Allá en el rancho grande
Se dice desde hace mucho el cuento de una niña que presentó en la escuela la tarea sobre la pobreza que había encargado la maestra en el quinto año de primaria. Ella vivía, dejó saber a sus pequeños compañeros y a su mentora, en una casa pobre, donde el jardinero, el chofer y la cocinera, así como las mujeres que limpiaban las habitaciones, lavaban la ropa y cuidaban a los niños, y hasta los guaruras de su papá, todos eran pobres. Así que su investigación y conocimiento sobre ese tema que se cubría en la clase de ciencias sociales eran firmes, muy apegados a la realidad.
México es un país que vemos tan bonito, lleno de folclor y rico en tradiciones; también está profundamente cargado de clasismo y un desprecio endémico por los pobres. Suele imaginarse que entre los que tienen el dinero y las propiedades, sobre todo los ranchos, y quienes ahí trabajan para ellos de modo subordinado y la mayoría de las veces fuera de la ley, se entablan relaciones de cercanía. Puede llegar a establecerse en algunos casos hasta cierta camaradería que por supuesto nunca rebasa ni por tantito la invariable distancia que se debe tener con el patrón y su familia. Estos, en cambio, consideran incluso que una forma de acercarse y ayudar a esos pobres desgraciados que les sirven es haciendo de catequistas para salvarles las almas y tener para sí mismos una forma bastante burda de limpiar las conciencias.
Una imagen fílmica de esa idea, que debe tener mucho de inconsciente a la manera freudiana, es Allá en la rancho grande, película de 1936 en la cual Fernando de Fuentes muestra entre canciones y bailes esta suerte de convivencia entre castas. Era divertido admirar a grandes actores como Tito Guízar, René Cardona y Esther Fernández en la pantalla y ver bailar el Jarabe Tapatío al entonces actor de reparto Emilio Indio Fernández. Y claro que todos conocen, aunque sea alguna estrofa de la canción del mismo nombre: "Allá en el rancho grande, allá donde vivía, había una rancherita que alegre me decía, que alegre me decía: cuando te pidan cigarro, no des cigarro y cerillo, porque si das las dos cosas, te tantearán de zorrillo".
En fin, que a partir de esos niveles de la experiencia se puede arribar a algún conocimiento de lo que es la pobreza en México, y no faltan por todo el país otras muestras que, como la espuma sobre el agua, pueden indicar lo que contienen los mares.
Estas cuestiones, planteadas incluso a nivel superficial, que tienen que ver con la relación entre grupos sociales tan discordantes, entrañan ya un aspecto enredado de las formas en que se manifiesta la pobreza. Pero decir desde la cabeza de una dependencia del gobierno federal de la relevancia que tiene la Secretaría de Desarrollo Social que se conoce la pobreza porque en el rancho que tenía el papá -y ¿dónde más si no en Guanajuato?- los peones le pegaron lo piojos, como declaró recientemente la nueva secretaria Ana Teresa Aranda parece demasiado.
Tal vez la cuestión significativa en este caso no es siquiera el entendimiento tosco de un tema social tan complejo como la pobreza, fenómeno que se cimienta en la restricción crónica al acceso de los recursos y en las fuerzas que de manera constante provocan la marginación. Esa complejidad y la confusión a la que puede llevar se advierte inclusive en la portada de la página de Internet de la Sedeso, en la cual se indica que el objetivo de esa dependencia, que ahora comanda la señora Aranda, es: "lograr la superación de la pobreza mediante el desarrollo humano integral incluyente y corresponsable, para alcanzar niveles suficientes de bienestar con equidad, mediante las políticas y acciones de ordenación territorial, desarrollo urbano y vivienda, mejorando las condiciones sociales, económicas y políticas en los espacios rurales y urbanos".
En la misma concepción de la pobreza, en los métodos para medirla y en las acciones de la política pública que se diseñan y aplican para enfrentarla, se dedican muchas horas de trabajo en todas partes y se destinan cantidades grandes de recursos de los gobiernos y los organismos internacionales. Aun así, esa condición que padece gran parte de la humanidad no se reduce de modo significativo y, menos aún, se supera. A pesar del uso de las cifras que gusta hacer este gobierno, la pobreza sigue siendo el carácter que define a esta sociedad.
Pero acaso el aspecto más llamativo que exhibe la postura de la secretaria Aranda, muy difundida entre los grupos en que se mueve social y políticamente, es la enorme frivolidad. Es esa ligereza con la que se confrontan los asuntos de naturaleza pública y que se acerca a la falta de seriedad la que prevalece en muchas funciones y actitudes de este gobierno y que viene a comprobar de nuevo y de modo contundente la recientemente nombrada funcionaria con sus declaraciones. Es la frivolidad la que ha ido minando no sólo la plataforma que se fijó esta administración, sino también las expectativas de la población sobre quienes gobiernan y cómo lo hacen.