El GDF solapa a Herrerías en la Plaza México
Por segunda vez desde que Pajarito saltó a la zona del público el 29 de enero en la Monumental Plaza Muerta (antes México), una espectadora ingresó en la enfermería, sólo que en esta ocasión la señora perdió el conocimiento por razones que se desconocen, entre las cuales no se descarta sin embargo el sopor causado por el tedio que trajo consigo la decimosexta corrida de la temporada "un poco menos chica" 2005-2006.
La nota más importante del festejo no la dio el matador Christian Ortega, al recibir un maromón y fracturarse la clavícula derecha, ni el jalisciense Humberto Flores al cortarle una orejita lastimera al séptimo de la tarde, y mucho menos el inexpresivo Leopoldo Casasola que estuvo en plan de fantasma. No, la nota, por vergüenza y escándalo volvió a darla el titular del Gobierno del Distrito Federal (GDF), Alejandro Encinas Rodríguez.
¿Por qué no hubo toros el domingo pasado? Porque, todo el mundo así lo supuso, la empresa iba a tomarse dos semanas, entre el 6 de febrero y ayer, para aplicar las nuevas medidas de seguridad al coso, tales como acortar 50 centímetros el diámetro del ruedo, colocar otro cable de acero frente a las barreras de primera fila y quién sabe qué más. Pero lo cierto es que el receso únicamente se debió, como todo lo que ocurre en ese establecimiento, a que a Rafael Herrerías, el supremo cacique de Mixcoac, no se le pegó la gana abrir. Así de simple.
Ello quedó de relieve cuando la escasa asistencia de ayer comprobó que no se había hecho nada por elevar la seguridad del público y que mientras Encinas trata de apantallar al gobierno de Estados Unidos con la amenaza de clausurar el hotel María Isabel Sheraton a través de la delegación Cuauhtémoc, lo cierto es que ni siquiera fue capaz de obligar a Herrerías a recorrer medio metro las tablas de la valla circular del redondel.
Para consuelo de los espectadores, los precios de las entradas volvieron a la tarifa anterior a la corrida del 60 aniversario, cuando el GDF toleró que Herrerías los aumentara 70 por ciento en promedio. Fuera de eso, la pachanga siguió en su apogeo con más de 40 gorrones que nada tenían que hacer en el callejón como no fuera estorbar y emborracharse por cortesía del empresario, a ciencia y paciencia del inspector de autoridad.
El dizque "imponente" encierro de Rancho Seco fue una mansada de siete bueyes, muy bien armados de cuerna, eso sí, y de extraordinaria lámina, pero sin casta para pelear con los caballos, sin fuerza para sostenerse sobre las cuatro patas, sin alegría ni transmisión, lo que dio por resultado una tarde plagada de bostezos, en la que tres esquiroles vestidos de luces, en discutible "premio" por haberle ayudado a Herrerías a destruir la Asociación Mexicana de Matadores, salieron a enfrentarse con esos marrajos ante menos de 2 mil personas y probablemente sin cobrar un centavo por su trabajo. Al cierre de esta edición se ignoraba el estado de salud del joven Ortega, que sufrió convulsiones en el hule tras el porrazo que se llevó.