Usted está aquí: jueves 9 de febrero de 2006 Opinión Bendecir para maldecir

Soledad Loaeza

Bendecir para maldecir

En la pasada ceremonia de entrega de premios nacionales de Ciencias y Artes, el presidente Fox espetó -no es otra la palabra- al auditorio presente un "¡Que Dios les bendiga!", para responder al discurso de Carlos Monsiváis, cuyo tema central había sido la defensa del Estado laico y de la educación pública.

La expresión del señor Presidente fue sorpresiva e insultante. Primero, por el tono estentóreo y agresivo con que la emitió. No solamente faltó al segundo mandamiento: "No tomarás el nombre de Dios en vano", sino que tenía la clara intención de agraviar al premiado y a todos aquellos que aplaudimos con entusiasmo la protesta de Monsiváis en contra de la ofensiva religiosa que ha emprendido la Secretaría de Gobernación desde la llegada de Carlos María Abascal a Bucareli.

Las bendiciones son normalmente actos de amor y de caridad, pero en este caso el presidente Fox supo hacer de esa invocación el equivalente a una altisonante maldición. Lo único que pudo suscitar en la mente de algunos de los asistentes fueron las imágenes de la Contrarreforma española o de la Iglesia franquista: intolerante, represiva y ajena al Evangelio.

La traducción foxista de una bendición en insulto es en sí misma grave, y las autoridades católicas bien harían en llamarle la atención a Vicente Fox por sus extravíos, aunque lo hagan en el confesionario, donde corresponde. Pero, en segundo lugar, no fue menos grave la descortesía que cometió el Presidente al responder de esta manera nada menos que al premiado. Puede argumentarse que Monsiváis se pasó de la raya porque no se limitó a rechazar las posiciones de Abascal -en particular la idea de que sin religión no hay ética, afirmación insostenible-, sino que al referirse también a opiniones del candidato del PAN, Felipe Calderón, y del presidente del partido, Manuel Espino, trajo la campaña electoral a Los Pinos, porque ya no hablaba de funcionarios del gobierno federal que tienen la obligación de respetar la Constitución, sino de militantes partidistas que están movilizando al electorado con promesas y convicciones.

En tanto anfitrión y máximo representante de la República laica, que muy a su pesar gobierna, el Presidente tenía que respetar a Monsiváis, quien al recibir el Premio Nacional estaba siendo reconocido por su contribución al mundo de las ideas, de las letras y al debate público, pero también estaba recibiendo -al igual que los demás miembros del grupo de premiados- un justo y cálido homenaje, mesurable por el entusiasmo y la duración de los aplausos que se les dirigieron. La citada "bendición" fue un balde de agua helada en lo que debió haber sido un festejo por todos compartido. Pero el Presidente no es un hombre feliz. Lo es todavía menos en el medio de la cultura y del conocimiento.

La agria respuesta presidencial al discurso de Monsiváis también puso en evidencia la profunda frustración que provoca a Vicente Fox, y a sus funcionarios de la ultra católica, su malogrado proyecto de instalar su versión religiosa en el corazón de la organización de la sociedad mexicana y de la legitimidad gubernamental. Cuando Monsiváis habló de las derrotas culturales de la derecha puso el dedo en la llaga. Al cabo de seis años al frente del Poder Ejecutivo, el "gobierno del cambio" se ha topado una y otra vez con las continuidades de una sociedad que repudia la confusión entre política y religión, que prefiere mantener sus creencias religiosas fuera del alcance de los políticos, a la que le molesta que el secretario tal o cual se entrometa en asuntos de moralidad privada, o que utilice figuras y fórmulas religiosas para promover sus ambiciones de popularidad y de poder. La sociedad laica mexicana es más liberal y tolerante, frente a las diversidades de una sociedad plural y abierta al cambio, de lo que jamás se imaginaron los herederos de la Unión Nacional Sinarquista que hoy nos gobiernan desde sus prejuicios y contra la realidad.

La mayoría de los mexicanos recibe calurosamente propuestas culturales que son insoportables para la ultra católica, como prueban las actitudes mayoritarias en relación con los anticonceptivos, para dar sólo un ejemplo.

La ultra católica del PAN cree que la polarización es una vía apropiada para retener o alcanzar el poder. Piensa también que el conflicto y el enfrentamiento son necesarios para purificar a la sociedad y al gobierno de todo aquello que se opone a la instalación del reino de Dios en Los Pinos; que para combatir a los demonios de la laicidad se requieren expresiones agresivas y desafiantes que los saquen del Averno. Y son capaces hasta de bendecirnos para mandarnos al diablo.

 
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