Usted está aquí: miércoles 8 de febrero de 2006 Política PAN: fundamentalismo ramplón

Luis Linares Zapata

PAN: fundamentalismo ramplón

La asistencia del presidente Fox a la misa dominical el mismo día en que se celebra, como fiesta oficial, el cumpleaños de la Constitución retiene, a duras penas, lo que esa realidad implica: una provocación ramplona del panismo más atrasado. De manera simultánea, revela el desfonde de esa agrupación política en sus pretensiones electorales por aparecer rebosante de modernidad. El PAN, con sus dirigentes tanto visibles como aquellos todavía más reaccionarios que permanecen en la trastienda, se muestra de lleno, al paso de la presente contienda, con personajes anclados en un doloroso y hasta trágico pasado del que la secularización de la sociedad mexicana ya salió airosa. Una disputa superada desde hace décadas, un siglo o más de controvertidos enfrentamientos que el Presidente pretende revivir al calor de sus desplantes de piadoso ranchero guanajuatense.

Vicente Fox, sencillamente, no resistió el aguijón que Carlos Monsiváis le clavó a su administración, pretendidamente gerencial, cuando habló, en Los Pinos, con motivo del premio de literatura que ahí le entregaron. Lo traía atravesado en su abultado pecho provinciano y lo quiso purificar con un acto de "simbolismo trascendente". Piensa que así salvó la herida sensibilidad, las creencias populares del pueblo, mancilladas por un fundamentalista irredento, según sus asesores espirituales. Con ese desplante dominical de católico sin pena ajena, Fox siente que cumplió una misión ejemplar de fuerte tufo redentorista, la mera básica de un mortal creyente en el más allá: poner a resguardo la fe que él, y otros más, dicen practicar con firmeza. Que todo el mundo sepa, observe y acepte que el jefe del Estado laico mexicano es un valiente cruzado. Uno que no se contenta con oír su misa dominical desde la penumbra de un rincón de iglesia de barriada, alejado del foco central de las miradas, sino uno que se sitúa, como destacado emisario de fieles ofendidos, en la primera fila, precisamente la contigua al altar catedralicio. Que el mundo vea a Vicente Fox y a su esposa -la así nombrada señora Marta, ese complemento (o más) de la llamada pareja presidencial- oyendo la prédica del cardenal Rivera, un conspicuo personero del más recalcitrante pasado colonial o antirreforma.

Fox trató, con los medios a su alcance y las pocas luces de estadista que lo asisten, de responder al llamado de los cristeros, sus antecedentes más cercanos y queridos, enemigos de las leyes que declararon a México Estado laico. La de Monsi fue una afrenta inaceptable para su congregación, para esa recoleta cuan rala cofradía de militantes a ultranza de una fe católica anclada en el dogma de ser la única fe verdadera. Ya había tratado Fox de sacarse la resentida espina, no sin un dejo de su ironía, cuando, desde el improvisado púlpito de Los Pinos, impartió, urbi et orbi, aquella angélica plegaria de despedida por nadie solicitada: "que Dios los bendiga". El así calificado insulto que propinó un acucioso ciudadano de esta república es uno que proviene de alguien que se niega a aceptar como normales, como propias del desempeño oficial, las que, en efecto, son tan arbitrarias como continuas admoniciones del secretario de Gobernación, Carlos Abascal. La crítica de Monsiváis cayó en lo más recóndito de ese grupúsculo yunquero que, por hoy al menos, domina los más elevados círculos decisorios del PAN.

La cantaleta de Felipe Calderón, quien recita, una y otra vez, su juvenil visión futurista, enfocada desde esta perspectiva religiosa, no es más que un vacío eslogan de campaña. En realidad Acción Nacional ocupa, por derecho propio ganado en batallas fútiles, el extremo derecho del espectro político partidario del país. Posiciones preconciliares que, desde hace mucho tiempo, han sido rebasadas por los imperativos de una sociedad en desarrollo. Sociedad cada vez menos cercana a las clerecías y crecientemente secular. Sociedad que quiere, además, superar los condicionamientos y actos de fe en modelos que la atan, que la han conducido entre callejones que, al final, ofrecen estancamiento, desigualdad y horizontes cerrados. Modelos ya rebasados a los que también se ciñe Calderón con férreos lazos, en un intento por dar continuidad a un pasado inoperante y que poco, muy poco, puede ofrecer a esa juventud que pretende abanderar.

Fox, Calderón y los apoyadores en que se sustenta el panismo en su intentona de mantenerse en Los Pinos representan esa oleada restauradora de un vetusto clericalismo que se arropa en los pronunciamientos vaticanos que tantos rechazos han propiciado. No sólo la despenalización del aborto, el uso de la píldora del día siguiente, la eutanasia asistida o las parejas de convivencia son distintivos controversiales de su atraso humano, sino, en lo estrictamente económico también, su fraternal abrazo al modelo neoliberal como plan de vuelo programático son señuelos, una oferta que no tiene perspectiva de apoyo mayoritario. Aunque se trate de dar la impresión de una campaña en ascenso, la realidad la irá situando en lo que, por cierto, le corresponde como opción de segunda o tercera mano.

 
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