Mujeres difíciles
En el Día de la Mujer quiero rendir homenaje a las Mujeres Difíciles: las que se resisten, las que defienden lo que creen sin ceder a las expectativas de quienes piensan que la única estrategia femenina con posibilidades de éxito es la docilidad, la pestaña larga, la sonrisa idiota, la insidia o la complicidad con la misoginia disfrazada de camaradería. En cambio, mujeres que no están dispuestas a fingir la tan sexy fragilidad; tampoco se proponen seducir ni domar a nadie para alcanzar sus objetivos, tienden a hacer a un lado los instrumentos tradicionales -socialmente sancionados, digan lo que digan quienes aún critican a las mujeres fáciles- y prefieren trabajar, persuadir, convencer, hacer valer argumentos que valgan por su propio peso más que por poderosas miradas de ojos de cobra. Es preciso rendir homenaje a ese tipo de mujeres porque incluso ahora, en los inicios del siglo XXI, a más de 40 años de despegue del movimiento feminista, después del ascenso de una alternativa política que lleva el nombre de una mujer -el thatcherismo-, y en un mundo en el que se habla de continuo de la equidad de género, en el que mujeres son votadas jefas de gobierno, senadoras, diputadas, o promovidas a secretarías de Estado, o a la dirección de grandes empresas y universidades, las mujeres consideradas difíciles tienen mucho más obstáculos para avanzar que aquellas que, en cambio, se mantienen fieles a la esencia del eterno femenino: ser un refugio, un amparo para las infinitas -y ¡ay!, tan enternecedoras-- debilidades del hombre. Así es porque las mujeres difíciles son percibidas como una amenaza, tanto más temible cuanto más inalcanzable, por lo menos con las estrategias tradicionales de los hombres sin imaginación.
Es tan cierto que las estereotipadas virtudes femeninas -en particular la capacidad para conjugar el verbo aguantar- siguen siendo una condición inconfesable para el éxito profesional de las mujeres, que en Estados Unidos, la cuna del feminismo moderno, han entrado ahora al repertorio de los estrategas electorales. Para detener la candidatura de Hillary Clinton a la Casa Blanca, los republicanos han recurrido a una campaña que la denuncia como una angry woman, una mujer iracunda. Esta expresión -como lo apunta Maureen Dowd en The New York Times- evoca en las mentes de muchos las imágenes de Medea, las Furias, las arpías, de la aterradora amante despechada que personificó Glenn Close en Atracción fatal, y de todas aquellas figuras femeninas monstruosas que desde tiempos inmemoriales pueblan los miedos que a los hombres inspiran las mujeres fuertes sin disimulo. Cuando los republicanos describen a Hillary como una amenaza no se refieren a la alternativa electoral que representa y a sus posibilidades de triunfo en las próximas elecciones presidenciales; están promoviendo el voto del miedo, pero no a las propuestas de un candidato demócrata en relación con la reforma de la seguridad social, con el elevadísimo déficit fiscal, un aumento de impuestos, el fin de la invasión a Irak o el apoyo a los organismos internacionales multilaterales. Aunque parezca increíble, los republicanos están instigando el voto del miedo, pero al carácter de Hillary.
La medida de las probabilidades de éxito de la estrategia republicana la ha dado la propia Hillary Clinton que, según Dowd, se ha traicionado a sí misma. En lugar de apoyarse en la fuerza que la ha caracterizado y definido, y que le ganó la admiración de muchos durante los primeros años de su carrera profesional, atemorizada por la ofensiva republicana contra sus rasgos de carácter, en el Senado ha mantenido una posición de bajo perfil, para exasperación de muchos de sus antiguos simpatizantes. Sus posiciones frente a la guerra en Irak o a las imperdonables insuficiencias de la administración Bush ante el desastre de Katrina han sido ambiguas o timoratas. Si esto es cierto, entonces los republicanos ya ganaron, por lo menos ya le ganaron a Hillary.
Maureen Dowd, una de las editorialistas más leídas de The New York Times, sabe de qué está hablando. Hace unos meses publicó un ensayo: When sexes collide (El choque de los sexos), una reflexión más entristecida que amarga a propósito de los costos que las mujeres han tenido que pagar por los indiscutibles avances de las últimas cuatro décadas. Para sorpresa de muchos, las principales dudas de Dowd respecto al verdadero valor del feminismo tienen que ver con su aparente incapacidad para tener una vida personal tan exitosa como su carrera profesional. Una de las reseñas del ensayo se titula "¿Tú saldrías con Maureen Dowd?". Su caso no es excepcional. Según ella los recetarios para pescar marido que se publicaban en los años 50 son hoy la lectura favorita de muchas profesionistas que miran con terror un futuro en el que no hay lugar para las mujeres fuertes, las que intimidan a los hombres, que tal vez sean una especie en extinción, porque éstos prefieren relacionarse con el eterno femenino que los hace sentirse tan a gusto.