Bachelet, la mejor aliada de EU
Ampliar la imagen Michelle Bachelet, durante la entrega de las credenciales que la acreditan como presidenta electa de Chile. La imagen, del pasado 30 de enero Foto: Ap
El 14 de enero de 2006, Verónica Michelle Bachelet fue electa presidenta de Chile. Su victoria electoral, como abanderada de dos partidos nominalmente "socialistas", los demócrata cristianos y los radicales, fue elogiada por un vasto espectro político, desde el gobierno de George W. Bush hasta el presidente venezolano Hugo Chávez, incluidos los grandes medios empresariales (Financial Times, la revista Time y Wall Street Journal) y las principales instituciones financieras internacionales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial).
Al igual que en otras elecciones recientes, los progresistas se equivocan (o tal vez hayan renunciado a su agenda reformista) en tanto la derecha tiene motivos para alegrarse. Los primeros basan su respuesta positiva en argumentos muy simples: señalan que es la primera presidenta en América Latina (olvidando que Margaret Thatcher fue la primera gobernante de Inglaterra), que pasó un breve periodo en la cárcel durante la dictadura de Pinochet, que es hija de un general de la fuerza aérea que se mantuvo leal al depuesto presidente Allende y murió torturado, y que fue dirigente del Partido "Socialista" de Chile. La confianza de los progresistas en la política de identidad contrasta agudamente con el enfoque materialista histórico adoptado por los regímenes de derecha y los grandes medios empresariales, los cuales observan la práctica política de Bachelet en los 15 años pasados, su desempeño como ministra del gabinete (de Salud y de Defensa) y su adhesión incondicional a las políticas de libre mercado y a la doctrina militar estadunidense en la región.
Para entender el significado de la elección de Bachelet y por qué el régimen de Bush está extasiado, es importante examinar brevemente el historial de los llamados regímenes de "centro izquierda" que han gobernado a Chile los pasados 16 años. En 1988 la llamada Concertación derrotó a Pinochet en un plebiscito y en años subsecuentes derrotó a un candidato pinochetista en las elecciones nacionales. De 1989 a la fecha Chile ha seguido gobernándose según la constitución autoritaria impuesta por la dictadura en 1980. Los regímenes presidenciales de Concertación (sean demócrata cristianos o socialistas) no sólo aceptaron las fraudulentas privatizaciones multimillonarias realizadas durante las dictaduras, sino las extendieron a todos los sectores de la economía, inclusive salud, pensiones y educación. Un informe de investigadores del Congreso (20/7/05) reveló que más de 6 millones de dólares en predios públicos y propiedades fueron transferidos ilegalmente a funcionarios de Pinochet. Altos mandos militares, implicados en crímenes contra la humanidad, entre ellos el mismo ex dictador, mantuvieron los más altos cargos durante más de una década. Oficiales de mediano rango ascendieron. Con la Concertación, Chile retuvo la dudosa distinción de ocupar el segundo lugar entre los países que tienen las peores desigualdades en Sudamérica.
Las fuerzas armadas siguen recibiendo 10 por ciento de los ingresos del cobre, medida que contó con el respaldo entusiasta de Bachelet cuando fue ministra de Defensa (2002-2004). Leyes laborales restrictivas evitan que los sindicatos y el movimiento laboral lleven a cabo huelgas industriales, y la mayoría de los trabajadores del campo tienen pocas defensas o ninguna contra las agroindustrias productoras de uva, vino y madera. En contraste, una nueva clase de multimillonarios domina una economía sumamente monopolizada, en asociación con trasnacionales europeas y estadunidenses, saqueando los recursos pesqueros, forestales, hídricos y minerales, adueñándose de tierras indígenas y criminalizando a los movimientos mapuches. La afirmación de la Concertación de que ha reducido la pobreza de 48 a 18 por ciento es en gran medida un artilugio estadístico, resultado de redefinir la línea de la pobreza a niveles de subsistencia. Cálculos más realistas, basados en un nivel de vida aceptable, elevarían la cifra por lo menos a 40-45 por ciento.
La Concertación se ha alineado con Estados Unidos -en oposición al resto de América Latina- como el discípulo más leal de la economía de libre mercado, adoptando una versión bilateral del Area de Libre Comercio de las Américas y votando junto con EU contra Cuba en las reuniones anuales de Derechos Humanos en Ginebra. El Partido Socialista, de cuyas filas han salido los últimos dos presidentes electos, no sólo ha renunciado a cualquier política adoptada por el presidente mártir Salvador Allende (nacionalización del cobre, reforma agraria, democracia industrial, bienestar social y legislación de protección laboral), sino ha "confesado" que aplicó "políticas erróneas". Los socios derechistas y demócrata cristianos del golpe militar de 1973 no han hecho una "autocrítica" semejante.
