Usted está aquí: miércoles 25 de enero de 2006 Política Evo Morales y su legitimidad

Luis Linares Zapata

Evo Morales y su legitimidad

Evo Morales, durante buen tiempo prometedor y conflictivo fenómeno electoral y ahora cabeza visible del gobierno formal de Bolivia, ha transitado por diversas etapas en cuanto a su impacto y posterior reconocimiento en México.

La lucha popular en la que se ha visto envuelto lo llevó a ser visto como un peligro para la estabilidad de su patria, como un terrorista y hasta como narcotraficante capaz de atentar contra la salud de los estadunidenses. El gobierno de Estados Unidos -potencia injerencista que en el caso de muchos países latinoamericanos ha sido avasallante- lo tachó de enemigo público por su participación en la prolongada defensa que los bolivianos han hecho del cultivo de la coca, producto casi sagrado para ellos. El sector político-empresarial-religioso boliviano le impidió, con apoyo del embajador estadunidense, formar gobierno hace pocos años, aun cuando salió airoso en la prueba de las urnas. Así lo posibilitaba una legislación ideada para impedir el acceso de los indios, o simples inde-seables, al poder en esa castigada nación andina. Prevaleció, mediante una coalición de fuerzas partidarias, Sánchez de Lozada, alias El Goni, un enriquecido personaje de sobra conocido por sus posiciones extranjerizantes a ultranza. Su arbitraria concesión a una empresa francesa para usufructuar el agua de una provincia de Bolivia desató la revuelta que posibilitó su defenestración, disfrazada de renuncia. Después de una sucesión de presidentes transitorios e insignificantes que le siguieron, finalmente se hizo factible el incuestionado triunfo posterior de Morales, suceso que empieza a trascender no sólo las fronteras de su empobrecido país, sino las del continente americano mismo.

Aquí, en México, de la casi total indiferencia para con sus propuestas, apoyos y movimiento, Evo pasó a convertirse en esa especie de estereotipo del populismo más denostado por las huestes de la reacción local. Un sector de la crítica, de la academia, del empresariado, de ciertos partidos políticos y demás organizaciones de estudios y análisis importó la visión clasista imperante en Bolivia entre las clases directivas tradicionales y la que difunden, con ardor inigualable, conspicuos y conocidos personajes de la comunicación colectiva, todos ellos imbuidos y aleccionados por las consignas del acuerdo de Washington. Tales estamentos sociales han visto, ahora con mayor alarma, el factible contagio que pueda provocarse en estos tiempos de campaña electoral.

Su triunfo en las urnas, a pesar de ser arrollador, no le ha quitado los varios motejos que se le acomodan entre ciertas elites nacionales de esas que, más beligerantes aún que sus propagandistas a ultranza, se mueven y colean a sus anchas en el interior de los grupos de presión.

Ahí y para ellos, Evo sigue siendo el ignorante, el feo, el primitivo, el amigo de los superdemonios (Castro y Chávez), el mal vestido paria que anda rodando por el mundo de las protestas callejeras sin un rumbo constructivo. El izquierdista descuidado e irresponsable que puede comerse el gas que en volúmenes tan abundantes tiene el subsuelo boliviano.

Poco a poco, a golpes de análisis más tranquilos y fundamentados de opiniones vertidas en medios neurálgicos para la comunicación mundial y por la atención que ha despertado en conspicuos centros de poder, Evo Morales comienza a ser visto de manera diferente por la sociedad mexicana.

El respeto que se ganó, por ejemplo, entre los españoles, a quienes pidió entablar una sociedad genuina y olvidarse de la servidumbre, tantas veces buscada y hasta forzada por los extranjeros en su patria, ha calado hondo. O por la reciprocidad de trato que a holandeses y empresarios franceses les ofreció cuando éstos exigían seguridad para sus inversionistas. Imaginar a un francés o a un holandés recibiendo en Bolivia las atenciones de que son objeto los emigrantes bolivianos en España, Francia u Holanda es una imagen chocante, aleccionadora en extremo.

Pero la parte de mayor trascendencia en el triunfo de Morales le proviene de dos, de tres, de varias reservas de legitimidad que actúan de manera simultánea y que le permiten plantarse, con toda dignidad, a la mitad del foro. Unas originadas por la expoliación de siglos que esa nación ha padecido, por la condición efectiva de colonia a la que ha sido sometido el Estado boliviano por parte de extranjeros con su inseparable acompañamiento de aliados internos. Otras encuentran sus raíces en los afanes reivindicatorios de los pueblos despreciados por su origen racial que, en este preciso caso, forman un inmenso caudal de millones.

Las reservas adicionales de legitimidad le provienen de sus posturas que reclaman, para los bolivianos, el usufructo de sus vastas riquezas. Se empiezan a formular entonces una serie de políticas a seguir y que tienen gran actualidad en la región sudamericana.

Países cuyos gobiernos corren en sentido opuesto a las recomendaciones neoliberales, al acatamiento interesado e inflexible del mercado como entidad todopoderosa que impone la colocación y el destino de sus productos, de su trabajo, de sus recursos naturales. Un mercado, y sus defectuosos y deformados procesos, que se resiste al acotamiento indispensable de la voluntad soberana de los pueblos.

El refinamiento y claridad conceptual de Evo Morales en su toma de protesta como presidente no dejó lugar a dudas. Utilizará las riquezas gasíferas para beneficio de los bolivianos. Después las empleará para integrarse al bloque de economías sudamericanas al que pertenece (Mercosur). Y esto sí que es inesperado y dolerá en muchos de los centros del poder mundial, incluyendo a los de México, Brasil (Petrobras) Francia (Total) y España (Repsol) que habían fincado falsas o concretas expectativas para apropiarse de esos hidrocarburos tan preciados.

 
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