Usted está aquí: jueves 16 de marzo de 2006 Opinión Edi y Rudy

Olga Harmony

Edi y Rudy

Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio es un autor que en los últimos años no sólo se ha dado a conocer, sino que acumula premios y menciones y algunas de sus obras se escenifican con gran éxito. Es, pues, un escritor ampliamente conocido, aunque no todos sus textos -ya publicados- han tenido los montajes respectivos. En el medio se le llama Legom, por las iniciales de sus muchos nombres y apellidos y la obra que le conozco, por lecturas y por haberlas visto en los escenarios, muestran a un dramaturgo de singulares características con propuestas que ya son identificables. Si sostiene que Esquilo fue su maestro, como afirma Luis Mario Moncada en el programa de mano de Edi y Rudy, su más reciente estreno, puesto que la acción más violenta nunca ocurre en escena, hay otras particularidades suyas que podrían marcarse y que recorren su escritura, por lo menos hasta este momento, aunque quizás sea muy pronto para subrayarlas en un autor en constante y plena producción, pero creo que vale la pena detenerse en ellas. Se ocupa siempre de los seres fracasados, en ambientes de clase media baja, con situaciones de gran desencanto a través de diálogos plenos de salacidad, extremadamente soeces. Como todo buen humorista, es muy hiriente con sus criaturas pero, a pesar de ello, existen siempre -o casi siempre- entre ellas el victimario, el que tiene la autoridad y la víctima propiciatoria. No se podría decir que muestra a la humanidad, sino a lo peor de ella y nos hace reír con las desdichas de sus pequeños seres con comportamientos más cercanos al esperpento que al absurdo, a pesar de lo extremo de muchas de ellas. Aquí es donde quizás haya un peligro que puede consistir en que la brutalidad de sus diálogos lleve al espectador a disfrutarlos tal cual, descuidando ese subtexto que es la verdadera historia que nos está contando.

Edi y Rudy son dos hombres casi clownescos en su desamparo, que se dedican al fraude con singular mala fortuna. El primero es la figura dominante, mientras que Rudy se subordina en todo al amigo, a pesar de un amago de rebeldía que no cuaja y en el proyecto final del inventivo Edi resulta la víctima -como antes lo fueron esos niños discapacitados a los que no vemos, pero que ambos observan por una ventana-, y son sus múltiples desdichas las que van conformando la acción escuchada a través de los diálogos y que provocan la risa, aunque ambos personajes se van perfilando a través de la palabra y lo que cuentan. El final es tan abierto como lo es toda la obra del autor, aunque no dejemos de sospechar lo que ocurrirá tras el último telón. El filoso ingenio del autor se burla de los programas asistenciales como lo hace de todo lo humanamente deseable.

Como todos los textos que se basan en el lenguaje, así sea tan soez como el de estos dos individuos, no es fácil escenificar éste. Carlos Corona realiza una dirección menos imaginativa y más convencional que las otras que se le conocen, pero pone todo el acento en que se escuche bien lo que se dice y su trazo hace hincapié en la prepotencia del uno y la sumisión del otro con los lugares en donde se sientan, o dónde se paran y, sobre todo con actitudes que acaban de mostrar las características de cada uno. Por ejemplo, el dominante Edi no se recata de dar masajes al amigo o de mostrarle su afecto, muy seguro de su virilidad, mientras que el apocado Rudy, desconfiado de la suya por los sucesos que ya contó y que no debo describir, cuando está a punto de una caricia amistosa al otro se contiene y retrae. Hay que anotar la buena dirección de actores en que el siempre excelente Jorge Zárate hace un patán efervescente de ideas y logra que Carlos Cobos realice una de sus mejores actuaciones, conteniendo el tono de voz que a veces echa a perder su trabajo. Lo que muestra la televisión son escenas hilarantes y de tan mala factura que se condicen con lo que ocurre en escena, aunque el baile final del hijo de Nené resulte superfluo. El espacio escénico que creó Matías Gorlero -quien también ilumina- muestra un mal gusto casi estruendoso, como debe de ser la vivienda de Edi, con objetos que antes fueron de la madre, lo que supone un pasado precario de este personaje que habla poco de sí mismo y sólo de sus planes aunque acabe por ser el más reconocible de los dos.

 
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