Usted está aquí: jueves 2 de marzo de 2006 Opinión Teatro a cuatro grados

Olga Harmony

Teatro a cuatro grados

El teatro Carlos Lazo de la Facultad de Arquitectura, bajo la jefatura de Karla Rodríguez Lira, está volviendo a las artes escénicas en un muy loable esfuerzo que ojalá perdure y tenga repercusiones, tanto con la comunidad universitaria como con espectadores de todo tipo. En la actualidad presenta un pequeño festival de cuatro obras cortas que sus promotores, Juliana Faesler de La Máquina de Teatro y Alberto Villarreal Díaz de Artillería Producciones, han denominado Teatro a cuatro grados. Entiendo, por lo que dice el programa de mano, que las escenificaciones se presentaron con anterioridad en el pequeño foro de La madriguera -además de en otros lugares- por lo que el escenario del Carlos Lazo se convierte en un teatrito de cámara, con los espectadores en el mismo escenario y la butaquería olvidada tras el telón, tanto para respetar el espacio original como para procurar mayor intimidad con el público, que en los días de la semana en que se presentan los montajes de dos en dos dialoga con los teatristas. Los sábados se presentan las cuatro miradas jóvenes al arte teatral.

La Máquina de Teatro dirigida por Juliana Faesler y Clarissa Malheiros se une a Quiatora Monorriel dirigida por Evoé Sotelo y Benito González -responsables de la coreografía- para presentar ¿Qué oyes, Orestes? un texto de Juliana Faesler, que dirige, y de la compañía, en que los sucesos del ciclo troyano de los grandes trágicos griegos sirven para armar un alegato antibélico -sobre todo de las guerras de ocupación de un país por otro más fuerte- que sin maniqueísmos ni excesos nos transporta a lo que ocurre en Irak. Es un muy buen texto, sobre todo por los juegos con el tiempo, los retrocesos y adelantos de la acción en un vaivén muy interesante que no omite ciertos guiños, como la breve presencia de las Erinias y porque esa misma desarticulación se da escénicamente al encarnar a un mismo personaje diversos actores y actrices sin distingos de género. Con un vestuario -de Mauricio Ascencio- que parece deliberadamente improvisado y con envases de agua de plástico y algún garrafón, Juliana Faesler logra momentos visualmente bellos en lo que probablemente sea uno de sus montajes más felices, con un elenco de buena capacidad actoral y momentos de coreografía muy interesantes y en que, además, una actriz de bella voz canta el Mambrú con añadidos simbólicos.

La escenificación de Faesler es una de las dos más atractivas del pequeño festival. La otra sería De bestias, criaturas y perras de Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio, bajo la dirección de Alberto Villarreal Díaz, de la que ya me ocupé cuando su presentación en otro foro de la UNAM. En cambio, Agustín Meza, con su compañía El ghetto, que nos había entusiasmado a todos con su montaje de Esperando a Godot de Samuel Beckett, no logra a mi parecer la calidad de ese montaje con Borrador para teatro 1 del mismo autor, a pesar de la capacidad física de sus dos actrices -que incorporan personajes masculinos- para dar las acciones, casi gimnastas, que el director les pide. El exceso de calistenia y la opacidad de las voces de las actrices hace que el texto se pierda, no se reconozcan los personajes y se elimine la propuesta beckettiana casi por completo. Esta disgregación podría ser válida con una obra muy conocida, pero ésta no lo es y en este caso más que una escenificación completa se antoja un ejercicio complaciente.

El teatro estudiantil estuvo presente con Pía elaborada por Gabino Rodríguez -que también dirige- a base de escritos de Elmer Mendoza, Sam Shepard y Eduardo Langagne y que resultó ganadora del Festival de Teatro Universitario 2005. El grupo Lagartijas tiradas al sol propone una especie de road movie llevada a la escena teatral, pero no lo consigue del todo, tanto por la parquedad de espacios que recorren los protagonistas (en una verdadera road movie los lugares se suceden constantemente en un viaje que parece inagotable) como porque los hallazgos formales de la propuesta se alargan innecesariamente y se repiten casi sin modificarse. Es un buen grupo juvenil, pero necesita afinar todavía sus recursos dramatúrgicos y escénicos para que puedan proyectar lo que afirman en el programa de que su teatro busca ser político y que en Pía no se encuentra en ninguna parte por mucha voluntad que se tenga, al contrario, parece una historia intimista de dos amigos y sus venturas y desventuras amorosas.

 
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