Usted está aquí: miércoles 15 de marzo de 2006 Política ¿Es irreversible la revolución cubana?

José Steinsleger /II

¿Es irreversible la revolución cubana?

Los hombres congregados frente a un cartel que ofrece trabajo se frotan las manos y patean el suelo para combatir el frío mañanero. Cigarrillos y mates levantan el ánimo. Rompiendo el silencio, un veterano de 30 y pico de años pregunta:

-¿En qué anda, compañero?

-En lo mismo que usted.

-¿Tenés experiencia? ¿Qué edad tenés?

-Veintiuno. Soy técnico.

Estudiao! ¿Y qué buscás acá?

-Quiero trabajar de obrero.

-A ver, mostrame las manos. ¿Pensás que ser obrero es lindo?

-Los estudiantes debemos estar junto a los trabajadores.

-No me digas. ¿Y para qué?

-¡La unidad obrero-estudiantil, compañero!

-Mirá que saliste boludo. ¡Andá a estudiar!

El amigo de la cola no consiguió lo que buscaba y a mí me enchufaron en un gabinete de dibujantes. Los obreros almorzaban "abajo" y nosotros "arriba", en una pajarera de vidrios panorámicos. Con la cabeza pegada al tablero, mascullaba: "algo está saliendo mal..."

Los fines de semana asistía a funciones de teatro experimental o visitaba a una estudiante de filosofía, porque en aquella época todas las estudiantes lindas estudiaban filosofía. Mi protonovia admiraba a Simone de Beauvoir, pero siempre respondía "después". Mis fantasías ideológicas eran inenarrables. Por ejemplo, creía que las cosas existían porque las pensaba.

Por libre asociación, recuerdo el día en que años después, paseando por Cojímar (pueblo de pescadores cercano de La Habana), entré en un restaurante con mi familia. Amablemente, el capitán de meseros preguntó:

-¿El señor paga con pesos o divisas?

-Mire, compañero: superemos los prejuicios del pasado. No me trate de "señor". ¡Yo soy un aliado de la revolución!

-Entendido. ¿El aliado de la revolución paga con pesos o divisas?

Estudiar, optar, viajar, dudar de si somos no somos, navegar en las abstracciones de la cultura no es cosa de proletarios. Cuando mucho, se trata de privilegios que, en determinadas condiciones, los proletarios pueden anhelar. Teniéndolas... ¿qué enciende a los cubanos de a pie cuando luego de escudriñar a los turistas concluyen, ¡pero-mira-caballero-que-bien-viven-por-allá!

Del marxismo leí algunos textos, incluyendo aquellos facilísimos enredos de la Harnecker. Pero oigamos a quien entonces oíamos boquiabiertos: "Tengo infinidad de ejemplos -dijo Fidel en noviembre pasado- de que no se dio pie con bola en muchas cosas que hicieron quienes se suponían teóricos, que se habían empapelado hasta el tuétano de los huesos en los libros de Marx, Engels, Lenin y todos los demás".

En el centro del diamante revolucionario, rayando la pizarra con las uñas, Fidel añadió: "Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra".

¿No que el partido era "inmortal"? Legendarios, los naipes del líder casi siempre habían pronosticado el devenir: Sierra Maestra, Girón, Africa del sur, el caos de Europa oriental, la lucha por Elián, el pantano yanqui en Irak, la inviabilidad de una invasión militar a la isla.

"¿Creen ustedes que este proceso revolucionario socialista, puede o no derrumbarse?". Previsibles "¡No!" sostuvieron la trinchera estudiantil. Insistente, arreció : "¿Lo han pensado alguna vez? ¿Lo pensaron en profundidad?" El caballo corcoveaba. Sin anestesia, el bisturí de Fidel diseccionaba la piel de la revolución.

Apenas ayer, el voto masivo de los cubanos había elevado y consagrado la irreversibilidad del socialismo a mandato constitucional. Y ahora, tras cuatro decenios en los que oficialmente se dijo A, el hombre decía B: nada y nadie puede garantizarlo. Y en su caso, advirtió que si el magnicidio ya no era (posiblemente) una carta viable, el imperio jamás dejaría de seducir al enemigo real: los dirigentes intermedios de masas.

Ahora sí, ante la voluntad ecogenocida de la Casa Negra y los congresistas de Washington, la desintegración de la sociedad más digna del mundo equivaldría a la derrota total de la humanidad.

A un mulato de Matanzas que despotricaba contra la revolución señalé:

-En todas tus peroratas no tocaste a Fidel.

-¿Fidel?

-Sí. ¿Por qué no hablas mal de Fidel?

-¡Polque Fidel es nuestro padre!... ¿Oite?

Dirigente estudiantil, político, revolucionario, pensador, comandante en jefe, gobernante, estadista, padre. Pesada mochila. Sesenta y dos mil corrientes terapéuticas han debatido sin tregua el rol simbólico de la figura del padre. Una de éstas sostiene que el padre cumple una función religiosa: unir lo simbólico, lo imaginario y lo real.

Un día lejano ya, papá preguntó en qué consistía el socialismo.

-Lo que define al socialismo es su concepto de hombre y no su concepto de sociedad, repondí.

Hueso difícil de roer, inquirió: ¿te refieres a las personas o a los dirigentes? Cuando papá murió, recordé un bello relato de Paul Auster en el que asegura que la muerte despoja al hombre de su alma. "En vida -dice- un hombre y su cuerpo son sinónimos; en la muerte, una cosa es el hombre y otra su cuerpo."

En la siguiente entrega hablaré de quienes esperan que el padre de la revolución cubana muera... para matar al abuelo.

 
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