Slobodan Milosevic: la matanza de Srebrenica
El Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia presentó en 2000 la acusación de genocidio contra el general Ratko Mladic, jefe del ejército serbiobosnio, y contra Radovan Karadzic, alguna vez presidente de la república de Srpska. Ambos se encuentran desde entonces fugitivos, nadie ha podido dar con su guarida. El Tribunal Penal Internacional no sólo los acusa de la muerte de 200 mil musulmanes bosnios (1992-1995), sino también de la ocupación de la zona protegida por la ONU, Srebrenica, y de haber dado la orden de exterminar a 7 mil hombres musulmanes. Ratko Mladic y Radovan Karadzic fueron los más implacables genocidas después de Milosevic.
Mladic es un hombre robusto con una gran cabeza y cuello de toro. Cuando daba las órdenes con gritos militares, su cara se enrojecía y el sudor cubría su frente. Le gustaba comer y beber muy bien, le encantaban el Cevapcici y la Sarma, los embutidos turcos, especialidades bosnias. Su nombre era para miles de musulmanes sinónimo del terror. Mladic asedió tres años Sarajevo, una ciudad que conocía de memoria, donde vivían su mamá y sus amigos, donde tenía también una casa y una novia. Cuando sus tropas y sus francotiradores, entre ellos Arkan, se retiraron, habían muerto 14 mil personas. Pero faltaban Gorazde y Srebrenica. Los periódicos serbios comparaban a Mladic con el príncipe Lazar Hrebeljanovic, que en 1389 comandó a los serbios en la batalla de Amselfeld contra los musulmanes, y los turcos devastaron sus ejércitos y los sometieron durante siglos. Un día antes de esa batalla, el profeta Elías se le apareció al príncipe Lazar en la forma de un halcón cruel y lo puso ante una alternativa: o ganaba la batalla y conquistaba el reino de Dios en la tierra, o la perdía y alcanzaba con su pueblo un lugar en los cielos. Y desde aquel 28 de junio de 1389, al perder la batalla contra los musulmanes, los serbios se sienten un pueblo asistido por la divinidad, una comunidad diferente, porque había conocido el verdadero martirio.
En el valle de Javor, dentro de la antigua Yugoslavia, rodeada por montañas azules y extensos bosques de un verde oscuro, en el corazón de Europa, se encuentra Srebrenica, una pequeña ciudad luminosa del noreste de Bosnia Herzegovina, conocida por su balneario, su riqueza forestal y sus minas. Entre 1992 y 1995, Srebrenica se convierte en sinónimo de la barbarie en los Balcanes, una de las manifestaciones más contundentes de la miseria humana y del mal. A pesar de que la ONU declaró a la ciudad "zona protegida", sus 37 mil habitantes, la mayoría, musulmanes, sufrieron el asedio de las milicias serbias.
Apenas protegidos por un destacamento de cascos azules holandeses, al mando del coronel Tom Karremanns, los defensores de Srebrenica ofrecen una tenaz resistencia a la ofensiva de las milicias serbias y sus obuses devastadores. Sin agua ni víveres, sin luz eléctrica ni servicios sanitarios, deciden sobrevivir y esperar el desenlace de la guerra. Pero la mañana del 11 de julio de 1995, las brigadas serbias al mando del general Ratko Mladic ocupan la ciudad y, ante la incomprensible pasividad de los cascos azules, asesinan a 7 mil musulmanes, en su mayoría varones de entre 18 y 60 años. La mayor matanza en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial. En el granero principal de Srebrenica, los verdugos de Ratko Mladic queman vivos a 2 mil 400 musulmanes. Los cascos azules observan impasibles el martirio, escuchan los gritos y la agonía de las víctimas. Wesley Clark, antiguo alto mando de la OTAN en Europa, acusó hace seis meses ante el Tribunal de La Haya al ex presidente serbio Slobodan Milosevic de haber permitido la carnicería de las tropas serbiobosnias. Cada metro cuadrado de esta ciudad, dice la Asociación de Madres de Srebrenica, está teñido de sangre.
