Emotivo rencuentro con el público mexicano luego de seis años de ausencia
El concierto de Manu Chao, homenaje a la fusión de la diversidad cultural
Sus canciones, remolino de ritmos y lenguas, nacionalidades y religiones, clases sociales y etnias
El cantautor dedicó Señor matanza "a la mafia que se disfraza de democracia"
Ampliar la imagen Manu Chao ofreció un maratón musical en el Palacio de los Deportes Foto: Roberto García Rivas
¡Pumba!, ¡pumba!, ¡pumba!, suena el micrófono al estrellarse rítmicamente contra el pecho de Manu Chao, asemejando los latidos de un corazón agitado, que el cantante ofrece a su auditorio como muestra de su amor y entrega. Y la multitud aúlla, aplaude y levanta los brazos, como respuesta.
Es el mismo ¡pumba!, ¡pumba!, ¡pumba! escuchado poco antes, cuando el músico pidió perdón por haber estado ausente de México durante los pasados seis años. "Siempre los llevo en el corazón", dijo, acompañando sus palabras con el sonido de sus palpitaciones cardiacas.
Pero ahora no se trata de ofrecer disculpas. Ese nuevo ¡pumba! quiere ser la despedida del concierto en el Palacio de los Deportes. Un final interminable que se prolonga por casi una hora. Una larga despedida que se convierte, por obra y gracia de la improvisación y la resistencia del respetable a terminar aquello, en un concierto dentro del concierto. "¡Se acabó!, ¡se acabó!, ¡se acabó", entona el cantante. Pero el público, eufórico, le responde con un enérgico ¡noooooo!, ¡noooooo!, que rebota por toda la sala, célebre por sus rebotes. "¡Se acabó!, ¡se acabó!, ¡se acabó!", insiste el cantautor, y la gente le contesta coreando "¡Manu!, ¡Manu!, ¡Manu!"
Volver, volver
Y el artista, ya encarrerado, con el segundo o tercer aire en los pulmones, se olvida de su despedida y mantiene el maratón musical, interpretando Y volver, volver, de José Alfredo Jiménez en versión hard core, acompañado de 20 mil gargantas. El escenario se convierte entonces en una especie de ruedo taurino y el cantante en un matador premiado con las orejas y el rabo al que la multitud ofrenda todo tipo de prendas, una bandera nacional incluida, que Manu recoge, levanta, iza y coloca en su cuello como una orgullosa bufanda.
Pero no es aún el final aunque lo parezca. Falta presentar al resto de los integrantes del sexteto de Radio Bemba Sound System, que, con la más pura ortodoxia musical, responden a su nombre y a la ovación que se les dispensa con virtuosas improvisaciones. Han brincado durante casi dos horas y media seguidas por toda la pista como si fueran parte de un espectáculo circense o una tabla gimnástica, han corrido al frente del escenario una y otra vez como si fueran parte de un pelotón militar en formación de ataque, pero, a pesar de ello, ejecutan sus acometidas musicales como solistas con la misma frescura y vitalidad que tuvieron recién llegados al auditorio.
Y cuando el humo blanco cubre el escenario y las luces apagadas anuncian que ahora sí aquello se acabó, reaparece el hijo de Ramón Chao para decir que esa fiesta de celebración del rock and roll en sus distintas variantes y fusiones sigue. Porque, como lo muestra esta noche de gira en la ciudad de México, su música sigue siendo un homenaje al hibridismo cultural, a la fusión de la diversidad y al respeto de la diferencia. Sus canciones son un remolino que suma ritmos y lenguas, nacionalidades y religiones, clases sociales y etnias. Combina el ska con el guaguancó, el blues con el reggae, el country con el tecno. Sus letras están escritas en español, francés, inglés y portugués. Sus palabras hablan de la vida y esperanzas de los nadie, de los nuevos muros que se levantan en el mundo, del amor y desamor en los tiempos de guerra.
Desde las montañas del sureste mexicano
A las 21:30 horas comienza a escucharse por el aparato de sonido la voz del subcomandante Marcos leyendo la Primera Declaración de la Selva Lacandona. Es el toque de clarín que anuncia el inicio de una batalla preparada con bastante buen tino a ritmo de ska, por el grupo Los de Abajo, apenas una hora antes. Un toque de clarín con una larga historia detrás.
Según el músico, en un encuentro entre la comandancia zapatista y él en la Selva Lacandona años atrás, Marcos le dijo: "Bueno, ya está bien de coñas, primero voy a decir a mi gente que dejen los fusiles. Aquí hay tres guitarras y venimos para un reto: si vosotros sois músicos, nosotros también. Así que vamos a hacer una canción, vosotros otra, y así hasta ver quién aguanta más". Manu quedó sorprendido: "No esperaba eso. Estuvimos así hora y media, todo fue muy formal. Cuando nosotros tocábamos, ellos bailaban, y cuando cantaban ellos, ayudábamos... así hasta que llegó la hora y Marcos dijo: vale, tablas. Faltó el trago para estar todos bien, pero aún así todo muy natural". Y aunque han pasado varios años desde entonces, la lealtad a la causa sigue siendo la misma.
