“Te vas a reír, pero siempre soñé con
tener una fiesta de 15 años, con vestido largo, chambelanes y
todo”. A Casandra, de 28 años, le brillan los ojos con la
confidencia. Acomoda tras su oreja el mechón de cabello que le
cubre la frente mientras platica. Sonríe y cuenta cómo,
de niña, le gustaba ponerse los vestidos y los zapatos de su madre.
Ha dejado crecer su cabello y presume sus cejas perfectamente depiladas,
viste un pantalón de mezclilla masculino, que ajusta y marca las
piernas y nalgas generosamente engrosadas por la terapia de hormonas. “Si
por mi fuera, siempre estaría vestida. Todavía no puedo estar
de mujer siempre, aún necesito cambiar, verme bien”. Verse
bien, es decir, acorde con su identidad de género, con la feminidad
descubierta en la infancia, que se convirtió en un conflicto por
no corresponder con su físico.
Las y los transexuales son personas con una identidad de género
distinta a la que socialmente se asigna a su sexo anatómico. No
existen datos sobre el número de casos en México, pero es
posible hacer cálculos a partir de la tasa de prevalencia en Holanda,
calculada en 1993: uno de cada 11,900 varones y una de cada 30,400 mujeres.
Mujeres con pene u hombres con vagina, si se busca la reducción
mínima y obvia para los patrones culturales occidentales, que hacen
del modelo de género masculino-femenino la base de las relaciones
entre los seres humanos.
Reasignación sin bisturí
Médicamente, la transexualidad fue incluida en 1980 en la tercera
versión de la Diagnostic and Statical Manual of Mental Disorders
de Estados Unidos. Actualmente, los manuales médicos manejan el
concepto de “trastorno de la identidad de género” para
referirse a “aquellos sujetos que muestran una fuerte identificación
con el género contrario e insatisfacción constante con su
sexo anatómico”, según la Guía clínica
para el diagnóstico y tratamiento de los trastornos de identidad
de género de la Sociedad Española de Endocrinología
y Nutrición.
El diagnóstico de transexualidad se da a partir del testimonio de
la persona, único criterio, que suele ser visto como una complicación
por la medicina, como muestra la guía clínica citada: “El
diagnóstico depende de la información suministrada por los
pacientes, que a menudo es modificada, inconscientemente o a propósito”.
De ahí que el proceso sea largo, entre seis meses y dos años,
para descartar una psicopatología. Una vez hecho el diagnóstico
se procede a desarrollar un tratamiento hormonal que anula las características
y funciones del sexo biológico y permite desarrollar caracteres
sexuales secundarios correspondientes a la identidad de género vivida.
Dado el caso, es posible realizar cirugías de reasignación
sexual para cambiar la apariencia genital.
Pero el camino médico no es el seguido por la mayoría de
las personas que viven un trastorno de la identidad de género. La
discriminación para el grupo más visible de los que suelen
agruparse en la amplia gama de la diversidad sexual condena a las personas
transexuales a vivir en la marginalidad.
Situación que impacta,
incluso, su noción de sí mismas. Desde hace un par de años,
Casandra toma hormonas, sin prescripción
médica, para desarrollar características femeninas. Pero
no se considera transexual, pues no se ha hecho una reasignación
quirúrgica de los genitales. Ni lo desea. “Voy a ser una mujer
por fuera. Aunque no me gusta que mis parejas me toquen el pene, no me
estorba. Quien me quiera me tendrá que aceptar como soy”.
Como Casandra, la mayoría de las mujeres transexuales —varones
biológicos— da por terminado su proceso cuando se ha dado
una reasignación hormonal y social, cuando su aspecto físico,
su cara y su cuerpo visible externamente, corresponde con la identidad
que vive. “Una reasignación quirúrgica de sexo no es
un requisito”, asegura el sexólogo Óscar Chávez
Lanz, director del Grupo Interdisciplinario de Sexología. Aunque
el precio bien puede ser un factor importante para descartar una reasignación
genital: alrededor de 170 mil pesos.
Rastreando por el género
Quien es transexual se siente atrapado en un cuerpo que no le corresponde,
lo que trasciende la voluntad, si se atienden las pocas investigaciones
realizadas al respecto: que buscan un origen biológico, aunque sus
hallazgos aún son pobres. A partir de lo existente, los manuales
médicos aventuran que los trastornos de la identidad de género “podrían
desarrollarse como resultado de una interacción alterada entre factores
genéticos, el desarrollo cerebral y la acción de las hormonas
sexuales” (guía de la Sociedad Española de Endocrinología).
