Como si eso fuera México.
Un país es su tierra. Y su gente. Millones de mexicanos se encuentran en este preciso momento, mientras el lector sigue estas líneas, luchando por sí mismos, por su familia, por su comunidad, por su Nación. Unos de este lado, otros del otro, muchos enmedio. Un México de comunidades, colonias, regiones; de organizaciones sociales, políticas, culturales, artesanales, productivas, de defensa de los diversos derechos ciudadanos o la protección del medio ambiente. Ellos son los últimos en sorprenderse con la descomposición de la clase dominante. Son los primeros en saber qué sigue, resistir; es lo que han hecho siempre, saben cómo mejor que nadie.
En este país de minorías donde los que mayoritean siempre son poquitos, la minoría más grande son los pueblos indios. Hace unos años se les consideraba semiextintos, en buena medida debido a su invisibilidad para los ojos racistas del poder y las clases medias. De un tiempo a esta parte ya no hay manera de ignorarlos, por más que 1994 haya ocurrido hace muchos años. Ni caso tiene enumerarlos; prácticamente todos los pueblos indígenas han despertado y se organizan de mil maneras y se expresan, defienden sus lenguas, sus tierras y sus derechos ahora que el poder no sólo no los respeta sino que los combate. Desde que los españoles tomaron a sangre y fuego casi todos los pueblos y reinos de lo que hoy se llama México, éstos no habían visto tan amenazada su sobrevivencia en el corto plazo: los plazos del neoliberalismo son cortos, perentorios, y si hace falta, criminales.
De un lado el etnocidio y la entrega de la Nación,
ese viejo proyecto de los Marimones y Mejías, siempre derrotado.
Hasta ahora. Del otro, los pueblos indios, su conciencia nacional, más
poderosa porque se alimenta de la identidad precisa mexicana-mixteco (tzeltal,
totonaca, p'urhépecha, yoreme, wixárika, ñahñú).
Así de firme como suena. Separados por miles de kilómetros
de sierras, valles, desiertos y fronteras, los pueblos indios se reconocen
hoy como hermanos que luchan por lo mismo, en bien suyo y de toda la Nación.
Por eso separarlos, enfrentarlos y desmembrarlos es el proyecto para ellos
del Estado y los patrones internacionales. Sus demandas de autonomía
no se parecen a las del resto del mundo, porque precisamente lo que no
buscan es separarse de la Nación, sino que los dejen ser libres
para mantener unidos los pedazos de nuestro México. Por decirlo
en corto: de su autogestión, su autonomía, sus democracias,
dependen la unidad y la sobrevivencia de la Nación. Quienes combaten
a los pueblos indios combaten a todos los mexicanos.