Número 116 | Jueves 2 de marzo de 2006
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Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus

La niña de Paredón  
 

Por Joaquín Hurtado

A la memoria de Juan Soriano

La voz de la niña pide: "¡canten, canten más fuerte!" Es la Niña curandera. A su consultorio se ingresa a través de una leve cortina de retazos de colores agüitados. ¿Qué hago entre los cantos chillones de señoras, niños y ancianos apiñados en esta antesala de adobe, nave de la jodidez extrema. ¿Qué hago en estos desiertos a cien kilómetros de mi comodidad decadente? Fulguran ante mí decenas de ojos cosidos de polvo. Van y vienen unos pasos tambaleantes en el filo de las tolvaneras.

Estoy en Paredón, Coahuila. Es una mañana de sol lagartijero. El cielo: cazuela color azul eléctrico. "La Niña lleva curando tres años y apenas va a cumplir doce", me informa Margarita, una vieja sin dientes, como si leyera mi pensamiento. "¡Canten, canten más fuerte!" insiste la vocecilla desde el otro cuarto. "Es que con los coros ella se concentra mejor", explica un avejentado chaval con gorra de beisbol. Sale una pareja, ella trae un bebé en brazos. Los puros huesos.

Una regla importante: no cruces piernas ni brazos, eso "la amarra", "la traba", inmoviliza a la Niña en sus labores terapéuticas. No, no te rías, me digo, cuando por descuido pongo los brazos en cruz y de inmediato me reprende la voz de la Niña: "Por favor señor, no me encadene, que tengo mucho quihacer". Ah canijo, ¿y cómo se dio cuenta la Niña que yo había desobedecido? Aún no tengo respuesta. Me pongo colorado, pálido, sudo de vergüenza frente a las miradas reprobatorias de las señoras que no pierden la cuenta del rosario, vigilando mi comportamiento con celo perruno.

Los que no cantan, rezan; los que no rezan, dormitan; los que agonizan, esperan con paciencia lo que sea; y los que no esperamos maldita cosa simplemente no sabemos qué hacer con nuestras manos. La Niña requiere canciones especiales para su trabajo, y así nos lo ordena con voz imperativa. La gente obedece y gustosa canta. La Rielera, el corrido de Villa, Amor eterno: cantando ella va sacando los males del alma, del corazón, de la sangre, río de pavor y odio.

¿ En verdad cura la Niña de Paredón? Lo ignoro. Dejé mi sitio en la antesala de los desheredados. No soporté el desafío extremo del sahumerio saturando mis pulmones. Nunca debí usurpar el sitio que a toda ley le correspondía a Margarita, esa vieja desdentada que me contó cómo su marido la amarraba y la colgaba cabeza abajo en la noria nomás por no tenerle la comida caliente. En todo caso, yo estaba de más en ese paisaje de dolor resplandeciente. Cobarde, regresé a mi vida de loca víbora y exquisita, y a mi tratamiento de mil dólares mensuales.