Estado de México, un mal presagio
La población en el estado de México es de más de 13 millones. De éstos, casi 9 millones han sido registrados en el padrón electoral. En las elecciones del pasado domingo, por diputados (45 distritos) y presidentes de 125 municipios, hubo una abstención (preliminar) de alrededor de 60 por ciento, muy alta, pero no excepcional si la comparamos con otras elecciones locales similares, tanto en esa entidad federativa como en otras.
Con frecuencia se ha querido ver al estado de México como un anticipo de lo que podría ocurrir electoralmente en los comicios federales para el cambio de poderes. No es del todo correcto. Las elecciones locales no son iguales a las federales ni corresponden a la misma lógica. Son sólo una pista, un indicio, un dato a tomar en cuenta, pero nada más.
Suele decirse que en los comicios locales hay menor participación ciudadana que en los federales, y en general así ha sido. En el estado de México este fenómeno se observó, según los datos a mi alcance, desde 1993 hasta 2000 inclusive. Las cosas comenzaron a cambiar en 2003, ya que en ese año (elecciones federales intermedias) la abstención fue ligeramente mayor que en la elección de diputados locales del domingo pasado. No debe pasarse por alto, pues, que las proporciones han cambiado sensiblemente: en tanto que antes de las elecciones de 2003 la abstención era de 40 por ciento, ahora es de 60 por ciento o superior (como hace tres años).
Por lo que se refiere a los partidos en el estado de México, dos fenómenos son de destacarse en los últimos 13 años: 1) El PRD ha venido aumentando su votación hasta pasar del tercer lugar al segundo, 2) El PRI, pese a que sigue siendo la primera fuerza electoral en la entidad, ha disminuido la votación a su favor. El más castigado ha sido el PAN, sobre todo después de sus éxitos en 2000, por el efecto Fox, que en esos momentos fue muy importante para este partido, a diferencia del presente, cuando la debilidad del Presidente de la República y de su candidato operan en su contra. Quizá ahora deberíamos referirnos al efecto López Obrador, como en 1997 se habló del efecto Cárdenas en la entidad vecina.
Lo más grave de los comicios mexiquenses es la abstención. Las elecciones no pegan, no entusiasman, y los ganadores han sido electos por una minoría preocupante por cuanto a legitimidad se refiere. Si hay 9 millones de ciudadanos, pero votó sólo 40 por ciento, estamos hablando de que el conjunto de candidatos fue elegido por 3.6 millones. Si la coalición ganadora (PRI-PVEM) obtuvo 35 por ciento de la votación total, esto significa que, en promedio, sus candidatos llegarán a ser diputados locales o presidentes municipales sólo con el apoyo de 14 por ciento de la población en edad de votar. Los candidatos del PRD y sus partidos coligados en algunos distritos estarán legitimados en promedio por 12.4 por ciento de los ciudadanos, y los de Acción Nacional por 10.4 por ciento. El resto para sumar 40 por ciento fue obtenido por los demás partidos en los distritos en los que compitieron solos. Otra cosa es hacer cuentas alegres, como las que hacía Rosario Robles en 2003 al decir que había aumentado el número de diputados perredistas, pero omitiendo que había disminuido el número de votos no sólo por comparación con los comicios de 2000, sino con los de 1997 y hasta con los de 1994.
El PRD es el partido que más avanzó, más que el PRI y más que el PAN, y es correcto decir que fue el ganador, aunque no haya logrado más diputaciones ni alcaldías que el tricolor. Es también correcto decir que gobernará a más mexiquenses que sus competidores, pero los gobernará con porcentajes muy bajos en comparación con el número de ciudadanos, como ya ha sido señalado. Y, vuelvo a decirlo, esto es lo preocupante, aunque alguien diría que la culpa la tienen los que no acudieron a las urnas, por flojera, por apatía o por estar en contra de las elecciones en general.
Es cierto que los abstencionistas, por las razones que sean, están dejando que las minorías elijan a los representantes, diputados o alcaldes, y que, finalmente, les guste o no, serán éstos los que estén en el Legislativo local y los que gobiernen en cada uno de los municipios. Pero el hecho es que los partidos no lograron que la mayoría de los ciudadanos abandonara sus casas, la cancha de futbol o la apatía que la ha caracterizado en años recientes.
No se entiende bien a los abstencionistas. Si su actitud de no voto debe interpretarse como rechazo a los partidos y candidatos existentes, bien, pues sería una forma de presionarlos para que asuman mejores y más compromisos con las mayorías; pero también podría interpretarse de otra forma: que no les importa quién gobierne o los represente, es decir, que están conformes con su situación o que han perdido toda esperanza de mejorar o de tratar de influir en quienes toman las decisiones que los afectan. Esta segunda interpretación parece ser la más realista, pues no se vio que los abstencionistas (más de 5 millones) estuvieran, por ejemplo, con la otra campaña (ni de lejos). Y si esta interpretación es la correcta, algo está muy mal en el estado de México y quizá en todo el país.