Occidente y su libertad de expresión
Resulta habitual mezclar la crítica con el argumento. Preguntado por la definición de un cuadrado saltan las respuestas más dispares. Prefiero un triángulo, me gusta la aritmética, odio los cuadrados. Es asombroso, pero no se responde. Si llevamos el razonamiento al campo de lo político y nos interrogamos ¿qué son las clases sociales?, podemos encontrar exabruptos y descalificaciones, respuestas tales como: ya no existen, el proletariado es un mito revolucionario, los burgueses son reaccionarios, etcétera. Los más avisados buscan adjetivar. Pero nos quedamos en las mismas. Es la circularidad del círculo. Un callejón sin salida. Debates donde se contraponen con mejor o peor fortuna ejemplos y casos particulares sin llegar nunca a definir nada. Hablar por hablar. El parloteo vano del argumento sofista, donde se repite lo mismo hasta la saciedad se impone. No hay manera de respetar un argumento construido lógicamente cuyo principio de explicación no conlleve opinar sobre lo definido; es decir, mantener la autonomía en la definición. En otras palabras, enunciar un problema no conlleva estar de acuerdo con su enunciado.
La publicación de viñetas caricaturizando al profeta Mahoma en un periódico conservador danés no provoca la ira de los pueblos islámicos, es su imagen convertida en terrorista lo que determina el estallido de violencia. La posterior edición en los principales periódicos de Europa occidental, apoyándose en el ejercicio de la libertad de expresión, es ahondar en la provocación. Apoyándose en la libertad de expresión se reproducen hasta la saciedad. El objetivo es reivindicar un derecho por encima de cualquier otra circunstancia que amerite su rechazo. No caben medias tintas. No se puede ceder ante el fundamentalismo religioso. Las caricaturas serán de mal gusto, inoportunas, pero nadie puede impedir la libertad de prensa y de expresión. Occidente cierra filas. Pero ése no es el problema. Sabemos claramente que determinados artículos, gestos, símbolos suponen incitar a la violencia, crear conflictos y herir sensibilidades. Todo ello lo saben quienes ejercen el periodismo y la política. Saben qué se puede y se debe hacer y decir. El cómo y el dónde. No es pues un problema de libertad de expresión y libertad de prensa. Lo que se discute es otra cosa. Tampoco sirven los argumentos sobre el tipo de regímenes políticos de Oriente. No se puede meter la crítica en el argumento. El ejercicio de la libertad de expresión y de prensa está regulado y no pueden saltarse límites deontológicos. Por ello la discusión es de otra índole. La libertad de expresión se define por sí, al igual que la libertad de prensa. Existe o no existe. Por ello, resulta curioso que el problema se enfoque como el derecho inalienable de un periódico y de un periodista por encima de cualquier consideración a publicar una viñeta de tipo religiosó amparándose en la libertad de prensa, por encima de consideración ética o principio moral. Loable argumento al cual recurren y en el que se parapetan todos los grandes medios de comunicación y gobiernos de los países de Europa occidental. Así no ha lugar a equívocos. Occidente es libre, defiende la cultura, la democracia y los valores de la civilización. Por todo ello vale la pena luchar y rasgarse las vestiduras. Se cierran filas. La OTAN, el Parlamento y todas las instituciones de la Unión Europea llaman a los gobiernos del mundo árabe a comportarse y controlar sus huestes, adjetivando al mundo árabe como teocracias sin valores democráticos.
¿Pero es realmente un problema de libertad de expresión y libertad de prensa? Veamos. Las viñetas fueron publicadas en Europa y causaron efectos en el mundo árabe, musulmán e islámico: ese era el objetivo. Crear violencia y provocar. Si se trata de hablar de libertad de prensa y de expresión, hablemos. Pero no en Oriente, hagamoslo en nuestro mundo, en Occidente. No metamos la crítica en el argumento. Aquí todos los días se viola el derecho de libertad de expresión y se atenaza la libertad de prensa. El control ejercido por los gobiernos y las empresas que mantienen la publicidad en los periódicos configura una mordaza "consentida". A la censura, la negativa a publicar informaciones sobre la guerra de Irak, Afganistán o Israel se une el engaño masivo y la manipulación sobre la realidad en Venezuela, Cuba o cualquier país que no sea del agrado de la multinacional de la información. Asimismo, la presión a periodistas y la acción de ministros de gobernación para evitar publicaciones habla de la inexistente libertad de expresión y de prensa. Es más, las grandes multinacionales contratan páginas de publicidad en la prensa diaria, cuestión que las hace invulnerables cuando se trata de escribir sobre la situación de sus empleados o sus servicios. En España si hablamos de Telefónica, Banco Santander Central Hispano, BBV, Iberia, El Corte Inglés o Zara, existe un colador que impide hablar de despidos, incumplimiento de contratos, trabajo negro, etcétera. El País, El Mundo, ABC saben hasta dónde pueden llegar. ¿De qué libertad de expresión y prensa hablamos? Algo similar ocurre en la televisión privada, no menos en la pública. El mercado de la publicidad obliga. El que paga define el límite de la libertad de expresión y acota la libertad de prensa. Siempre hay excepciones. Lo alternativo es otra cosa. Pero estamos acostumbrados a confundir libertad de expresión y prensa con noticias consideradas exclusivas provenientes de las grandes agencias de información. La libertad de prensa y expresión en los países de Europa gozan de muy mala salud. Su prensa en manos de las grandes compañías es cuestionada desde hace ya tiempo, y bueno sería darnos cuenta y no confundir el sentido del problema. El conflicto es otro. Ni choque de civilizaciones ni alianza de civilizaciones. Tras esta dinámica se busca la creación de conflicto donde se utiliza la religión y la teología con el objetivo de establecer un control político y favorecer un proceso donde se legitime la guerra total. La nueva cruzada contra un enemigo integral. No es un problema de corto plazo. La crítica al mundo árabe favorece en Europa una acción inmediata sobre la emigración y practicas xenófobas y racistas. Igualmente consolida el mito de la superioridad étnico-racial de la razón cultural de Occidente y su civilización fundante del progreso material como el gran logro del siglo XXI. Un renacimiento del fundamentalismo cuya cruzada se levanta para proteger al mundo católico, apostólico, romano y sus variantes judía, ortodoxa y protestante.