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6 de febrero de 2006 |
GARROTES Y ZANAHORIAS EL CAPITALISMO DE LOS COMPADRES, EN EL BANQUILLO En los 90, en pleno apogeo de la llamada nueva economía, la compañía energética Enron fue considerada dentro y fuera de Estados Unidos un auténtico modelo de innovación empresarial. Esta percepción sufrió un giro radical en diciembre de 2001, cuando la opinión pública conoció el gigantesco fraude maquinado por Kenneth Lay, fundador de la firma, y Jeffrey Skilling, su ex consejero, con la complicidad de ejecutivos y funcionarios menores. El episodio supuso, además del derrumbe de una empresa con grandes inversiones en el sector eléctrico de California, la puesta en evidencia de un modo de hacer negocios fincado en la falta total de escrúpulos, el abuso de confianza, el engaño y la transgresión de toda regla. Al menos durante un lustro, los directivos de Enron falsificaron la situación contable y financiera de la empresa, inflando sus ingresos y con ello exagerando sus resultados. Enron llegó a ser considerada la séptima corporación más poderosa de EU. Antes de que se conocieran las prácticas fraudulentas de sus directivos, su capital bursátil se valuaba en 68 mil millones de dólares. Daba empleo unos 80 mil trabajadores. En unas cuantas semanas, el precio de las acciones del otrora titán del sector energético cayó de 90 dólares a 30 centavos. Con su derrumbe, Enron arrastró a una de las mayores y hasta entonces más prestigiadas firmas auditoras del mundo, Arthur Andersen. Y apenas un año después de haberse destapado este escándalo, la empresa de telecomunicaciones WorldCom, otro símbolo del modelo empresarial de la nueva economía, fue puesta al descubierto por aplicar las mismas malas prácticas contables y financieras. Se recordará que en este segundo caso el monto del fraude fue incluso mayor al de Enron. Una profunda crisis de confianza en el sector corporativo y su modelo de gestión estaba en ciernes, y había que pararla. Las autoridades actuaron rápidamente: el Congreso aprobó la Ley Sabarnes Oxley y la Bolsa de Nueva York instauró nuevas normas para el buen gobierno corporativo. Los cambios modificaron las reglas contables a fin de hacer más transparente y controlable la gestión de las grandes empresas accionarias. En cuanto a los artífices del fraude, Bernard Ebbers, el ex presidente de WorldCom ya fue juzgado y deberá pasar 25 años en prisión. El juicio de Lay y Skilling acaba de iniciar y se espera que las penas sean igualmente ejemplares. La opinión pública estadunidense considera que éste es el proceso judicial más importante de los últimos tiempos. Es difícil que en él se conozca algo más de lo que se sabe, pues es un caso muy investigado desde todos los ángulos. Se espera, en cambio, que selle ejemplarmente un episodio vergonzoso que produjo la ruina de cientos de pequeños accionistas y minó la confianza popular en el capitalismo corporativo. Ante grandes fraudes, como los perpetrados por los directivos de Enron y WorldCom, lo que más lastima a la sociedad es la falta de castigo a los culpables. Por ello, cuando el orden institucional sanciona con eficacia tales transgresiones, salvaguarda la ley y sobre todo contribuye a mantener los equilibrios necesarios a la cohesión de la sociedad. Sucede lo contrario cuando como ocurre con frecuencia al sur del río Bravo autores de estafas y de dudosas operaciones económicas y financieras realizadas al amparo del disimulo y la omisión de autoridades competentes gozan de total impunidad, ganan respetabilidad y disfrutan de influencia política y hasta moral. El capitalismo tiene reglas. Para que funcione eficientemente éstas deben respetarse y hacerse valer. En caso contrario lo que se tiene es su caricatura: el capitalismo de los compadres § |