Viejos héroes revisitados
He de confesar que mi conocimiento de los iconos cinematográficos de las artes de combate orientales es casi inexistente. Por supuesto que vi algunos episodios de la célebre serie Kung-Fu, que no ignoro quién fue Bruce Lee y que he visto fragmentos de las deslumbrantes películas hollywoodenses del género -siempre por TV- y que entiendo, gracias a un nieto mío, que fue Jakie Chan quien introdujo lo chistoso en las luchas. Desde luego que he disfrutado de los combates en las películas de Akira Kurosawa, más por la maestría del director que por los combates mismos. Con este parco bagaje me atrevo a escribir de Vencer al Sensei de Richard Viqueira como una excelente propuesta teatral hecha en varios planos.
El primero, que se desprende del texto, sería una lucha por el poder entre dos generaciones disfrazada de lección -muy alejada de lo que atañía al ''pequeño saltamontes"- de las artes marciales, entre el maestro y su discípulo, metáfora que rebasa al espectáculo mismo. Tenemos pocos datos acerca de los personajes, el cazurro maestro que dosifica la enseñanza -que estuvo en alguna guerra, que fue herido a traición- y el impaciente discípulo ''que tiene una misión" en la que el Sensei está involucrado y que oscila de la sumisión al envalentonamiento en su deseo de vencer al otro. Sobre este texto Viqueira elabora un excelente espectáculo de lucha muy precisa en todos sus momentos, que a veces cae en la tosca gracejada como es la escena de la comida y los palillos, la muy buena de la borrachera de ambos, o la divertida de la geisha y su sombrilla. Del chiste al combate en serio -que incluye la muerte del colibrí solucionada con la partida en dos de un abanico- los dos actores transitan por todas las posibilidades del género.
En un muy limitado espacio rectangular, con espectadores a ambos lados, la acción se va realizando con una extraordinaria exactitud. El manejo de las armas y la capacidad corporal en las diferentes artes, da grandes posibilidades coreográficas -con las asesorías de Daniul Artamonov, Enrique Alguibay y José Alberto Patiño. El autor y director se reservó el papel del impasible Sensei y también es asesor coreográfico, como igual lo son Mauricio E. Galaz, que hace un muy matizado discípulo e Iliana Muñoz, la graciosa geisha.
Otro héroe revisitado, aunque de manera muy sutil, sería Superman en S de Haydeé Boetto y Jorge Picó. Si olvidamos al odioso Superman de las aventuras imperialistas durante la guerra fría (más difícil de olvidar ahora con el escándalo del hotel Sheraton) y regresamos al pueril anhelo de un héroe venido del espacio que combata al mal, podemos entender la recuperación del Superman de todas las infancias desde la tercera década del siglo pasado. Un hombre hospitalizado por una caída, con una S grabada en el pecho y una desdichada enfermera suicida, llamada por supuesto Luisa, van tejiendo una relación más basada en sueños y deseos que en la realidad, en la que el posible Superman -sus pies y piernas rojos imitando los botines del héroe, la truza negra y la S- se levanta, cuando se supone en la cama, habla con Luisa, recita con ella las palabras empezadas con S y adivina sus movimientos al llegar a su casa. La enfermera, con un abriguito rojo que nos recuerda al de Lane, aparece en todas sus fantasías, si es que no las tiene también -lee un ejemplar del cómic, que luego pasa de mano en mano- y nunca sabremos la razón de su pena.
El programa de mano no da mayores créditos, pero es de suponerse que la escenografía -consistente en biombos de hospital y un lavabo- y la iluminación son de Matías Gorlero y que los muñecos son de la propia Haydeé. Tanto ella como Jorge Picó manejan con gran destreza los muñecos, a veces validos de pinzas de hospital, que reproducen a la enfermera en la escena del baño con las pastillas y a un Cristo desprendido de la cruz que da divertidos, por enrevesados, consejos al accidentado mientras cena el pan que el otro no puede comer y bebe lo que está en un cáliz. Son excelentes escenas que van desmadejando el momento de las muertes paralelas, rematadas en un lúdico final que nos remite al personaje del que se ha hablado tan elusivamente gracias al cómic, y todas las demás alusiones como la capa que también luce el afanador que cambia biombos, barre el escenario y coadyuva a la eficacia de un trazo muy limpio. Se trata de un texto y una escenificación de una gran delicadeza cuyo subtexto no desdeña ocuparse de un héroe popular.