Editorial
Evo Morales, presidente
En la historia de América Latina, en diversas ocasiones, las insurrecciones indígenas habían tirado gobiernos; ninguna había logrado, hasta ayer, llegar al gobierno. Lo hizo el Movimiento al Socialismo, encabezado por el ahora presidente Evo Morales, en una conjunción sin precedente de luchas de resistencia étnica y ecológica, grupos sindicales, ligas campesinas, corrientes de la izquierda política, organizaciones no gubernamentales y una masa de ciudadanos que, en las pasadas elecciones del 18 de diciembre, empeñó su condición mayoritaria en la transformación de uno de los escenarios sociales más oprobiosos y exasperantes de la región: Bolivia.
Insurreccional en virtud de sus orígenes, ubicados fuera de la política formal y en los ámbitos más oprimidos del país, y de su manifiesta determinación por cambiar el orden establecido, este movimiento llegó a la Presidencia, sin embargo, por intachables caminos pacíficos, democráticos e institucionales.
No terminan ahí las novedades. El titular del Ejecutivo boliviano es el primer indio americano que llega a ese cargo sin haber dejado su cultura en el camino. Benito Juárez, el más grande estadista mexicano y un precedente inspirador e irrenunciable, tenía origen indígena, pero su pensamiento y actos correspondían más bien a los de un liberal mestizo de su tiempo. El contemporáneo peruano Alejandro Toledo es, por formación e ideología, un criollo neoliberal. Evo Morales, en cambio, suma su cargo de presidente al de dirigente máximo de los indígenas de su país, asumido un día antes de su toma de posesión como mandatario de todos los bolivianos, como enfatizó cuidadosamente en su discurso inaugural.
En su primer mensaje, Evo dejó asentadas, con claridad, sencillez y contundencia, algunas de las verdades más profundas y para algunos más incómodas de Bolivia y América Latina: que los regímenes oligárquicos de la región han sido continuadores de la opresión y la marginación que se abatieron sobre los pueblos originarios del continente desde hace cinco siglos; que el área ha padecido un continuo saqueo de sus recursos naturales y una explotación inicua de sus recursos humanos; que los términos actuales del intercambio mundial se traducen en devastación y depredación de los países y sus poblaciones.
Con todo y sus hondas raíces locales y nacionales, o justamente por ellas, el gobierno que comenzó ayer en Bolivia adquiere una proyección continental insoslayable. Es lógico suponer que las nuevas autoridades de La Paz se unirán al conjunto de mandatarios que, de diversas maneras y con distintas intensidades, cuestionan el neoliberalismo imperante, buscan y encuentran alternativas para el desarrollo, devuelven el énfasis del quehacer económico adonde siempre debió encontrarse el bienestar de la gente y confrontan los dictados de Washington para la región.
A este respecto, y si bien el nuevo presidente boliviano manifestó en su discurso inaugural el propósito de mantener relaciones cordiales y armónicas con Estados Unidos, no debe olvidarse que en 2002 el entonces embajador de George W. Bush en La Paz, Manuel Rocha, dijo dos días antes de los comicios de aquel año que si los bolivianos querían seguir recibiendo ayuda económica de Estados Unidos no debían votar por Evo.
Por debajo de las formas diplomáticas, en Washington se gesta una ofensiva contra los regímenes insumisos latinoamericanos. En el caso del boliviano, la Casa Blanca tiene un motivo adicional de hostilidad: la determinación del mandatario sudamericano de defender el cultivo tradicional de la hoja de coca y de considerarlo, con razón, como algo totalmente distinto al tráfico de cocaína.
En su histórica toma de posesión, Evo estuvo acompañado por 11 presidentes de Latinoamérica incluidos los de las mayores economías de Sudamérica y por el heredero de la corona española. Hasta La Paz llegaron los presidentes de las lejanas Eslovenia y República Arabe Saharaui Democrática, Janez Drnovsek y Mohamed Abdelaziz. Washington consideró prudente guardar las formas y enviar un representante de alto nivel: el subsecretario de Estado Thomas Shannon. En el encuentro nuestro país fue, por desgracia, una ausencia doble: la gubernamental, injustificable pero previsible, habida cuenta de que el actual grupo gobernante carece de nociones básicas de diplomacia y que para su ideología, mezcla de percepciones de hacendados e intereses trasnacionales, debe resultar abominable la llegada a la Presidencia de un indígena progresista y comprometido con los intereses populares; y la de la dirigencia zapatista, que desairó la expresa invitación de Evo argumentando purismos que en ocasiones la hacen aparecer como rehén de su ideología.
Pese a tales inasistencias, deplorables por razones distintas, la sociedad mexicana, afectada, como la boliviana, por una grave fractura entre sus pueblos indios y el resto de la sociedad, y necesitada de alternativas a la asfixiante corrupción neoliberal y depredadora de sus gobiernos, sigue con interés y esperanza el inicio del proyecto de poder de Evo Morales, presidente de Bolivia.