Trayectoria hacia el poder
Antes del golpe militar, Bachelet apoyaba al gobierno de Unidad Popular, del que su padre, el general de la fuerza aérea Alberto Bachelet, era fiel partidario. Estuvo detenida brevemente junto con decenas de miles de progresistas chilenos y con el tiempo se exilió; obtuvo una beca en la Universidad Humboldt de la República Democrática Alemana (RDA), donde expresó apoyo acrítico al régimen de Hoenecker. Tras el retorno de la política electoral regresó a Chile y fue miembro del comité central del "renovado" Partido Socialista, pro neoliberal. Desde entonces hasta su elección a la presidencia no sólo jamás ha cuestionado la impunidad de los militares que torturaron y asesinaron a su padre, sino que ha adoptado la doctrina castrense de seguridad nacional, promovido a numerosos oficiales de mediano rango que trabajaron en la policía secreta pinochetista (CNI) y alardeado de sus estrechas relaciones de trabajo con ellos.
El viraje de Bachelet de la RDA a Estados Unidos se hizo evidente en su permanencia de un año en el Fuerte McNair, donde se imbuyó en la doctrina estadunidense de la "guerra interior" y las estrategias contrainsurgentes. A diferencia de la ruta de su padre de rechazar el imperialismo y adoptar políticas redistributivas socialistas, Bachelet siguió la de "convergencia con el poder hegemónico" (palabras de ella), que en esencia quiere decir sumisión servil a los dictados estratégicos de Washington. Su gestión (2000-2002) como ministra de Salud no produjo mejorías en el decadente sistema de salud pública, ningún programa significativo para el 50 por ciento de la población chilena que no puede costearse la atención privada, y ningún esfuerzo por mejorar el fallido sistema de pensiones, declarado alguna vez por Estados Unidos "modelo" para el mundo. Los planes privados en la materia tienen actualmente un déficit de mil millones de dólares; las comisiones por manejo y otros gastos fijos consumen 20 por ciento de las pensiones. La Organización Internacional del Trabajo ha advertido a Bachelet y a sus predecesores que sólo 58 por ciento de los pensionados recibirán 120 dólares al mes; el otro 42 por ciento, prácticamente nada.
La Bismarck chilena
Durante la gestión de Bachelet como ministra de Defensa, el gasto militar alcanzó nuevas alturas: el gasto per cápita excedió con facilidad al de todos los demás gobiernos de América Latina. Con una erogación multimillonaria en una nueva flota de aviones, helicópteros y navíos de combate, y un sistema de espionaje por fotografía satelital, Chile se preparó para "converger" con Estados Unidos en patrullar los turbulentos países andinos. Bachelet fue el apoyo más fuerte de Washington en enviar una fuerza expedicionaria a Haití para relevar a los militares estadunidenses en la represión a los partidarios del ex presidente Jean Bertrand Aristide, electo democráticamente. Unos 400 soldados chilenos fuertemente armados patrullaron las calles de los barrios bajos de Puerto Príncipe en apoyo al régimen títere impuesto por EU. La hoy presidenta recibió con agrado toda oportunidad de participar en ejercicios militares conjuntos, y ofreció apoyo logístico a las más recientes operaciones UNITAS.
Bachelet fue más allá del protocolo en las relaciones de un ministro de Defensa con los militares. Fotos en las primeras planas del periódico derechista El Mercurio la mostraban abrazada con generales. Su efusividad abarcó a muchos de los que sirvieron en la policía secreta de Pinochet: 13 de los 30 con los que colaboró fueron miembros de la CNI, tristemente célebre por las torturas y el asesinato de sospechosos políticos. En su oportunista ascenso al poder, Bachelet estuvo dispuesta a elogiar y promover precisamente a los oficiales militares que tal vez participaron en forma directa o indirecta en las torturas infligidas a su padre.
Continuidad con el pasado
En una entrevista con El Mercurio (22/1/06), Bachelet expresó con énfasis su decidido apoyo al modelo neoliberal, el mantenimiento del regresivo impuesto de 19 por ciento al valor agregado, la oposición a cualquier impuesto progresivo, a políticas redistributivas o a cualquier legislación positiva para revertir las abismales desigualdades. Fuera de promover la "educación" a mediano plazo, sostuvo que no hay "fórmula mágica" para reducir la brecha entre ricos y pobres: ni siquiera reformar la semana laboral de más de 48 horas, la más alta entre 60 países, según clasificación del Instituto Internacional de Administración.
Con ingresos por explotación de minerales que rompen marcas históricas, con una presidenta electa partidaria de la seguridad militar -inclusive la "seguridad interior", para contener cualquier movimiento social surgido desde abajo- y batallones de reacción rápida, listos para converger con cualquier intervención militar estadunidense, no es sorprendente que el gobierno de Bush y su embajada en Santiago llamen a Chile el mejor socio de Washington, un modelo para América Latina, el cliente perfecto: un paraíso para inversionistas extranjeros, un infierno para los trabajadores y una amenaza para los movimientos sociales andinos.
El ascenso de Bachelet al poder demuestra que el poder político es más fuerte que los lazos familiares, que las lealtades de clase son más poderosas que la política de identidad, y que la militancia previa en la izquierda no es obstáculo para llegar a ser el mejor aliado de Washington en la defensa de su imperio.
Traducción: Jorge Anaya