Organismos de derechos humanos poco han hecho por los centroamericanos que van a EU
Golpes y robos, vía crucis de migrantes a su paso por Tultitlán
Por "humanidad", habitantes de la zona han creado una red informal que les da ropa y zapatos
Ampliar la imagen Indocumentado al lado de las vías del tren que hace parada en Tultitlán Foto: Mario Antonio Núñez López
Ampliar la imagen Centroamericano en espera de abordar el tren que lo lleve al norte del país para contactarse con un pollero que lo pasará a EU Foto: Mario Antonio Núñez López
Tultitlán, Méx., 5 de febrero. Tras un viaje de ocho días, al menos 80 centroamericanos descienden del tren a la zona de vías en Tultitlán, lugar que se ha convertido en paso obligado para miles de indocumentados.
Aquí, los migrantes abordarán un convoy que los llevará a Nuevo Laredo, Tamaulipas, donde habrán de contactar al pollero que los cruce "pa'l otro lado", y harán el trato para llegar a Estados Unidos.
La mayoría de ellos entraron a territorio mexicano por Tapachula, Chiapas, y aseguran haber sido víctimas de abusos de todo tipo durante el recorrido para llegar a México.
Con moretones en cuerpo y rostro, Silvia Janet Rodríguez, de 31 años de edad, originaria de Honduras, relata: "Un policía me revolcó y arrastró; quería abusar de mí pero no me dejé".
José Fuentes Padilla, también hondureño, sostiene: "Me querían quitar mi dinero, por eso me golpearon".
Con indignación agrega: "Pero, ¿por qué nos hacen eso? Si somos hermanos. Nosotros sólo vamos de paso".
De su lado, Kelvin Pérez, de El Salvador, expresa: "No aguanto el dolor de cabeza, ¿no tienen una pastillita, de favor?"
Pese a ello, no dudan en seguir su camino hacia el norte, con la intención de llegar a Estados Unidos, donde, aseguran los migrantes, habrá trabajo y dinero para ayudar a sus familias.
Son las dos de la madrugada y deben buscar un lugar para protegerse del frío: el pastizal de un predio baldío, algunos arbustos o unos tubos de drenaje profundo.
El cansancio vence a la mayoría, pero otros prefieren estar alerta.
El silencio es interrumpido por el pasar de los furgones. Un garrotero camina entre las vías, abriéndose paso con lámpara en mano.
"El Ferromex, el rojito" es como identifican al tren que habrá de llevarlos de Tultitlán rumbo a la frontera con Estados Unidos.
Entre octubre y noviembre de 2004, las autoridades municipales de Tultitlán y las de la delegación estatal del Sistema Nacional de Migración (SNM) planearon instalar en esta localidad una estación migratoria, pero no tuvieron éxito.
En 2005, la delegación mexiquense del SNM cambió de titular en tres ocasiones, los operativos de la dependencia federal se redujeron sustancialmente y no se consolidó la coordinación con policías municipales.
Ante ello, los abusos en contra de indocumentados van en aumento, dice el coordinador de Derechos Humanos municipal, Hugo Gerardo Contreras.
Cada día, entre 80 y 150 centroamericanos llegan a la zona de vías férreas de Tultitlán, que al año suman 54 mil.
La vía férrea pasa por las comunidades conocidas como La Independencia, La Concha, La Piedad, Acocila y Remachadores.
De los centroamericanos que emigran 90 por ciento son hombres; el resto son mujeres, y fluctúan de entre 16 y 35 años de edad.
La mayoría de los migrantes presentan cuadros de desnutrición y deshidratación e infecciones intestinales y bronquiales.
En el último año, la Cruz Roja y Protección Civil municipal dieron atención especializada a 40 de ellos, señala Hugo Gerardo Contreras, al manifestar que por "humanidad" autoridades estatales o federales deberían brindar algún tipo de ayuda a ese sector.
Hace un año, organismos defensores de derechos humanos llegaron a Tultitlán atraídos por las denuncias en torno a que en el municipio se daba "una cacería que agentes ministeriales y policías municipales realizaban contra los indocumentados".
Prometieron todo tipo de ayuda, que nunca llegó.
Los abusos continúan, aunque ahora de manera menos visible, comenta el defensor de derechos humanos.
Damnificado por el huracán Stan, Jesús García optó por abandonar su país; "para qué me quedó allá; no hay trabajo y todo está destruido. En Estados Unidos gano dólares y los envío a la familia", dice con voz entrecortada al recordar que en Honduras dejó a su esposa y a sus hijos Freddy, Jesús y Keny Janet, todos menores de edad.
Con camiseta y chamarra raídas, tenis cuya suela está por desprenderse, un migrante se arrincona al pie de un arbusto. El cansancio lo hace roncar. Ahí se mezcla el olor de su sudor con el de la tierra.
Una red informal de ayuda humanitaria se ha creado entre algunos vecinos del lugar, quienes regalan a los centroamericanos ropa y calzado.
"Si me piden un taco, claro que se los doy", expresa María Elena Romero García, quien vive en el barrio de la Concepción, a unos metros de las vías férreas.
Dice que por humanidad ayuda a mujeres embarazadas, quienes llegan golpeadas, con hambre, fiebre, sin dormir y asustadas por sufrir asaltos.
"¿A ellos quién les ayuda? Nadie", insiste Romero García. "Son nuestros hermanos; sólo van de paso por aquí y nunca hemos sabido que nos asalten", agrega.
Sobre la calle de Ecatepec varios caminan al amanecer como atontados, con la mirada de angustia y labios resecos. Están adormecidos de todo el cuerpo.
Un promedio de 50 indocumentados al día son interceptados por la policía estatal y remitidos al Ministerio Público federal.
El comisionado de Derechos Humanos asegura que de noche es cuando se cometen más abusos contra los migrantes.