Editorial
Racismo, plaga del futbol
Copiar modas venidas del extranjero puede no tener nada de malo, pero copiar expresiones de racismo en el contexto de un simple partido de futbol es una situación que no se había dado antes en México y que resulta inadmisible, sobre todo en un país donde la mezcla de personas de distintos orígenes étnicos y nacionales ha derivado en una población multicultural y multiétnica, con muy diversos tonos de piel.
Durante el cotejo entre el club América y el equipo Dorados de Sinaloa, celebrado el pasado jueves, un segmento de la afición local en el estadio Carlos González y González de Culiacán se dedicó a insultar a los jugadores brasileños Kléber Boas e Irenio Soares ambos de raza negra, profiriendo gritos que simulaban a un mono cada vez que uno de estos futbolistas tocaba el balón. Este tipo de expresiones racistas, que no tienen ningún sustento en la realidad mexicana, están presentes en el futbol europeo. En los estadios de España, Inglaterra e Italia, principalmente, es frecuente escuchar insultos racistas y antisemitas contra jugadores de color o de minorías étnicas o religiosas: por ejemplo, es frecuente que el delantero camerunés Samuel Eto'o, del club Barcelona, sea recibido también con gritos de mono.
Además, los aficionados que incurren en esta clase de lamentables actitudes están cada vez más vinculados con grupos de extrema derecha que se identifican con el nazismo y el fascismo, dos ideologías políticas que se caracterizan por la intolerancia y el odio hacia aquel que es diferente y que se basan en prejuicios sin fundamento respecto al color de la piel, la cultura y la religión de una persona, entre otros factores. Los fanáticos del Real Madrid y del Espanyol, en España; del Lazio y del AC Milán, en Italia; del Paris Saint-Germain, en Francia, y del Estrella Roja de Belgrado, en Yugoslavia, se han vuelto tristemente célebres por sus cánticos neonazis y por enarbolar banderas de sus equipos decoradas con cruces gamadas, el símbolo de la Alemania nazi de Adolfo Hitler.
Es por estas razones que las agresiones verbales contra Kléber y Soares resultan escandalosas y fuera de lugar en México, un país que, dada su historia y su configuración racial, debería estar alejado de toda forma de racismo y de discriminación. De hecho, el racismo no debería tener cabida en ningún lugar o circunstancia, y menos en un campo de futbol, un espacio claramente lúdico al cual la gente asiste para divertirse y uno de los deportes que evidencian con mayor fuerza la falta de fundamento de la discriminación racial.
Ante esta situación, es indispensable que las autoridades pertinentes en este caso la Federación Mexicana de Futbol adopten medidas enérgicas para evitar el racismo en los estadios, sucesos que, dicho sea de paso, atentan contra las garantías individuales consagradas en la Constitución. Asimismo, los gobiernos de los distintos niveles deben presionar a las directivas de los clubes, que muchas veces cierran los ojos ante este tipo de ataques, para que asuman la responsabilidad de las acciones de sus aficionados. De no actuar ahora con decisión, se corre el riesgo de que el futbol mexicano sufra los mismos niveles de racismo que existen en los estadios europeos, donde la discriminación ha derivado en más de una ocasión en violencia y en la muerte de aficionados. El futbol, pues, debe preservar su carácter de juego, para no degenerar en un campo de batalla, una situación vergonzosa que se ha convertido en un flagelo en Europa.