Usted está aquí: martes 24 de enero de 2006 Opinión Goya en el Munal

Teresa del Conde/ II y última

Goya en el Munal

Entre los retratos que se exhiben en la muestra Goya, en el Museo Nacional de Arte (Munal), resalta el de Fernando VII procedente de Santander, sobre el que mucho se ha especulado inclusive hoy día, debido a la ambivalencia extrema que Goya experimentaba respecto al nefasto borbón, a quien el pueblo llamaba ''El deseado", aunque resultó ser uno de los monarcas más indeseables de todos los que ha conocido España.

Pese a los atributos simbólicos de la realeza que rodean al retratado, Goya no ocultó su pensar respecto al personaje, al que representó en una postura desplomada, debido a la inclinación del torso hacia la derecha, pose elegida aparentemente para que el brazo izquierdo flexionado se apoyara en el soporte que sostiene corona y cetro. Estos recursos dan pie para sostener que las incursiones preconscientes en el acto de pintar o en el diseño previo, en algunos artistas, realmente logran burlar la censura.

Fernando VII retomó la corona de manos de Napoleón, en 1813; Goya fue proclive a pintar para la corte y hay no menos de cuatro retratos de ese monarca que se deben a su mano. En todos, la expresión entre bestial, obscena y vanidosa del rey revela, como en el cuadro de la familia de Carlos IV, una actitud crítica notable. A la vez, parecen irradiar color y en el retrato de marras esta característica luce de manera esplendorosa, sin por ello opacar los repugnantes rasgos y la mirada bovina del rey, cuyo rostro es casi idéntico al que ostenta el famoso retrato del Prado.

Si pensamos en retratos de corte, magistrales como los de Velázquez, o elegantísimos como los de Van Dyck o Reynolds, no podemos menos que pensar en una tradición del retrato cortesano y Goya está dentro de esta tradición, pero a diferencia de los maestros mencionados, parece, afortunadamente, que no conoció compasión, porque sus modelos no la mere-cían: hay una excepción, el retrato de Godoy (no se exhibe), que además de ser espléndido, revela una idiosincrasia agradable y resuelta por parte del modelo.

Al visitar la exposición del Munal (y sí que es un privilegio hacerlo) no debemos lamentar, por ejemplo, la ausencia de Majas en el balcón (hay dos versiones) o de cualquiera de los dos retratos a escala natural de la Duquesa de Alba, porque los directores y curadores de museo dejan sangre, sudor y lágrimas para conseguir los préstamos y se exhibe lo que se puede obtener, no lo que se desearía presentar.

Me referiré, sin embargo, a las representaciones goyescas de la Duquesa de Alba. El más conocido y reproducido de sus retratos pertenece a la Hispanic Society de Nueva York, y es el que ha creado algo que no resulta ser, como se ha dicho, una leyenda, sino un hecho documentado. Goya sí se obsesionó y se enamoró perdidamente de ella durante su estancia en Sanlúcar. Le llevaba más de 17 años y Cayetana -ya viuda- no era una viuda muy dolida (como se ha dicho) ni mucho menos dedicada a la reclusión.

Era una mujer de muchísimo empuje que no detectó el poder político, pero sí el intelectual y el social. Sí fue cercana amiga de Goya, y lo distinguió bastante, pero es muy poco, o nada probable que haya correspondido a sus requisitorias amorosas. El primer retrato de cuerpo entero que le hizo es 1795 y pertenece a la familia De Alba, lleva una dedicatoria escueta: ''A la duquesa de Alba. Fco. De Goya". Ella viste de blanco. El segundo cuadro, mucho más expresivo, es el que la representa con mantilla y vestida de negro. Lleva dos sortijas en la mano derecha: la del anular dice ''Alba" y la del índice ''Goya", a sus pies está la famosa leyenda que ha dado lugar a tantas conjeturas: ''Sólo Goya 1797". En los dibujos y caprichos, el rostro de Cayetana reaparece, incluso puede reconocérsele en Volaverunt, el capricho no. 61.

El cuadrito que se exhibe puede, o no, ser un boceto de Goya para la espléndida pieza de la Hispanic Society, instancia a la que ha sido ofrecido en donación, sin que a estas alturas exista el consenso necesario para incluirlo en el catálogo razonado de óleos, mismo que por supuesto incluye el espléndido bosquejo para el Prendimiento de Cristo, una de las piezas magistrales de la muestra. Es mejor el boceto que el cuadro concluido para la sacristía de la Catedral de Toledo, donde se encuentra hasta la fecha. En cambio, el cuadrito La muerte de San José, que sin duda es muy anterior, refleja todavía al pintor rococó del siglo XVIII que intentaba, en ese tiempo, seguir los pasos de G.B. Tiepolo, sin conseguirlo.

Por eso se ha dicho innumerables veces que si Goya no hubiera llegado a los 45 años (como les ha sucedido a tantos), casi no existiría para la historia del arte. Murió en Burdeos a los 82, exiliado voluntariamente, arguyendo motivos de salud, pero ostensiblemente desencantado debido a las atrocidades de las que fue testigo durante el reinado de Fernando VII.

 
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