La transexualidad es, entonces, una condición, no una decisión,
lo que establece la diferencia básica con el travestismo. Dice Chávez
Lanz: “Lo más general es confundir a personas transexuales
con travestis. Travestismo se refiere al gusto por ponerse atuendos que
no corresponden con el cuerpo y la identidad; quien se traviste no se siente
mujer por traer falda u hombre por traer espuelas”.
Para Chávez Lanz, más que buscar orígenes biológicos
para la transexualidad, hay que cuestionar la realidad que sólo
concibe dos opciones de género. “Que sólo haya identidades
masculina y femenina es un artificio del estado cultural en que estamos”,
afirma. De acuerdo con esta postura, existen muchas gradaciones entre las
concepciones biológicas de hembra y macho, como demuestran los casos
de intersexualidad —personas que nacen con características
genitales femeninas y masculinas en distintos grados y combinaciones. Estos
casos médicos suelen ser “solucionados” con la asignación
quirúrgica a uno u otro de los sexos establecidos.
La dualidad masculino-femenino no es algo natural y el caso del Istmo de
Tehuantepec es interesante, sostiene Chávez Lanz. “Los muxe's
de Juchitán, aunque morfológicamente son hombres, conforman
un género distinto, pues su identidad implica prohibiciones, permisos
y obligaciones distintas a las de hombres y mujeres. En el contexto zapoteca
antiguo se 'construían' muxe's cuando eran necesarios a la comunidad
para algún cuidado doméstico. Hay un estereotipo establecido
de ser muxe'”.
Visibilidad jurídica
La búsqueda por reasignarse va más allá del cuerpo,
o es quizá que el cuerpo es la primera condición para el
proceso más importante: la reasignación social. Hasta hoy,
sólo algunos países desarrollados cuentan con criterios legales
para el cambio de nombre y de sexo en los registros administrativos. En
España se trabaja una legislación sobre identidad transgenérica
y en Andalucía la reasignación quirúrgica es cubierta
por la seguridad social. En Cuba, se estudian dos propuestas de ley para
autorizar reasignaciones quirúrgicas y la modificación legal
de la identidad. De aprobarse, sería la primera nación del
tercer mundo con una legislación en la materia.
En México, la fracción del PRD en la Cámara de Diputados
trabaja en una iniciativa de Ley Identidad de Género, que contempla
el cambio legal del nombre y el sexo en los registros públicos,
pero parece difícil que el proyecto se discuta. Para el abogado
Pedro Morales Aché, especialista en derechos sexuales, es necesario
utilizar los mecanismos legales ya existentes. “En el código
civil del Distrito Federal se contempla la rectificación de actas
del registro civil cuando exista un error que incumba un dato esencial
como la filiación, el estado civil, la nacionalidad, el sexo y la
identidad”, aunque reconoce que el proceso es difícil, pues
la instancia a la que le corresponde la rectificación, el Registro
Civil, no reconoce que proceda la corrección de datos en casos de
transexualidad. “La ley es un primer paso, ahora lo que se requiere
es la práctica judicial”, afirma el especialista. No obstante,
existen varios casos de personas transexuales que han conseguido sentencias
favorables para la rectificación de su identidad. (Letra S número
95.)
Para Hazel Gloria Davenporth, mujer transexual de 39 años, periodista
y activista, es importante el reconocimiento jurídico de la identidad
genérica, pues las personas transexuales se encuentran indefensas
en todos los aspectos. “Se requieren modificaciones legales para
proteger derechos tan elementales como la utilización de baños
públicos”.
Con un posgrado en Ciencias de la Comunicación, Hazel se enfrenta
al desempleo y la discriminación laboral por ser transexual. Ahora
hace trámites ante el Centro Nacional de Evaluación para
la Educación Superior para revalidar sus estudios de licenciatura, “quiero
que mi título se vuelva a expedir, ahora con mi nombre femenino”.
Anulación de lo que se aparenta, ratificación de lo que se
es, primer paso para borrar la diferencia impuesta por la visión
de género atada a los genitales.
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Foto: Alberto Ibáñez
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