"Ver estas esculturas es como leer poesía", opina visitante
Rodin en el Centro Histórico, ocasión para el asombro
Se presenta en el atrio del templo de San Francisco
Ampliar la imagen El impacto de contemplar la obra imperecedera del artista francés Foto: Yazmín Ortega Cortés
Ampliar la imagen El gran vals, de Camille Claudel, musa y amante de Rodin, también forma parte de la muestra Foto: Yazmín Ortega Cortés
Ampliar la imagen La exposición, en un contexto arquitectónico que resume cinco siglos de historia Foto: Yazmín Ortega Cortés
Sorpresa. Fascinación. Reverencia. Por lo menos curiosidad. Todo eso se descubre en las miradas que se topan con ese personaje a la vez tan familiar y tan lejano como la Mona Lisa de Leonardo da Vinci; como el David de Miguel Angel; como la Venus de Milo o las pirámides de Egipto: El pensador de Augusto Rodin.
Bronce ensimismado, expresión mortificada, desnudo, sentado, la espalda encorvada, el mentón recargado en una mano; la otra apoyada en una rodilla. Pieza por excelencia perteneciente a la exclusiva galería de los iconos del arte occidental, preside la exposición Rodin en el Centro Histórico, que tiene lugar en el antiguo atrio del templo de San Francisco, al pie mismo de la Torre Latinoamericana, a cielo abierto, en un contexto arquitectónico que resume cinco siglos de historia.
El pensador forma parte de la colección del Museo Soumaya, la más importante fuera de Francia. Junto con él se exponen otras obras maestras del escultor francés: La edad de bronce, La eterna primavera, La sombra, El beso, La mártir, Andrieu d'Andres, Cabeza colosal de Pierre Wiessant, Jean de Fiennes, Las bendiciones, Torso del hombre que camina y La plegaria.
Varias de las obras mencionadas -incluidas El pensador y El beso- fueron concebidas originalmente como parte del proyecto La puerta del infierno, que enmarcaría la entrada al Museo de Artes Decorativas de París. Aun cuando Rodin le dedicó 20 años al proyecto, éste nunca llegó a concluirse.
No obstante, varias de las figuras que lo integraban cobraron vida artística independiente, hasta llegar a ser reconocidas como irrefutables obras maestras, en las que quedan cabalmente expresados los principios estéticos de Rodin y reproducidos en uno de los muros:
"Es feo en el arte lo que es falso, lo que es artificial, lo que pretende ser bonito y precioso, lo que sonríe sin motivo, lo que amanera sin razón, o que arquea o se endereza sin causa, todo lo que carece de alma y verdad, todo lo que no es más que alarde de hermosura y de gracia, todo lo que miente".
El conjunto que se muestra en el antiguo atrio del templo de San Francisco, desde el año 2000 se ha exhibido en distintos recintos del país. Ahora llega a la capital.
Igual que las esculturas, el espacio que las acoge tiene su historia. Dice un folleto alusivo que en 1523 llegaron "a estas tierras los primeros franciscanos. Dos años después se construyó la iglesia, un atrio y cuatro capillas, exactamente frente a lo que hoy es la Casa de los Azulejos: "En el siglo XVII la institución funcionó como escuela de artes y oficios, colegio, noviciado, hospicio y centro administrativo, por lo que fue necesario darle mayores dimensiones". La construcción llegó a tener cerca de 33 mil metros cuadrados.
En el siglo XIX, asegura el folleto de referencia, publicado por la Fundación del Centro Histórico de la Ciudad de México, se descubrió una conspiración militar, "injustamente atribuida a los franciscanos", y el Estado lo convirtió en cuartel.
Con las Leyes de Reforma "se decretó que fueran enclaustrados los frailes y el antiguo convento se puso a la venta. La huerta se dividió en lotes donde se edificaron casas y el hotel Jardín, que a principios del siglo pasado se convirtió en el prestigiado cine Olimpia".
El cine se vino abajo con los terremotos de 1985 y después de permanecer en el abandono y lleno de escombros, el predio fue recuperado y transformado en "un sitio de reunión y diálogo con el arte".
El desfile de visitantes por este apacible rincón de la urbe es continuo, plural, incesante. Por supuesto que no sólo asiste el tipo de público que suele frecuentar los recintos convencionales. Es uno de los aciertos de la muestra Rodin en el Centro Histórico.
La visita se vuelve un paseo. Prodigios de la tecnología, destacan los teléfonos celulares con cámara fotográfica en los que queda constancia de la exposición. Fotos de esculturas: un instante dos veces detenido.
Una joven guía, casi adolescente, conduce un enjambre de niños que miran hipnotizados, sonrientes, interesados. Cuando llegan ante la escultura que Emile-Antoine Bourdelle hizo de Rodin, su maestro, la guía describe el aspecto del escultor como el de un Santa Claus. Y los niños se retiran complacidos por la información adquirida.
Pero estos pequeños deslices son compensados por la información breve pero eficiente que se ofrece de la vida y obra del artista. Además de una cronología, se reproducen las palabras que el poeta Rainer Maria Rilke dedicó a La puerta del infierno:
"Realizó todas esas figuras y esas formas del sueño de Dante; las sacó como de la profundidad agitada de sus propios recuerdos y les dio, una por una, la redención de ser cosas."
En el libro de visitas queda un elocuente registro de lo que las obras producen en quienes las han visto. Las palabras que más abundan son "felicidades" y "gracias".
Uno va más allá: "Ver estas esculturas es como leer poesía... Y aprender a volar."