Usted está aquí: domingo 26 de febrero de 2006 Opinión Monterrey: contrato sin pactos

Abraham Nuncio

Monterrey: contrato sin pactos

Ampliar la imagen Carlos Slim, durante uno de los actos referentes al Acuerdo de Chapultepec, el 13 de febrero FOTOMaríaMeléndrezParada

Lo que venía siendo una necesidad obligada bajo cuerda para los candidatos del PRI, y en menor medida para los del PAN, Carlos Salinas de Gortari lo convirtió, como candidato del régimen unipartidista, en un pacto abierto y a domicilio con los empresarios de Monterrey. Su famoso reto económico, el de sello neoliberal, fue pronunciado en el auditorio San Pedro del municipio homónimo, donde todos ellos tienen su residencia.

Tras el fracaso del modelo económico, del que los grandes empresarios han sido promotores y víctimas a la vez, Vicente Fox compareció, todavía en 2005, antes de rendir su quinto Informe de gobierno, ante el grupo Monterrey.

Los actos más significativos de los candidatos de PRI y PAN en la capital de Nuevo León han sido las reuniones sostenidas con los empresarios. Después de su pálido inicio de campaña en el estado de México, Roberto Madrazo voló a Monterrey para reunirse con el Grupo de los Diez (los industriales más poderosos de la región). El contenido de esa reunión fue prometido por Madrazo a la prensa con una reiteración cultural del futuro mexicano: "mañana, mañana, mañana", que hizo recordar, contrario sensu, al imperativo inmediato de Fox hace seis años: "hoy, hoy, hoy". Felipe Calderón, en reuniones similares, ha querido hacer ver que tiene el respaldo de ese grupo.

La prensa de la localidad suele definir las posturas de los candidatos en relación con lo que harán o no harán respecto de los empresarios.

Hasta ahora, Andrés Manuel López Obrador, el candidato de la alianza Por el Bien de Todos, ha mantenido un mayor margen de autonomía respecto de los empresarios. En Monterrey, como lo ha venido haciendo en sus actos de campaña, firmó una suerte de contrato político en el que enfatizó sus promesas hacia ese sector. El contractualismo, fundamento de la filosofía política y del derecho en occidente, está fuertemente enraizado en la cultura de las sociedades de esta parte del mundo. En ciudades como Monterrey, donde tiene por complemento la dimensión de los negocios, esa cultura adquiere mayor significado.

Andrés Manuel se dirigió a los empresarios de Monterrey en un lenguaje que les resulta familiar. Lo hizo menos en forma defensiva, como ocurrió en su primera visita a la capital de Nuevo León, que en términos de una política económica. En el centro de ésta puso la reindustrialización. Para un país que no ha alcanzado a industrializarse siquiera en el nivel de la metalmecánica, tal política sería sinónimo de coherencia. La promesa, por lo demás, no pudo haber sonado mal a los oídos de los industriales regiomontanos. López Obrador dijo que convertirá a Monterrey -con todo y tren bala- en la capital industrial de México tomando como punto de partida la inversión pública, el conocimiento y el crecimiento del mercado interno. Nada menos que el eje sobre el cual se consolidó la industrialización de esta ciudad en la etapa de mayor crecimiento económico del país (1940-1970).

A falta de pactos reales que pudieran conducirnos a concluir con éxito la transición política con una sustancial reforma del Estado, el formato de contrato político que ha dado López Obrador a sus promesas de campaña le aportan al electorado, en principio, cierta certidumbre. No es ni poco ni mucho, pero sí un embrión de lo que tendrán que ser en el futuro las campañas electorales: auténticos contratos políticos de los futuros gobernantes con los gobernados. Donde aquello que se pacta en campaña es la base fundamental del ejercicio de gobierno.

En el pasado, lo que pudiera decirse o no decirse en campaña y lo que después, en ese ejercicio, pudiera hacerse, era irrelevante. Ante la alternancia del poder se pensó que estábamos en la antesala de un cambio de envergadura. El pacto de La Moncloa, que hizo posible la gran reforma económica y política en España, era visto como el arquetipo de lo que podría ser la reforma mexicana para el siglo XXI. Esperanzas vanas.

El sexenio de las vencidas, como seguramente será recordado el de Fox, no permitió que muchas de las inercias del régimen priísta pudiesen ser superadas ni que el alumbramiento de un régimen nuevo, gestado en condiciones pacíficas, fuese el sustituto del impulso revolucionario que un siglo atrás modificó radicalmente al país.

Ahora nos encontramos ante una incógnita con cara de garabato. No hay un pacto de fondo; tampoco las condiciones para el surgimiento de un gobierno de coalición orientado a la reforma del Estado. Nos espera un nuevo gobierno dividido con apenas diferencia de estilos y algunas políticas públicas. Unos y otras pueden introducir, desde luego, modificaciones importantes según el hombre que llegue a la Presidencia de la República y la fuerza política que lo sustente. No es lo mismo que lleguen Calderón o Madrazo, que se han comprometido a continuar con las privatizaciones, simuladas o no (por ejemplo, la reproducción de los contratos de servicios múltiples) de las industrias estratégicas del Estado, a que llegue López Obrador, con una política de defensa y desarrollo de estas industrias.

Dos días después del mitin de López Obrador en la Macroplaza de Monterrey, un mitin cuya asistencia fue escamoteada por la prensa local, llegó Carlos Slim, el candidato independiente -por razones de pesos-, y actualizó, acompañado de otros representantes de las cúpulas empresariales y del ex presidente de gobierno de España José María Aznar, el acuerdo conocido como Pacto de Chapultepec. La reunión tuvo como sede el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey.

Pacto entre las elites mexicanas, el de Chapultepec pretende, con el apoyo conspicuo de los empresarios de Monterrey, convertirse en una calificadora y certificadora política. Quienes se ciñan a sus postulados y propuestas serán objeto de apoyo; quienes se aparten de sus cánones y protocolos serán puestos en la mira. Criticado López Obrador por Slim respecto al propósito de reducir el sueldo de los servidores públicos y aludido por Aznar advirtiendo a los mexicanos del peligro que representa el renovado "populismo revolucionario" en América Latina, su candidatura es perfilada así como el negro de la feria.

Los promotores del Pacto de Chapultepec y sus ideólogos -de derecha- no hacen sino darnos a los mexicanos de ingreso medio para abajo -la gran mayoría- un criterio para votar. Votar por los candidatos de los ricos sería torpe. Así que por eliminación, cuando no por convicción, no queda sino votar por aquél que no es su candidato natural.

 
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