En El genocidio bosnio, Norman Cigar ha escrito que la guerra de Kosovo y el genocidio en Bosnia comenzaron en 1989, cuando Milosevic, iniciando la frenética campaña de exaltación nacionalista serbia que le permitió hacerse del poder absoluto -y, al mismo tiempo, precipitó la desintegración de la Federación Yugoslava-, abolió el estatuto de autonomía de esa provincia, prohibió a los kosovares albaneses sus escuelas y toda representatividad pública y, pese a constituir 90 por ciento de la población, los convirtió en ciudadanos de segunda y los sometió al poder de 10 por ciento de serbios. "La palabra exterminio calza como un guante", escribe Cigar, "a la operación de Milosevic. En plena negociación de la paz en Rambouillet, Milosevic -en contra de los compromisos pactados- inicia la movilización de 40 mil hombres del ejército yugoslavo hacia Kosovo y, unos días más tarde, impermeabiliza la provincia mediante la expulsión de la prensa internacional. Los testimonios recogidos mediante los refugiados kosovares en Macedonia y Albania, indican una fría planificación, ejecutada con precisión científica". En los poblados ocupados por la soldadesca serbia se separa a los jóvenes de los niños, ancianos y mujeres, y se les ejecuta, a veces haciéndolos cavar primero sus propias tumbas. Los registros públicos desaparecen quemados, así como toda documentación que acredite a kosovares y musulmanes como propietarios de casas, tierras o, incluso, de que alguna vez vivieron allí. En cualquier caso, la locura de Milosevic es la limpieza étnica: hacer de Kosovo una región ciento por ciento serbia y ortodoxa, sin rastro de musulmanes o albaneses.
Llama la atención el pliego consignatorio de Louise Arbour, fiscal del Tribunal Penal para la ex Yugoslavia, en mayo de 1999, contra Milosevic. "Se le acusa de haber planificado, instigado, ordenado y efectuado una campaña de terror, violencia y limpieza étnica sistemática efectuada por las fuerzas yugoslavas en Kosovo". En cambio a los militares Ratko Mladic y a Radovan Karadzic se les acusa directamente de "genocidio" y crímenes de guerra, como el de Srebrenica. Unos meses después el Tribunal Penal Internacional de La Haya para la antigua Yugoslavia acusó a Milosevic también de genocidio. Mladic y Karadzic desaparecieron desde la firma de los acuerdos de paz de Dayton que dieron fin a la guerra en diciembre de 1995. Desde hace 11 años, las tropas de la OTAN desplegadas en la zona han intentado en vano detener a ambos criminales y llevarlos a juicio en La Haya. Inútil. Una parte de la población serbia los protege, los considera sus héroes de guerra: en el centro de Belgrado se venden camisetas con las efigies de los dos genocidas, prueba más que evidente que un sector de la sociedad serbia apoyó sus delirios nacionalistas y genocidas. Mladic y Karadzic, al parecer, pueden haberse sometido a una operación de cirugía estética y haber cambiado de rostro, o residir con una identidad falsa en cualquier país extranjero.
Mientras un organismo de la ONU investiga en fosas comunes descubiertas en Bosnia oriental para hallar los miles de cadáveres, la Asociación de Madres de Srebrenica pide justicia y denuncia miles casos. Gordon Bacon, responsable de la Comisión Internacional para Personas Desaparecidas, (ICMP, por sus siglas en inglés) tiene a su cargo la investigación sobre las fosas abiertas de Srebrenica. "Son más de 5 mil", escribe el periodista alemán Rolf Schubert, "apenas han descubierto la cuarta parte".
Desde el siglo XIX, Manuel José Othón descifra otra vez el horror:
¡Qué enferma y dolorida lontananza!
¡Qué inexorable y hosca la llanura!
Flota en todo el paisaje tal pavura
Como si fuera un campo de matanza
Y la sombra que avanza, avanza, avanza.
Parece, con su trágica envoltura,
El alma ingente, plena de amargura,
De los que han de morir sin esperanza.
"Todavía se encuentran restos de cadáveres en la zona, Hay tantas fosas comunes en esta zona de Bosnia oriental que cada metro esta teñido de sangre", dice Hatidza Mehmedovic, la vocera de la Asociación de Madres de Srebrenica. "El único perdón es la justicia. Las madres nos encontramos con gran falta de ayuda, porque los organismos internacionales se llenan la boca con el recuerdo de Srebrenica, pero después no hacen nada. De los 11 mil desaparecidos en julio de 1995, han sido encontrados unos 2 mil restos y otros 5 mil, exhumados, pero permanecen sin identificar. Los demás cadáveres no han aparecido. Nadie frenó esta matanza, los soldados de la ONU nos vieron morir. Muchos serbios saben dónde fueron enterradas las víctimas, pero el miedo les impide hablar".