La
elección de México como país anfitrión
de la Conferencia Internacional de Sida en el 2008 es, ni duda cabe,
una buena
noticia por la que debemos congratularnos. Sin embargo, tal elección
no sólo debe verse como un reconocimiento internacional al esfuerzo
realizado por nuestro país en el combate a la epidemia y a su ganado
liderazgo regional, también debe verse como una oportunidad de colocar
el tema en la agenda de prioridades nacionales. La coyuntura podría
posibilitar asumir los compromisos necesarios para revertir los rezagos
que aún se arrastran en materia de prevención, diagnóstico
oportuno y de educación en sexualidad.
La realización de esta cumbre mundial de sida en México podría
actuar como una fuerza catalizadora de todos los esfuerzos realizados por
los diferentes sectores involucrados en el combate a la epidemia, y aún
más, podría sumar a nuevos actores hasta ahora no integrados,
como el sector privado, o reacios a asumir la responsabilidad que les corresponde,
como la Secretaría de Educación Pública y las Fuerzas
Armadas.
Un evento de esta magnitud podría tener también repercusiones
a nivel regional. Será la primera vez que se lleve a cabo una conferencia
mundial de esta naturaleza en un país latinoamericano. Si la conferencia
realizada en Durban, Sudáfrica, en 2000, significó, según
se afirma, un parteaguas en la respuesta dada a la pandemia en los países
más afectados de esa región, se debe hacer todo lo posible
para que la conferencia de México tenga un impacto similar en al
menos la región centroamericana y del Caribe.
Esperemos que la perspectiva de contar con la atención mundial sobre
México durante los cinco días que dura la Conferencia Mundial
de Sida sea el factor que movilice a todas las fuerzas y recursos necesarios
para instrumentar una respuesta coordinada y efectiva a la epidemia en
nuestro país.
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