostiene que todos estos aspectos dan la impresión de que el Papa más bien va a profundizar la dirección que ya tenía trazada su antecesor abandonando algunas de las cosas que se veían en términos de flexibilidad social frente diversos temas, y que se acentuará un creciente autoritarismo, sexofobia, homofobia y cierto machismo senil, por lo que el diálogo y encuentro con la cultura contemporánea serán aún más difíciles. Mucho y nada ha cambiado en Roma; sigue viva la presencia de Juan Pablo II, El Grande.

 
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