"Buenas noches, México. Esta canción fue escrita paseando por los barrios de la Merced y Tepito", saluda el poeta de Babel a las 20 mil personas reunidas en el Palacio de los Deportes, a manera de presentación de la rola abridora, El hoyo. Y el público le responde entregándose nada más al empezar la tocada.
No hay pose en el artista, sino el genuino rencuentro de un músico con un país que ha caminado, que ha viajado, al que le ha cantado y que ha sido su fuente de inspiración. Un rencuentro constante a lo largo de la noche. En uno de los momentos cumbre de la larga jornada musical, durante la intepretación de Clandestino, dedica la pieza a los que se juegan la vida cruzando la frontera norte de México y el Estrecho de Gibraltar.
Nunca pudo ser más oportuna en nuestro país la tocada de ese himno a los sin papeles que ejercen su derecho de fuga, que en estos días de acoso imperial en su contra. Clandestino y El viento retratan el remolino de la experiencia de los migrantes coloniales en las metrópolis; la vivencia de la disolución de las fronteras para las mercancías, pero no para la fuerza de trabajo; la lucha por la supervivencia de los beaners, de los que no tienen green card. Cuenta la vida de los que se contratan para limpiar retretes, cargar ladrillos, recoger cosechas pero no son nunca ciudadanos plenos; esos a los que neonazis y ultranacionalistas de Europa y Estados Unidos culpan de la falta de empleos y del incremento de la delincuencia.
Los que pagan impuestos pero no tienen derecho a votar. Narra la ambigüedad de la historia de las geografías donde se levantan, lo mismo, la Cortina de Nopal que los Nuevos Muros de Berlín, donde coexisten, dependiendo de si se viene del norte o del sur, el ocio y la marginación, el libre tránsito y la ilegalidad, la impunidad y la discriminación.
Manu Chao se presenta en el Palacio de los Deportes como Manu Chao. "George W. Bush -arenga el cantante a la mitad del concierto- es el hombre más peligroso del mundo y enemigo de nuestros hijos". Y en otro momento, dedica Señor matanza, a "la mafia que se disfraza de democracia; la mafia siempre es enemiga de la democracia". No en balde, es el cantor de la mundialización desde abajo que se opone a la globalización como ideología-del-mercado-como-destino-final.
Esta noche, el ex integrante de Mano Negra habla también de y para los otros excluidos, de los otros sobrantes, de los otros sin futuro: los jóvenes de Babel que tienen derechos sociales pero no forma de hacerlos valer, los que poseen educación pero no empleo, los perdidos en el siglo XX y en el XXI, los que siguen buscando, los que no cuentan con reservación ni lugar en el tren de la modernidad. Canta para los aretudos, okupas, punks, indios del mundo, verdes, comunalistas; los que se asumen como diferentes y reivindican derechos culturales. Son los oyentes de Manu Chao; los que lo han adoptado como su trovador.
De la protesta a la pachanga, del rechazo al libre comercio al reventón, hay un vínculo estrecho entre la revuelta de Seattle y la tocada de Manu Chao en el Palacio de los Deportes. Es el vínculo que une las bolsas de resistencia de los globalizados de todo el mundo, el que hace súbitamente visible a los invisibles, el que permite la unión de los desunidos, el que genera nuevas identidades de los diferentes.
La fiesta
El cuerpo de una muchacha se desliza a través de decenas de manos que lo sostienen en el aire. Salta de un lugar a otro como si fuera guisantes salteados en un sartén. Por instantes se detiene, como si los brazos que lo sostienen no pudieran más. En momentos parece a punto de caer al suelo. Brinca al compás de la música.
Al lado suyo, saltan, exclaman, chocan sus cuerpos infatigablemente centenares de jóvenes metropolitanos que abarrotan la pista y que parecen disfrutar más las viejas rolas de Mano Negra que las más recientes. Por eso cuando antes de tocar Mala vida anuncia: "Pase lo que pase/ sea lo que sea/ siempre Mano Negra" el público se enaltece.
Arriba, en la zona con asientos, la gente permanece de pie. Este no es un concierto para escuchar sentado, a pesar del cansancio. Es una tocada que hay que escuchar parados, bailando o, cuando menos, haciendo pequeños contoneos.
Juego de espejos, el personal conoce las letras de las canciones y las entona. Las conoce a pesar de que las estaciones de radio comerciales casi no incorporan a sus programaciones rolas suyas. Es el triunfo de Radio Rumor o, en la particular nomenclatura del músico, de Radio Bemba. A la privatización del arte Manu Chao opone la socialización de la creación artística, y el público le responde.
Ese conocimiento popular de sus canciones se produce a pesar de su ausencia de seis años, resultado, en parte, de su trabajo como productor de artistas talentosos poco conocidos. En un pequeño remanso en la tormenta, Manu dice: "Es un mundo dificile, de vida intensa, felichidad momento y futuro incherto". Sus palabras son un pequeño fragmento de la letra de una canción de Tonino Carotone, el artista navarro que canta en itañol, titulada Me cago en el amor, producida por Manu Chao.
Ya casi para terminar, el cantor se quita su gorro. Y, cuando la banda ejecuta los acordes finales, no se oyen ya más peticiones de otra pieza. La jornada ha sido kilométrica. El respetable está exhausto. La próxima estación sigue siendo, como en su canción, Esperanza.