Vancouver recibió la estafeta para el 2010
Con su clásico carnaval, despide Turín los Juegos Olímpicos de Invierno
El público ovaciona y silba a Berlusconi
Un espontáneo irrumpe en la clausura
Ampliar la imagen Acróbatas voladores, fuego, música y velocidad sobre ruedas, elementos que animaron la ceremonia de cierre del certamen invernal, en Turín Foto: Reuters
Ampliar la imagen Acróbatas voladores, fuego, música y velocidad sobre ruedas, elementos que animaron la ceremonia de cierre del certamen invernal, en Turín Foto: Reuters
Ampliar la imagen El presidente del Comité Olímpico Internacional, Jacques Rogge (derecha), entrega la bandera olímpica al alcalde de Vancouver, Sam Sullivan, durante el acto final de los Juegos Foto: Reuters
Turín, 26 de febrero. Turín despidió esta noche la edición 20 de los Juegos Olímpicos de Invierno, tras 16 días de fiesta deportiva, con una celebración en forma de carnaval con máscaras, fuego, música y disfraces, empañada por un error de seguridad que hizo que un individuo interrumpiera los discursos oficiales.
Ante 30 mil espectadores y casi dos horas de espectáculo, en presencia esta vez del jefe de gobierno Silvio Berlusconi, recibido entre aplausos y silbidos, se puso punto final a más de dos semanas de competición con un show inspirado en el carnaval italiano, en el que tuvieron un papel central los payasos de Federico Fellini.
Acróbatas, bufones y demás personajes circenses se fundieron con un público afectuoso y que celebró ruidosamente la entrega de medallas de 50 kilómetros de esquí de fondo, prueba en la que por la mañana se impuso el italiano Giorgio di Centa, por lo que se completó la fiesta perfecta para los locales en la fría noche turinesa.
La algarabía del público, con gritos de "Italia, Italia, Italia'', y con pequeñas banderas tricolor en la mano, silenciaban el ruido de los helicópteros de vigilancia que sobrevolaban el estadio olímpico para proteger a las altas personalidades.
Tras el izamiento de la bandera italiana y entonar su himno nacional, la alegría y la melancolía se entremezclaron cuando los espectadores vieron la entrada conjunta de los atletas de todos los países, algunos de ellos con una nariz roja de goma para no desentonar, y al ritmo de los clásicos de la música local.
En las gradas, los espectadores respondían a la invitación poniéndose las máscaras de carnaval que encontraron en sus asientos, algo a lo que sin embargo, no se animaron las personalidades invitadas.
Y si en la ceremonia de inauguración hubo un sitio para un Ferrari olímpico, la ciudad de la FIAT no podía olvidarse de una representación de la firma, y dos Cinquecento, acompañados de motos Vespa y Lambretta, reditaron la Dolce Vita que inmortalizó Fellini.
El momento más espectacular se vivió con los acróbatas voladores elevados al aire con unos esquís o una tabla de snowboard en los pies, gracias a un potente chorro de viento.
Luego entraron el presidente del Comité Olímpico Internacional, Jacques Rogge, y el titular del comité organizador de los juegos, Valentino Castellani, quien alabó el éxito de la justa, fruto del "trabajo de equipo'', e hizo un llamamiento a la paz.
En ese mismo momento, en un grave error de seguridad, un individuo se coló en el escenario, se acercó al micrófono y gritó una consigna que no pudo acabar al ser detenido por varios agentes y sacado del inmueble para que la ceremonia siguiera su curso.
Rogge, tras el susto, declaró clausurados los Juegos, que dieron el relevo a Vancouver 2010, cuyo alcalde, Sam Sullivan, en silla de ruedas tras sufrir un accidente de esquí, ondeó la bandera olímpica.
Un espectáculo de música y fuego fue el preludio del apagado de la llama olímpica, donde el popular tenor Andrea Bocelli aumentó la emotividad del final con su canción dedicada al recuerdo de los juegos, mientras en el escenario decenas de bailarinas vestidas de novias como símbolo de la esperanza formaban juntas la paloma de la paz y el emblema de la justa turinesa.
El final de la gala lo cerró el puertorriqueño Ricky Martin, quien causó furor en la inmensa pista de baile en que se convirtió el estadio, antes de que una salva de fuegos artificiales pusiera fin al certamen.