Usted está aquí: jueves 9 de marzo de 2006 Política Del trotskismo al foxismo

Martí Batres Guadarrama

Del trotskismo al foxismo

La historia da cuenta de múltiples ejemplos de casos en los que la fobia sectaria lleva a tal desvarío que coloca a protagónicos personajes de presuntas gestas radicales del lado de sus enemigos originarios. En la dinámica de la historia cuentan los grandes programas y las masas populares. La vanidad de los individuos no es una guía efectiva ni objetiva para determinar por dónde caminamos para concretar un proyecto de transformación social.

Así, sabemos de casos en los que líderes revolucionarios que se sublevaron contra Porfirio Díaz terminaron enfrentados a Madero y aliados a Victoriano Huerta, como Pascual Orozco. En otro tiempo, la línea sectaria del Partido Comunista Mexicano a principios de los años 30 llevó a ese organismo, en aquella época, a calificar de socialfacista al general Lázaro Cárdenas del Río, calificación que tuvo que rectificar años después. En otro episodio histórico, Vicente Lombardo Toledano llegó a acusar a los estudiantes del 68 de hacerle el juego a la CIA. Más cercanamente hemos sido testigo de situaciones en las que, por ejemplo, dos destacados intelectuales del Partido Comunista Mexicano terminaron siendo los representantes de Vicente Fox y de Francisco Labastida años después en la contienda del año 2000.

En la historia de nuestro México, como seguramente en las de muchos otros países, unos van y otros vienen, hay rupturas de todo tipo. Líderes de oposición de izquierdas que terminan siendo cooptados por gobiernos de derecha. O personajes conservadores que terminan radicalizándose. En los últimos años de la vida política de México se han dado casos en los que numerosos personajes del sistema político tradicional han roto con el mismo para engrosar las filas de la oposición. Esta es una historia de contradicciones muy interesante. Acaso el ejemplo más notable es la ruptura de la Corriente Democrática con el PRI en 1987-1988. Aunque también hay ejemplos como el de José Angel Conchello, que fue un dirigente tradicional del PAN hasta que en los últimos años de su vida se tornó en el más agudo crítico del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y en uno de los más apasionados defensores de las empresas públicas nacionales.

Nuestra historia, contradictoria y compleja, no resiste juicios morales ligeros ni falsificaciones dogmáticas, así que pensar que la historia de la izquierda mexicana comenzó en 1987 y terminó en el año 2000 no sólo es un error académico y una aberración política, sino un insulto a nuestra inteligencia.

Recuerdo con toda claridad las luchas que han tocado a mi generación. Desde las movilizaciones por la reforma política del Partido Comunista Mexicano, las luchas por la presentación de los desaparecidos políticos de doña Rosario Ibarra de Piedra, las movilizaciones del Frente Nacional Contra la Austeridad y la Carestía, las marchas de los maestros de la CNTE, de los campesinos de la CNPA, las movilizaciones de la Coordinadora Unica de Damnificados, las del CEU. En ninguna de estas movilizaciones participaron los dirigentes que formarían después la llamada Corriente Democrática del PRI. No los vimos ahí, pero llegaron después, y aunque no faltaron los gritos sectarios de la desconfianza y el rechazo, quienes ya participábamos en la oposición al sistema desde años antes los escuchamos, los entendimos y los apoyamos. Jugaron un gran papel y su ruptura con el sistema sigue generando efectos positivos hasta nuestros días.

Sin embargo, no fue la única ruptura que ocurrió. En los años sucesivos se generaron nuevas rupturas a lo largo de la década de los 90 y al comenzar el nuevo siglo. Y seguirá habiendo más. Y la inteligencia del movimiento consistirá en ubicar la importancia o autenticidad de estas rupturas para incorporarlas al proceso de transformación.

Recuerdo también que antiguamente se hablaba mucho en los viejos partidos de izquierda de los llamados sectores progresistas del PRI, pero nadie atinaba a definirlos, encontrarlos, a ponerle nombre a sus líderes, por la sencilla razón de que empezaron a aparecer en la arena pública a partir de las sucesivas rupturas que encabezaron.

Creo finalmente que debemos a nuestros muertos la memoria de su lucha, pero sobre todo hacer realidad el cambio político y la transformación social del país. Y cuando hablo de nuestros muertos me refiero a los que fueron asesinados al defender el voto de los años 1988 a 2000, pero también a los que fueron asesinados antes de 1988, defendiendo sus tierras en la Sierra Norte de Puebla o en otras regiones del país, luchando por la democratización de las universidades en los años 70 y 80, defendiendo su derecho a la libertad de expresión; los que murieron en las luchas estudiantiles, los que fueron asesinados durante la guerra sucia en los años 70 y 80, los que fueron asesinados por los caciques sindicales en la lucha por la democracia sindical; los trabajadores de Pascual asesinados, los trabajadores de la Ford que fueron muertos, y muchos otros son también nuestros muertos aunque hayan sido asesinados antes de 1988. A todos ellos habrá que brindar la victoria electoral que puede lograr Andrés Manuel López Obrador, que sería el triunfo no de un hombre, no de un individuo, sino de un movimiento histórico del que formamos parte muchos desde hace décadas, y que afortunadamente es cada día más grande.

 
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