Desconocidos entre sí se reúnen en una casa cualquiera y disfrutan platillos improvisados
Ghetto-Gourmet, desde la clandestinidad, de los sitios más cotizados en California
Evade reglamentos para restaurantes, pero los clientes consideran la experiencia "caótica y divertida"
San Francisco, 22 de marzo. Ghetto-Gourmet es considerado uno de los restaurantes más solicitados de San Francisco y alrededores, pero no aparece en la guía telefónica ni en la gastronómica.
No hay cartel en la entrada, ni carta de vinos, ni camareros elegantes. Tampoco hay sillas. En pantalones de mezclilla y calcetines, Jeremy Townsend saluda a los clientes que lograron uno de los codiciados lugares en su "anti-restaurante".
La dirección de esta aventura culinaria un lunes de febrero por la noche es la de una pequeña casa en una calle tranquila de Berkeley. Fue enviada a los invitados sólo pocos días antes por correo electrónico.
"Nos encontramos en casa de gente que permite que pongamos patas para arriba su sala y que deja entrar a extraños", explica Townsend, de 29 años, organizador de estos eventos. Este "experimento casi anormal de ver cómo mucha gente entra en nuestro salón y disfruta allí de la comida" fue para el californiano Carl Sommers estímulo suficiente para transformar su casa particular, durante una noche, en restaurante ilegal.
Previamente, él mismo fue invitado a una cena de Ghetto-Gourmet en la vecina ciudad de Oakland. Veintiséis personas están sentadas sin zapatos, una junto a otra, en dos largas mesas sobre una alfombra y varios almohadones.
Experimentación caótica
Tomando una botella de vino, que ellos mismos trajeron, se conocen rápidamente. Al lado, en una minicocina, la cocinera Cynthia Washburn prepara con tres asistentes el menú de cuatro platos.
Le gusta esta "experimentación caótica". Nadie le dice qué debe cocinar, no se respira esa atmósfera anónima típica de un restaurante y, en vez de eso, reina la improvisación, comenta Cynthia entusiasmada, mientras prepara remolachas y rellena unas gallinas con arroz. Que el horno no calienta bien y las 26 gallinas tengan que hacerse finalmente en la cocina del vecino no altera a la cocinera. Tras los dos primeros platos -uno de ellos sopa de ajo- y las acusaciones de un comediante y un músico de blues, el ambiente es óptimo.
"La comida es mejor y es mucho más divertido que un restaurante normal", comenta Ezra Malmuth, de 22 años, quien asegura que el equipo de cocineros tiene "nervios de acero".
A Susanne Peitso no le importa renunciar a la comodidad de otras cenas. Sólo hay un cubierto para cada uno. Y el vino lo sirve ella misma.
"Tengo puestos pantalones elásticos y me levanto de vez en cuando", dice esta maestra de 62 años.
Jeremy sirve el tercer plato. Tarta de almendras con ruibarbo y creme frajche. Son las 22 horas y el postre se sirve antes del plato principal. Las gallinas se están haciendo en la cocina del vecino, se disculpa el gourmet por este inconveniente.
"Concepto muy anticuado"
Desde hace dos años, el ocurrente empresario cocina "en la clandestinidad". Las reservaciones para las tres cenas que prepara por mes se agotan con meses de anticipación. Por correo electrónico y por el boca a boca, invita de manera espontánea a estas comidas de 30 dólares.
Lo que en el ambiente es considerado lo más moderno es para Jeremy "una idea totalmente anticuada"; consiste en reunir a personas que no se conocen entre sí para compartir una buena comida. En Cuba y Hong Kong estas comidas son tradición, afirma. En Estados Unidos, sin embargo, su actividad se mueve en una zona gris en cuanto a lo legal.
Ghetto-Gourmet no está registrado ante las autoridades sanitarias de la ciudad. Mientras cocine en diferentes casas particulares, puede evitar cumplir con los reglamentos para restaurantes, creen sus administradores.