Usted está aquí: viernes 17 de febrero de 2006 Opinión Virtudes y límites de la laicidad

Gabriela Rodríguez

Virtudes y límites de la laicidad

El estado laico y la secularización son virtudes de Occidente, base de las libertades individuales, de la democracia y de los derechos humanos. La moral universalista en que se sostienen estos valores es producto del corte entre moralidad y legalidad, de la separación entre los ámbitos de acción que resuelven las leyes y el derecho, respecto de aquellos que se confían a los participantes y quedan en la esfera privada. Este ha sido el marco que sustenta el Estado Laico y las libertades que hemos podido ejercer en el último siglo: la libertad de pensamiento, de conciencia y de culto, de expresión, de decidir sobre el cuerpo, las uniones y la reproducción, lo que hoy se conoce como derechos sexuales y reproductivos.

Coincido con las expresiones de importantes intelectuales, así como de compañeros(as) de las organizaciones civiles mexicanas hacia los funcionarios del gabinete actual. Pretender imponer una identidad cristiana como marco de la ética mundial es un agravio a la educación pública que justifica la renuncia del secretario del Gobernación; conmemorar el Día de la Constitución en la catedral es un insulto del señor Presidente al Estado laico; negar el derecho de las mujeres a utilizar la anticoncepción de emergencia o a interrumpir un embarazo en casos que los legisladores han autorizado, como pretende la directora del DIF, es una forma de violentar el derecho y una amenaza del candidato del PAN.

Hasta hoy, la moral universalista, los derechos humanos y el Estado laico son un producto occidental: violentarlos es un agravio a la democracia y a las instituciones en nuestra región. La moral universalista se origina en el hecho de adoptar la actitud de la comunidad; es la sociedad, mediante la construcción de consensos, la fuente de la universalidad de los juicios éticos; la voz de todos es la voz universal.

Las normas morales basan su autoridad en el hecho de que encarnan un interés general, que está por encima de toda demanda particular. El sistema institucional que formaliza la moral universalista es el Estado y la Constitución, en el ámbito internacional son los acuerdos intergubernamentales y multilaterales, los convenios, tratados y declaraciones de la ONU, organismo supranacional que ha sido el espacio para la construcción del consenso de las libertades y de los derechos humanos.

Aunque muchos países asiáticos y africanos suscriben los convenios y tratados de Naciones Unidas, hay una manera diferente de interpretar los derechos humanos y las libertades individuales. El caso de las caricaturas sobre Mahoma ha puesto en evidencia una visión diferente respecto de la libertad de expresión.

Confieso mi ignorancia sobre el mundo musulmán, pero mi condición de estudiante internacional en la Universidad de Washington, me está dando la oportunidad de mantener un diálogo directo y amplio con musulmanes. Hace unas horas sostuve una interesante conversación con una compañera de Sudán, quien me explicó por qué son ofensivos esos dibujos, que a mi manera de ver son de lo más inocuo. Ella porta el velo como expresión de identidad musulmana y símbolo de resistencia frente a las amenazas de Occidente, y considera que el caricaturista danés claramente faltó al respeto porque se trata de un profeta, de Mahoma o Mujamad, el más importante interlocutor con Dios. Desde la visión musulmana cualquier otro ser humano, político o activista podría ser objeto de burla o críticas, pero ninguno de los profetas. Lo más ofensivo es que se dio a Mujamad un tratamiento cómico, lo cual es indignante e inconcebible.

Esta opinión se opone a mi primera reacción que fue defender la libertad de expresión del cartonista: mofarnos de nuestros políticos, de vacas sagradas y de figuras religiosas es casi una tradición de Occidente. Pero si la libertad de expresión se define como universal y basa su autoridad en que encarna un interés general, debo reconocer que la visión musulmana considera que mofarse de un profeta rebasa los límites de esa libertad. Se trata de una cultura que no separa las representaciones religiosas de las políticas de Estado y en la cual no se identifica al Estado Laico como reivindicación social. Esa sociedad define la libertad de expresión con sus propios conceptos, tal como exige una lógica democrática. La burla, la imposición, la discriminación y la invasión de europeos sobre musulmanes es parte del contexto que un periodista no puede ignorar.

El agravio al Estado laico como la blasfemia para los musulmanes es igualmente indignante porque no se puede imponer una única verdad y la moral la definen las sociedades a través de sus representantes. Las fascinantes y distantes culturas que se han construido en Oriente y Occidente han sido base de formaciones humanas complejas, pero no pueden llevarnos a pensar que quienes pertenecen al segundo bloque somos más civilizados que los de la otra mitad del mundo. A estas alturas de mi vida no puedo permitirme esa arrogancia.

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