Usted está aquí: martes 31 de enero de 2006 Cultura Museo Tamayo: muestras vigentes

Teresa del Conde

Museo Tamayo: muestras vigentes

El plato fuerte que ofrece hoy día el museo Tamayo supuestamente sería la exposición de Brian Nissen, pero provoca incomodidad (no soy la primera persona que lo experimenta ni mucho menos) su carácter de ''gran producción"; porque las excesivas reiteraciones en cuanto a factura y diseño traen como consecuencia una extraña sensación de vacío provocada de modo paradójico por la proliferación de elementos, de colores y de esfumados que pueden resultar chabacanos. Si hablamos de pintura, no va por ahí, me temo, la pretendida recuperación del estatus de ese medio que no debe, en lo más mínimo, constituirse en alarde.

Además, quienes asistimos consuetudinariamente a museos nos preguntamos: si ese espacio lo ocupa Brian Nissen (¿porque nació en Inglaterra?) igual lo podrían ocupar otros. Aunque desconozco los detalles, pues aún no aparece el catálogo, la exposición parecería impuesta, más que programada conforme a la proyección que pretende el Tamayo.

Por supuesto cualquiera se siente seducido por las culturas antiguas de México, a las que aluden los títulos de las obras y ciertos recursos formales, pero salvo uno que otro ejemplo escultórico -que no se encuentra en las denominadas ''chalupas"- destacable por su sobriedad, el conjunto está dañado por sobresaturación.

La exposición francesa auspiciada por la compañía Renault es una itinerante que resulta pertinente y algunas de las piezas de Arman que responden a acumulación de vastas cantidades de los mismos objetos en disposición secuencial (las baterías de coches, por ejemplo, o las espátulas que generaron una atractiva pieza) preparan al público para lo que puede recibir, bajo otros parámetros, mediante la magistral y muy poética exposición del cinetista venezolano Jesús Soto, quien murió exactamente hace poco más de un año en París, a los 81 años de edad.

Pudimos ver obra de Soto con motivo del simposio latinoamericano en el desaparecido Foro de Arte Contemporáneo y también comparecieron entonces obras de sus colegas Julio Le Parc y Carlos Cruz Díez, coterráneo suyo que tuvo exposición individual en el entonces joven museo Carrillo Gil.

Soto comenzó sus mociones cinéticas desde 1953, cuando experimentó con superposiciones de plexiglas sobre soportes que ostentaban colores primarios. Las piezas cinéticas que ahora lo representan en el Tamayo merecen, aquí sí, el calificativo de mágicas. No se mueven, el movimiento aparente se debe al eje de la pirámide visual del espectador sobre ellas, que al cambiar así sea ligeramente de ángulo, provoca vibraciones lumínicas mutables.

La suspensión de los delgadísimos cables, cuyas direcciones pueden curvarse sobre los listados anteroposteriores. son de una delicadeza y elegancia extrema. Se dice que Soto empezó a inmiscuirse con estas combinaciones al escuchar y aprender música dodecafónica, pero allí también hay obvios conocimientos de matemáticas y física.

Quizá tuvo la oportunidad de conocer a Alexander Calder, cuando éste realizó las llamadas ''nubes acústicas" suspendidas del techo del aula magna de la Universidad Central de Caracas, obra del famoso arquitecto y urbanista Carlos Raúl Villanueva (1900-1975), venezolano nacido en Londres que realizó obras importantes en varias ciudades latinoamericanas.

En ese sitio, y a invitación de Villanueva, Victor Vassarely realizó murales, pero posiblemente los antecedentes de esta rama OP del constructivismo estén en los hermanos Antoine Pevsner y Naum Gabo que realizaron propuestas teóricas al respecto por medio de un manifiesto emitido en 1920, que por cierto lleva el título Manifiesto realista, respondiendo a la idea de que el arte es una realidad autónoma que no necesita basarse en la mímesis para ser ''real".

Estos artistas rusos y otros más abandonaron su país en 1923 y no regresaron ya a la URSS. Pevsner adquirió la ciudadanía francesa y trabajó principalmente escultura. Una de sus más famosas piezas se titula Proyección dinámica en 30 grados. Gabo se relacionó en Berlín con los artistas líderes de la Bauhaus y después se trasladó a Estados Unidos. El fue uno de los primeros en experimentar con piezas que se mueven (esculturas kinéticas como las de Tinguely), pero lo impresionante del cinetismo venezolano como lo ejemplifica Jesús Soto es que las piezas son estables al tiempo que parecen evitar una locación precisa en el área que ocupan, creando su propio espacio fluido.

Se diría que las piezas se desmaterializan, que pierden gravedad específica, como la esfera que parece flotar evocando el fantasma del color rojo, que es una de las joyas de la exhibición. Esta se abre con un penetrable cúbico de cables azules que hace las delicias de niños y adultos por igual.

 
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