Usted está aquí: lunes 30 de enero de 2006 Opinión Es hora de encarar los hechos

Molly Ivins

Es hora de encarar los hechos

AUSTIN, TEXAS. Vivimos tiempos interesantes, no hay duda. Leemos en los diarios que nuestro gobierno se dispone a lanzar una embestida propagandística de tres días para convencernos de que su programa secreto para espiarnos es algo que en realidad queremos y necesitamos. "Una campaña de sucesos nacionales de alto perfil", informa el New York Times, después del "ardiente discurso de Kart Rove a los republicanos del país" en el que habló de lo estupenda que es esa política para su partido.

Para los periodistas la duda es cómo abordar esa noticia. ¿El presidente Bush dice que es una gran idea y que está orgulloso de su programa secreto de espionaje? ¿El procurador general Gonzales explica que no hay problema en violar las leyes? ¿Dick Cheney advierte que o aceptamos el espionaje o Bin Laden caerá sobre nosotros?

¿O será que en realidad hemos llegado al punto de señalar que la serie de sucesos de seguridad de alto perfil es en realidad parte de una campaña propagandística de nuestro gobierno? ¿Debemos reportarla como si en realidad fuera una táctica de campaña, una maniobra política: "Los republicanos dicen que el espionaje es bueno para nosotros, pero los demócratas dicen que no: hay que dar tiempo igual a ambas partes"?

Tal vez tenemos cierta obligación de tratar de dilucidar lo que significa que nuestro gobierno nos espíe, violando la ley y la Constitución. Luego viene el problema de informar dentro del contexto de los otros esfuerzos propagandísticos del gobierno. "No torturamos" y "No tenemos un Gulag de centros secretos de detención" son dos de los ejemplos más recientes, que superan incluso a los clásicos de oro, como la pistola humeante en forma de nube de hongo.

Además, la ofensiva de Rove consiste no sólo en negar que de hecho sí tenemos un Gulag de campos secretos de detención, sino además atacar a quienes lo denuncian e incluso ponerlos bajo investigación por revelar secretos gubernamentales y ayudar al enemigo. Aun sin la intimidación, ¿cómo damos cuenta de alguna afirmación de George W. Bush como si no lo hubiéramos escuchado decir hace poco que apoyaría la iniciativa de John McCain para prohibir la tortura... y luego darse la vuelta para afirmar que tiene derecho de violar la ley?

Tengo sincero aprecio por la respuesta de los verdaderos conservadores en torno a este asunto: los libertarios, los auténticos herederos de Barry Goldwater, los fanáticos de que todo lo que hace el gobierno es maligno. Esos se llaman principios. En cambio me confunde la facción autoritaria del Partido Republicano que respalda a Bush en esta materia. Es muy sencillo: ¿les parecería buena idea si Hillary Clinton fuera la presidenta? ¿Defenderían entonces la clara e innecesaria violación de la ley? ¿Tienen plena confianza en que ella jamás haría mal uso de este "poder inherente" por motivos partidistas?

Hay informes de que las escuchas sin orden judicial abarcaron miles de llamadas, y la información obtenida circuló ampliamente entre dependencias federales. Conozco a un tipo que está ahora en la lista federal de los que no pueden abordar un avión. ¿Su pecado? Ser coautor de un libro desfavorable a Kart Rove. Vaya una amenaza a la seguridad nacional.

Uno de los rasgos más extraños de nuestro tiempo es que mucho de nuestro debate político se da en términos de "moralidad", con autoridades tan serviciales como Pat Robertson diciéndonos a quién debemos asesinar a continuación. Una aportación más valiosa en esta dirección viene de Jimmy Carter en su nuevo libro Our Endangered Values: America's Moral Crisis (Nuestros valores en peligro: la crisis moral de Estados Unidos). Soy gran admiradora de Carter y me alegra volver a escuchar su sosegada voz de cristiano sureño. Pero se me ocurre que, en su estilo calmado, muchos de sus argumentos son tan pragmáticos como morales.

Como alguien que tiene considerable fe en el sentido común de los estadunidenses, creo que todavía podríamos rescatarnos de esta inútil rebatiña sobre moralidad recurriendo a la lisa y llana sensatez. Muchos de los argumentos de Carter se centran en el hecho de que nuestra guerra al terrorismo no está funcionando. Irak no funciona (hasta contar las fallas es difícil). Los ataques terroristas se multiplicaron por más de tres de 2003 a 2004, hasta llegar a 655. Nuestro respaldo en Medio Oriente desciende cada día más. La región no se está volviendo más democrática.

¿Qué ocurriría si tuviéramos un debate no político, sino pragmático sobre todo esto: hemos hecho un batidillo horrible de toda esta guerra al terrorismo, ahora cómo lo arreglamos? ¿Qué hacemos ahora? Me doy cuenta de que es un planteamiento un tanto simplista después de todo este tiempo, pero de veras creo que una de las mejores cosas que podemos hacer por nosotros mismos es enfrentar los hechos con sinceridad. Que hayamos creado semejante desastre no significa que seamos un gigante desvalido y digno de lástima: Estados Unidos cuenta con mayor poderío militar que nadie más en la Tierra. Pero utilizarlo no necesariamente es la mejor manera de obtener los resultados que queremos.

Como vamos a estar empantanados con este gobierno otros tres años, me parece importante dejar de ponernos a la defensiva y de desviar la atención hacia otros temas. Y parte de ello significa que los periodistas estadunidenses dejemos de reportar al gobierno de Bush como si fuera una fuente confiable. Necesitamos encarar los hechos.

© 2006 Creators Syndicate Inc.

Traducción: Jorge Anaya

 
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