San Andrés:10 años después
Después de más de un año de encuentros y desencuentros, el 16 de febrero de 1996 se concretó el primer acuerdo de paz entre el EZLN y el gobierno federal en materia de derechos y cultura indígenas. Este tema era el primero de la agenda acordada por las partes; faltaban por discutir otros cinco.
Llegar a ese día no había sido fácil, el camino de la negociación había estado empedrado de obstáculos. La Cocopa y la Conai no se daban abasto para desmontar las provocaciones surgidas desde lo más hondo de los albañales del sistema político mexicano. La traición zedillista del 9 de febrero de 1995, las agresiones a las bases de apoyo zapatistas, la aprehensión de Fernando Yáñez (comandante Germán) y muchas dificultades más, habían precedido a la firma del primer acuerdo de paz.
Las figuras de don Samuel Ruiz, Heberto Castillo y don Luis H. Alvarez fueron pilares en el proceso de negociación; la tropa de la Conai y la Cocopa mucho aprendimos de ellos. El EZLN, acosado, agraviado y perseguido por el Estado mexicano, tuvo la habilidad de impulsar un modelo creativo de negociación, donde lo acordado tuvo como sustento la aprobación de sus bases. El gobierno sin otra opción se vio obligado a acompañar el proceso de negociación, que meses después desconoció por la vía de los hechos.
El acto de la firma de lo que hoy conocemos como los acuerdos de San Andrés, se produjo en dos tiempos. Los zapatistas, previendo el arrepentimiento del gobierno, tal como se produjo después, solicitaron realizar la firma del documento en un acto sin cámaras ni prensa. En un saloncito ubicado en la esquina del lugar del diálogo en San Andrés Larráinzar nos reunimos con la delegación zapatista. Por la Conai habló don Samuel haciendo énfasis en la vicisitudes del proceso de negociación; por la Cocopa me correspondió hablar a mí, que en ese momento era presidente en turno. Recuerdo que hice hincapié en el contenido del tema acordado y su significación para el país; después, a nombre del EZLN, habló el comandante Tacho, valorando lo que se había avanzado, pero también desconfiando de la actitud gubernamental. El tiempo les daría la razón. Por parte del Congreso de la Unión estampé mi firma en el documento acordado como testigo, miembro y presidente de una comisión legislativa republicana. Desde entonces he defendido el cumplimiento de dichos acuerdos, a pesar del acoso de los funcionarios zedillistas en aquel tiempo y hoy apoyadores de Andrés Manuel López Obrador.
Después, en un acto distinto, la delegación gubernamental firmó el documento acordado, donde ya con prensa y todo se dieron a conocer los pormenores de los acuerdos de San Andrés. Posterior a la firma, el gobierno desconoció por la vía de los hechos los acuerdos pactados, al grado de que Ernesto Zedillo, con las quijadas trabadas y todo enmuinado nos mandó al carajo a quienes defendíamos lo que él mismo había pactado.
Hoy, como empleado de la compañía beneficiada por la privatización ferrocarrilera que impulsó, se me vienen a la mente sus hipócritas argumentos de que la iniciativa de ley de la Cocopa "vulneraba la unidad y soberanía nacionales". Desde la comodidad de sus oficinas gringas dice que él no necesita la pensión que se asigna a los ex presidentes, y tiene razón: para qué quiere esa pensión, si ya está pensionado de por vida por las compañas beneficiadas con sus políticas privatizadoras. La deuda interna se duplicó en su sexenio, entregó aeropuertos, ferrocarriles, satélites y medio país a compañías trasnacionales, pero se negó a cumplir lo pactado con los indígenas mexicanos y hoy desde el extranjero pontifica sobre la democracia, la globalización y la ética política.
No obstante, queda en el recuerdo colectivo la actitud digna y valiente de los zapatistas, que hoy viajan por el país en la búsqueda de una opción que el Estado Mexicano, los partidos políticos y el Congreso de la Unión les negaron.
La pregunta que repiten políticos y politiqueros es: ¿ahora qué quiere Marcos? Como si Marcos o el EZLN alguna vez hubieran querido algo para ellos que no fuera respeto. Se ofenden por sus críticas, pero su corta memoria les hace olvidar que quienes persiguieron y reprimieron a los zapatistas en la actualidad se dicen demócratas y son puntales de la campaña de quien ahora las encuestas perfilan ganador. ¡Pragmatismo, bendito seas! Los principios se subordinan a la lógica del poder y ¡el que no esté de acuerdo, que democráticamente se vaya a la chingada!, ésa es la consigna.
Como quiera que sea, lo aquí narrado es un pequeño homenaje a la memoria de los que han luchado por la paz en Chiapas; algunos se nos han adelantado en el camino (Heberto Castillo, la comandanta Ramona, entre otros), pero su ejemplo queda y el compromiso nuestro por luchar hasta el final por un México distinto, justo y digno, desde cualquier trinchera.
Para los zapatistas, mi cariño y respeto de siempre.