Ojarasca 106  febrero 2006


Tras la cacareada emoción que nos prometieron de un año electoral excepcional, histórico, y tras un mes del arranque formal de la carrera presidencial (el arranque informal ocurrió hace mucho, como todos pudimos darnos cuenta), la conclusión del respetable, o sea la ciudadanía, es que qué poquita cosa, qué flojera, y que la televisión ofrece entretenimientos igualmente increíbles pero más atractivos. Por más que los noticieros y los periódicos se esfuerzan en seguir el juego a las campañas y pintarlas de mil colores, los inunda por los cuatro costados la realidad que no quieren mirar. El crimen organizado tiene ocupadas todas las plazas del país, realiza matazones cotidianas, corrompe gobernadores, jefes policiacos, tropas federales, ciudadanos en general, atrapados todos en la espiral del dinero abundante y malhabido. La clase gobernante y sus cachorros se reparten el pastel con los empresarios más voraces y mejor colocados. Avanzan como lepra la destrucción de los recursos, o su acaparamiento por unos cuántos siempre enchufados al verdadero poder económico, que no es nacional. El comportamiento aberrante de las capas altas, atrapadas en las redes adictivas de la pederastia, la cocaína y las casas de juego. El fin definitivo de eso que llamábamos la Revolución mexicana, que tuvo fuelle casi un siglo, mientras hubo algún nacionalismo revolucionario digamos que de izquierda. En el poder ya no quedan ni rastros del México surgido de entonces (y que contra lo que sostienen los historiadores del sistema, fue mucho más que "PRI"), y que ganó educación pública, propiedad comunitaria de la tierra, seguridad social, derecho de huelga y otras "bagatelas populistas".

Como si eso fuera México.

Un país es su tierra. Y su gente. Millones de mexicanos se encuentran en este preciso momento, mientras el lector sigue estas líneas, luchando por sí mismos, por su familia, por su comunidad, por su Nación. Unos de este lado, otros del otro, muchos enmedio. Un México de comunidades, colonias, regiones; de organizaciones sociales, políticas, culturales, artesanales, productivas, de defensa de los diversos derechos ciudadanos o la protección del medio ambiente. Ellos son los últimos en sorprenderse con la descomposición de la clase dominante. Son los primeros en saber qué sigue, resistir; es lo que han hecho siempre, saben cómo mejor que nadie.

En este país de minorías donde los que mayoritean siempre son poquitos, la minoría más grande son los pueblos indios. Hace unos años se les consideraba semiextintos, en buena medida debido a su invisibilidad para los ojos racistas del poder y las clases medias. De un tiempo a esta parte ya no hay manera de ignorarlos, por más que 1994 haya ocurrido hace muchos años. Ni caso tiene enumerarlos; prácticamente todos los pueblos indígenas han despertado y se organizan de mil maneras y se expresan, defienden sus lenguas, sus tierras y sus derechos ahora que el poder no sólo no los respeta sino que los combate. Desde que los españoles tomaron a sangre y fuego casi todos los pueblos y reinos de lo que hoy se llama México, éstos no habían visto tan amenazada su sobrevivencia en el corto plazo: los plazos del neoliberalismo son cortos, perentorios, y si hace falta, criminales.

De un lado el etnocidio y la entrega de la Nación, ese viejo proyecto de los Marimones y Mejías, siempre derrotado. Hasta ahora. Del otro, los pueblos indios, su conciencia nacional, más poderosa porque se alimenta de la identidad precisa mexicana-mixteco (tzeltal, totonaca, p'urhépecha, yoreme, wixárika, ñahñú). Así de firme como suena. Separados por miles de kilómetros de sierras, valles, desiertos y fronteras, los pueblos indios se reconocen hoy como hermanos que luchan por lo mismo, en bien suyo y de toda la Nación. Por eso separarlos, enfrentarlos y desmembrarlos es el proyecto para ellos del Estado y los patrones internacionales. Sus demandas de autonomía no se parecen a las del resto del mundo, porque precisamente lo que no buscan es separarse de la Nación, sino que los dejen ser libres para mantener unidos los pedazos de nuestro México. Por decirlo en corto: de su autogestión, su autonomía, sus democracias, dependen la unidad y la sobrevivencia de la Nación. Quienes combaten a los pueblos indios combaten a todos los mexicanos.
 

umbral


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