Ex gobernadores, el jet set y los plebeyos conmemoran el cumpleaños de la plaza
Herrerías aumentó 70 por ciento el precio oficial de las localidades
Los revendedores siguieron despachándose con la cuchara grande; el GDF, en babia
Ampliar la imagen De izquierda a derecha, los López (Eulalio y Julián), Angelino y Ponce saludan al público después del histórico paseíllo. Arriba, El Zotoluco realiza la suerte del volapié Foto: Jesús Villaseca
Ampliar la imagen De izquierda a derecha, los López (Eulalio y Julián), Angelino y Ponce saludan al público después del histórico paseíllo. Arriba, El Zotoluco realiza la suerte del volapié Foto: Jesús Villaseca
Miguel Alemán Velasco, ex gobernador de Veracruz; Manlio Fabio Beltrones, ex gobernador de Sonora; Adolfo Lugo Verduzco, ex gobernador de Hidalgo; el maestro del periodismo electrónico, don Jacobo Zabludovsky; su discípulo más aprovechado, Joaquín López Dóriga, deslumbrantes ramilletes de muchachas en flor, elegantísimas señoras de la más alta sociedad y los apellidos más acaudalados del jet set mexicano se mezclaron ayer con miles y miles de plebeyos mal vestidos y léperos en los alrededores, los túneles y las tribunas de la Monumental Plaza México para presenciar la tradicional corrida del 5 de febrero.
Todos los ingredientes de la que al paso de las décadas se ha convertido en una arraigada costumbre cultural convergieron ayer en el embudo de Mixcoac, tal como ha venido ocurriendo en la ciudad de México desde el 6 de febrero de 1946, cuando fue inaugurado el coso. Si en aquella ocasión, cuando alternaron El Soldado, Manolete y Procuna, no había asientos de lámina en las siete filas del área de barreras porque los proveedores no las acabaron de construir a tiempo y debieron sustituirlas con sillas de madera y bejuco, ayer estaban perfectamente reparadas las costosas localidades que el domingo anterior desbaratara el toro Pajarito.
Como todos los años, con la mano en la cintura, la empresa aumentó a su antojo los precios oficiales de los boletos, de modo que un tendido general de sombra que hace ocho días costaba 55 pesos ayer había subido a 80, un alza que repercute en el valor comercial de todas las demás localidades. Pero ayer no había manera de conocer en qué porcentaje se dio el incremento ya que no estaba disponible el programa de mano que informa sobre las tarifas.
En cualquier caso, el aumento fue aprobado alegremente por el Gobierno del Distrito Federal, mientras en el entorno del empresario Rafael Herrerías se hablaba de las "cordiales" relaciones que éste ha establecido con el alcalde capitalino, Alejandro Encinas Rodríguez, porque según es fama "cuando Herrerías se empeña en corromper a alguien y lo logra, lo primero que hace después es cacarearlo". Tal vez sólo así se explique el hecho de que tras el incidente del domingo pasado, cuando Pajarito lesionó a decenas de espectadores y cornó a la antropóloga Julieta Gil Elorduy, Encinas se limitó a declarar que se trataba de un "hecho circunstancial" y no mostró energía alguna para exigir la aplicación inmediata de medidas de seguridad adicionales.
El GDF tampoco puso en marcha ningún dispositivo de vigilancia especial para frenar la reventa, misma que fue tolerada asimismo por la delegación Benito Juárez que encabeza el panista Fadlala Akabani. Los desprotegidos aficionados que deseaban ser parte de la efeméride de ayer no tuvieron más remedio que pagar en el mercado negro mil pesos por un asiento de la 21 fila del segundo tendido de sombra que ahora oficialmente vale 230, cuando la semana pasada costaba 135 pesos.
Los periodistas de la fuente que cubren el GDF deberían preguntarle a Encinas si el abusivo incremento de los boletos, decidido por Herrerías, será irrevocable, y si son ciertos los rumores de que se ha reunido con el empresario taurino en lugares de baile para divertirse después de las horas reglamentarias de trabajo.
Abusada por los revendores, abandonada a su propia suerte en caso de que otro toro volviese a brincar al tendido, la gente comenzó a entrar en la plaza desde las dos de la tarde y cuando en punto de las cuatro timbales y clarines sonaron en el palco del juez para ordenar que se abriera la puerta de cuadrillas, el embudo estaba lleno a reventar y no hubo garganta que no gritara "¡olé!" desde el fondo del alma cuando la banda comenzó a tocar el pasodoble Cielo Andaluz que acompaña el desfile triunfal de los toreros.
En los corriles se temía que tres de los cuatro toros de Teófilo Gómez -el hierro favorito de los matadores ibéricos Enrique Ponce y Julián López El Juli- pudieran ser abucheados debido a su falta de trapío, pero nada de eso ocurrió. Los que llenaban los tendidos en forma absolutamente mayoritaria no eran asiduos a la fiesta brava sino amantes de un vieja tradición popular, un acontecimiento social que convoca a los capitalinos y a miles de personas que vienen de todos los rincones del país para reiterar la vigencia de una de las señas de identidad más profundas que hay en México.
En una ciudad como ésta, donde no se celebran los carnavales, la corrida del 5 de febrero algo tiene de sucedáneo festivo y, por eso, cuando el primer toro de El Zotoluco reveló su debilidad y mansedumbre, la multitud se dio a proferir olés a grito pelado, autosuministrándose la certeza del paroxismo taurino aunque el espectáculo en el ruedo fuera tan patético. Las reses parecían una cruza de vaca lechera con burro, no tiraban un derrote ni siquiera por derrotismo, pero aquel gentío ovacionaba, arrojaba sombreros y se declaraba feliz quizá por el simple hecho de estar viva.
Peor aún, cuando los toreros locales, Eulalio López, de Azcapotzalco, y José Luis Angelino, de Puebla, se alzaron con las únicas cuatro orejas que fueron cortadas en la tarde -una a cada cual por cada toro-, mientras los artistas españoles se iban con las manos vacías, aquella gente ingenua y pachanguera coreó al unísono, palmeando como si estuviera en el tenis o en el futbol, su orgullo nacionalista cifrado en las tres sílabas repetidas de "¡Mé-xi-có, chas-chas-chas!". Ay, nanita...